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Camino del Bosque

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Mensaje  Helios Mar Dic 02, 2008 5:09 am

Una senda de tierra apisonada que se abre camino a través de este basto bosque. Es una calzada natural, formada con el paso de los años por cientos y cientos de animales que han puesto sus patas, garras o pezuñas aquí, creando una especie de planicie que sirve de camino a viajeros y paseantes.
A ambos lados de este tránsito hay bosque, maleza y árboles. ¡Cuidado con los animales salvajes!
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Mensaje  Helios Mar Dic 02, 2008 5:44 am

Silencio en el camino del bosque. Silencio absoluto, ya que de noche, casi todos los animales duermen, y pocos son los valientes o, directamente, locos que se atreven a transitar este lugar bajo la oscuridad. Las copas de los miles de árboles que conformaban y cubrían el lugar estaban atestadas de estorninos de vivos colores, que dormían plácidamente, o se aseaban con pequeños picotazos. Se escuchaba tenuemente el refrotar de sus alas contra el cuerpo.

De pronto, la quietud del lugar se vio desgarrada por un siseante sonido; fino, diáfano y claro, perfectamente entonado, una especie de silbido, solo que infinitamente más melódico. Como el cántico de una flauta. Las aves, lejos de salir espantadas, actuaron de forma totalmente impredecible. Al instante, todos los estorninos que descansaban en las copas de los árboles se activaron como si hubiesen sido hipnotizados, abriendo al mismo tiempo sus ojos, y alzando al mismo segundo el vuelo en una sola dirección, aquella de la que parecía haber provenido esa misteriosa canción: Un árbol, el más alto e imponente de todos.
Una inmensa secuoya se levantaba a un lado del Camino del Bosque, apartado del resto, como un anciano del monte siendo alabado por sus súbditos. En una de las ramas de aquel "Anciano del Monte" se hallaba alguien, una pequeña silueta, saltando de rama en rama. Un hombre de mediana estatura y oscura piel hizo malabares con sus brazos, anclándose en una extensa rama, saltando, y aterrizando con los pies en su superficie. El muchacho que había trepado toda aquella secuoya, en cuclillas, observó el venir de sus hermanos con alas.

Una pequeña sonrisa apareció en sus labios al ver una enorme nube de pájaros aletear a lo lejos en su dirección, cruzando la noche, y acercándose a él. Nadie sabía nada del enigmático Helios, porque sus aves le protegían de ser descubierto. Actuaban por él, hacían realidad sus deseos. Los pájaros eran su escudo y su arma, y de la misma forma, él les rendía culto a ellos. Al fin y al cabo, era un don que solamente él poseía en la tierra; El don de poder comunicarse con los pájaros con su ventosa voz. El don de poder controlar a unos animales a los que, con algo de maña, podías transformar en una letal plaga con la que amenazar el mundo.
Se aposentó en la rama, apoyando la espalda en el grueso tronco del árbol, suspirando mientras descansaba un brazo sobre la rodilla. De alguna forma, Helios había nacido con esa capacidad, su silbido, desarrollado por él mismo durante años de entrenamiento, era una especie de dogma que los pájaros seguían de la misma forma que un hijo sigue las órdenes de su padre.
Ciegamente, cual ejército del cielo, repleto de soldados dispuestos a matar y a morir, con el cerebro nublado con las indescifrables notas que iba marcando su voz.

¿Era algo negativo utilizar a las aves para fines delictivos? No, al fin y al cabo... ¿Qué era lo que marcaba lo delictivo y lo no delictivo?. Era delictivo el matar con tus propias manos, pero no era delictivo el silbar una preciosa música que haga que las aves, sencillamente, deseen matar, o medrar tal nota, y alzar tal otra, para obligarles a robar. A los animales se les permitía ser asesinos, pero a los humanos no, aunque asesinasen a diario. Los pájaros eran, de alguna forma, bellos bailarines celestes que seguían el dictado de Helios fuese cual fuese, y no sentían remordimientos por golpear, robar o matar.

La bandada de pájaros ya estaba llegando al a secuoya en la que Helios reposaba. El joven se levantó para recibirla, apoyando los pies en perfecto equilibrio sobre la rama. Se llevó dedos índice y anular su boca, introduciéndolos entre los labios, y tomó aire, llenando sus pulmones e hinchando el pecho.
Liberó todo el viento del interior de su cuerpo, lanzando otro ensordecedor pitido, este con varias notas altas, y alguna que otra más baja. Una melodía que iba in crescendo.
Los pájaros se detuvieron a pocos metros de Helios al escucharle cantar, y empezaron a volar formando una variante de perfecto arco. Redirigiendo las direcciones de sus alas, los estorninos dibujaron una perfecta "O" en el aire, ante el joven ladrón, quien observó los movimientos de los animales con descarado gozo.
Todos piaban y chillaban histéricos, aparentando estar eufóricos por poder obedecer las órdenes de lo que, manifestaban, era una especie de "dios" para ellos. Un dios que sabía en qué idioma debía hablarles y ordenarles.

Al cabo de un rato, Helios bostezó, aburrido, mientras seguía estudiando con su ambarino ojo entrecerrado el aro que sus pájaros habían formado en mitad del cielo, y que aún mantenían.
Llevándose una vez más los dedos a la boca, emitió un débil silbido, este ya más apagado y tenue. Las aves deshicieron el aro y, como despertadas de un trance, revolotearon cada una en una dirección distinta. Más que una forma de atacar y defenderse, Helios solía ver los movimientos de los pájaros como una obra de arte, algo vanagloriante de lo que podías disfrutar como si del espectáculo más hermoso se tratase. Todos ansiaban volar, tanto hombres, como animales sin alas. Volar era algo que solamente los pájaros, el viento, y el Sol conseguían. Y Helios se enorgullecía de poder disponer de sus servicios.
Bajó un poco la vista, percatándose de que estaba posado en una rama a varios metros de altura, de forma precaria. No sintió el más mínimo ápice de vértigo, estaba acostumbrado a las alturas desde niño.

Con ágiles y expertos movimientos de equilibrista, el joven empezó a saltar de rama en rama en descenso, hasta escoger una un poco más cercana al suelo. Allí, Helios se tumbó, apoyando la cabeza contra la corteza de la secuoya, y entrecerrando su ojo. Tenía sueño, pero no creía que pudiese dormir aquella noche.


Última edición por Helios el Vie Dic 05, 2008 12:48 am, editado 1 vez
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Mensaje  Invitado Mar Dic 02, 2008 6:14 am

Una leve brisa mecía los árboles, casi con cariño, mientras un muchacho caminaba por la senda del bosque, mirando a todos lados con atención, mientras dicha brisa azotaba su cabello despeinándolo, pero a la vez haciendo muy bella su imagen. Llevaba consigo una maleta a la espalda, y andaba con gesto desenfadado, buscando el lugar idóneo.

Buscaba el paisaje adecuado para su cuadro. Jarod por lo general creaba sus propias obras, pero a veces le solía gustar ir a ese bosque para pintar un paisaje distinto cada día. Pintar era su manera de relajarse, su manera de expresar sus sentimientos. De "pintar un reflejo de su alma", por así decirlo.

Sus ojos pronto descubrieron un tronco tumbado que tenía frente a sí un paisaje perfecto, y se sentó ahí mismo, sacando de la maleta todo el material de pintura. Una vez tuvo todo listo, empezó a pintar lentamente, con trazos suaves pero firmes, y muy seguros, mientras escrutaba el paisaje que tenía ante sí, concentrado en él. Y estaba tan inmerso en sí mismo que al oir un leve ruido a su derecha se sobresaltó un poco, y se giró, viendo ante sus ojos a un hombre de extraña apariencia sobre una de las ramas bajas de un árbol.

Jarod se le quedó mirando pasmado, hasta que apartó la mirada de golpe, repentinamente abochornado por esa falta de educación, y siguió a lo suyo, concentrándose de nuevo en el paisaje que estaba dibujando.

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Mensaje  Helios Mar Dic 02, 2008 4:37 pm

Si los pájaros sonriesen, Helios, en ese momento, habría sonreído.

Pobre, se había debido cortar de ver de pronto a un hombre medio desnudo apoltronado cual rey del bosque en un enorme árbol. De todos modos, a Helios le incomodaba especialmente que le viesen, puesto que, recordaba, algunas de las víctimas de asedios aviares habían testificado el haber visto a un extraño muchacho de piel tostada y ojos de águila silbar, haciendo que los animales con alas bailasen al son de su música. De los actos de Helios, ya tenía totalmente claro que solo quería que viesen a sus pequeñas armas con plumas. Siempre tenía esa extraña sensación en la columna, de estar siendo perseguido por algo de lo que escapas por los pelos, y te deja ese sentimiento de vacío, de adrenalina descargada.
Pero aquel chaval no parecía peligroso, lo cual no quería decir que él mismo, por motu propio, no estuviese en peligro ahora mismo. Sí que lo estaba. Levantó su ojo hasta el resto de las copas de los árboles cuando el muchacho se giró, volviendo a la tarea de su pintura.

Todo estaba lleno de estorninos y mirlos, la mayoría parte del espectáculo visual que había montado antes, en soledad. Echó hacia delante el cuerpo, posando el torso sobre la rama y descansando sobre ella con movimientos felinos. ¿Qué podía tener de valor aquel tipo? Helios abrió de par en par el ojo, enfocando con la vista al pintor. Una vez en su campo visual, el ladrón utilizó una capacidad propia de las águilas que él mismo también había aprendido. Poseía dos puntos focales en su ojo: Uno para mirar de frente, y otro para localizar la mirada a los costados. Además, su vista le permitía localizar presas de toda índole, aunque estuviesen a varios metros, casi un kilómetro. Le estudió, ya viéndole mucho más de cerca, como a través de un catalejo; El lienzo no debía costar demasiado, tal vez las herramientas... No, pero con dos o tres herramientas de pintura no hacías nada. Tal vez sería interesante dejar que terminase su obra, tal vez fuese de algún valor una vez conclusa... Helios decidió, finalmente, que lo más oportuno sería intentar robar el maletín. No le gustaba esperar, quería resultados veloces como el viento.

Frunció los labios y sopló, mientras paseaba su aguileño ojo por entre los árboles. Al instante, un precioso y débil silbido escapó de sus labios, parecía el sonido de un dedo acariciando un cristal, diáfano y encandilador. Los estorninos volvieron a despertar de su letargo, y amaestrados, regresaron bajo las órdenes de Helios, saltando de sus ramas, abriendo sus alas, y revoloteando en concurrida bandada sobre ambos hombres.
Les miró, satisfecho, mientras elevaba los dedos hacia su boca.
Soltó otro débil silbido, que hizo que todos los mirlos se pusiesen a chillar desgarradoramente, emitiendo un zumbido prácticamente insoportable. Era un verdadero caos.

Aprovechó la confusión del momento para volver a silbar, ahora con un sonido rasposo y seco, mirando a los pájaros mientras que señalaba, desde el árbol, directamente al pintor.

Los mirlos respondieron, lanzándose como un bombardero en picado en dirección al muchacho. Al llegar, dos o tres se estamparon contra su pecho y piernas, golpeándole e intentando hacerle caer, mientras que el resto se afanaba en la tarea de tomar el maletín. Helios inclinó la cabeza, condescendiente, al ver como el chaval trastabillaba, y como sus aves levantaban limpiamente la maleta (entre siete u ocho individuos) y la elevaban por el aire, acercándosela con fuertes aleteos.

Estiró un brazo, y la tomó con tranquilidad, haciéndoles al final un gesto a sus pájaros, para que volviesen a los árboles. Obedecieron, dejando al joven tranquilo, y cruzando el aire hasta ocultarse entre las hojas. Bieeen... veamos qué podía haber de valor ahí...
Abrió el maletín, resuelto, y empezó a rebuscar por el interior algún objeto dorado, o de plata, o llamativo.
Desvió un segundo una desdeñosa mirada hacia el joven metros más abajo, que debía estar alucinando por el extraño comportamiento de los pájaros. Bah, eso a Helios le daba absolutamente igual, solo le importaba que tenía hambre, y quería comer algo que no fuesen cortezas de árbol o frutos.
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Mensaje  Invitado Mar Dic 02, 2008 8:37 pm

El cuadro ya iba cogiendo forma, y eso que no estaba tardando mucho. Simplemente que cuando se concentraba tanto, le salían obras verdaderamente prodigiosas. Había aprovechado el haber visto una bandada de pájaros crear un extraño patrón de vuelo antes para plasmarlo en el cuadro, donde ahora podía verse el claro de un bosque, alguna que otra hoja en el aire, incluso al mirarlo uno era capaz de sentir la brisa que mecía los árboles. Y en el centro, se veía la bandada de pájaros, volando en fila como creando una especie de "e", dándole al cuadro un curioso pero atractivo aspecto.

Jarod sonrió, solía enorgullecerse especialmente de sus obras cuando le salían tan bien: Seguramente también sacaría un buen dinero vendiendo aquello...

Pero un silbido extraño se escuchó en el aire, al principio suave pero que fue volviendose tan fuerte que Jarod miró de nuevo a la derecha, viendo al enigmático hombre de antes.

Y lo que vio le dejó sin respiración. Se quedó muy muy quieto ante esa escena, donde una enorme bandada de pájaros rodeaba a ese hombre, como si los estuviera controlando y tuviera a todas las aves a su merced. ¿Pero aquello qué demonios era? No entendía nada.

Ni siquiera pudo reaccionar cuando de repente, toda la bandada se lanzó a por él. Solo pudo emitir un grito ahogado por el susto, y los pájaros lo tiraron hacia atrás. No intentó luchar contra ellos, solo se protegió la cara por puro instinto. Pero al notar que las aves volvían a donde el hombre, se levantó, para ver, con cara de no creese nada, cómo el hombre sostenía su maleta. En sí no tenía nada de valor en ella, solo material de dibujo...ah, y una manzana, de las rojas. A Jarod le encantaban.

No se atrevió a avanzar a donde él, no sabía qué hacer. ¿Y si volvía a atacarle? ¡Pero no podía quedarse sin su material!

-No creo que encuentre nada de su agrado...-dijo con educación, usando el tono adecuado y tratando que no le temblara la voz. Todo aquello era demasiado extraño...lo único que quería era recuperar sus cosas y largarse.

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Mensaje  Helios Mar Dic 02, 2008 9:23 pm

Helios continuó escarbando en la maleta del pintor que, en tierra, esbozaba una sinceramente cómica carita de póquer. A Helios ya ni le divertían ni le llamaban la atención lo más mínimo las expresiones que componían sus víctimas al ver actuar a sus soldados. Era lo normal. Al principio de toda aquella historia, había encontrado algún placer en ver como todos señalaban al cielo, gritaban e intentaban escapar de la feroz amenaza celeste que Helios y su poder suponían.

Hoy en día, ya solo actuaba por puro arte celestial, obviando las reacciones humanas implícitas.

Resbucó un poco más, molesto.
Dentro del maletín no había nada más que basura para pintar, y además, de la barata. No le darían demasiado por ninguna de aquellas brochas, pinturas o papel de lienzo. De pronto, algo rojizo y de aspecto jugoso rodó ruidosamente por la maleta, captando la atención del ladrón. Su amarillento ojo brilló, emocionado.
Eso sí tenía algún valor; una manzana. Por supuesto, manzanas las había en todas partes, y no eran un bien demasiado cotizado, pero para alguien hambriento, eso era un regalo divino. Helios tomó la fruta, apartando la maleta de encima de sus muslos de un manotazo. El equipaje cayó al suelo, a varios metros de distancia, estampándose en el césped y desparramando todo su contenido.

Escuchó a su víctima, atizándole un fuerte mordisco a la manzana y masticando los labios cerrados.

-Pero eso, ni en el maletín, ni en ningún sitio de todo el planeta -respondió con voz enigmática. Era susurrante, afilada, aguda, como si un águila hubiese aprendido a hablar y usase sus escasos medios para comunicarse con los humanos. Cuatro o cinco mirlos, parte del escuadrón que había abordado al pintor hacía escasos segundos, revoloteó desde sus hogares, entre las ramas, hasta posarse en los hombros de Helios, observando con avidez la fruta que comía. El domador de pájaros sonrió, cariñoso, partiendo la manzana por la mitad, y esta mitad en varios trozos más pequeños con sus dedos.
-Tomad -dijo en bajo, abriendo la palma a rebosar de pulpa a la altura de los picos de los pájaros, que se removían inquietos en sus hombros. Estos picotearon mansamente, totalmente confiados. Cuando sonreía, Helios se hacía realmente atractivo, salvajemente bello, pero a la vez envolviendo esa misma hermosura en un misterio intraspasable. Sólido como un muro, pero tan etéreo como una pluma.

Continuó comiéndose la manzana, mientras estudiaba al pintor con total descaro. En el mundo nada era de nadie, esa manzana la había dado la naturaleza, y él se la había robado y la había metido en un maletín. Ahora, Helios le había robado el maletín al ladrón, y se la estaba comiendo. Y ya se sabe, quien roba a un ladrón... Posó la vista en el lienzo, encontrándose con una imagen que él mismo recordaba como real, solo que congelada. Congelada de forma bastante realista, para qué engañarse. El muchachillo tenía maña dibujando.

Señaló el cuadro con un largo dedo cubierto por el metal de sus guantes -apropiados para sostener a pájaros dotados de afiladas garras en su antebrazo, sin resultar herido-, de la misma mano que sujetaba la manzana.

-Eso que estás pintando es mío -murmuró con calma, fijando su ojo amarillo en cada trazo de la creación-. Y no te lo puedes llevar -atajó, dándole otro mordisco a la manzana-. no quiero imágenes de este bosque fuera de este bosque -concluyó finalmente.

En realidad, lo que no quería era que nadie viese esa extraña forma, organizada por unos pájaros que parecían seguir una conducta anormal. Si, en cualquier ciudad a la que fuese, alguien conocía de los extraños fenómenos que se habían dado hacía poco en la India y en Francia -en el que las aves actuaban de forma extraña- le preguntarían al pintor dónde había visto esa imagen. Él daría la dirección de aquel bosque, y tendría a cientos de investigadores en el lugar, estudiando las circunstancias, el clima y a la flora y la fauna. Y no le hacía ninguna gracia tener que mudarse de nuevo de hogar.
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Mensaje  Invitado Mar Dic 02, 2008 9:40 pm

Joder, estaba cada vez más flipado. ¿Pero ese hombre de donde había salido? Con esa apariencia tan extraña, y rodeado de pájaros y...ah, vale, y ahora se acababa de quedar sin manzana. Le hubiera gritado cuando le vio tirar su maleta, cuyo interior se desparramó todo por el suelo. Pero no se atrevió... ¿Y si se le cruzaban los cables y los pájaros volvían a atacarle? Jodeeeer, tenía que hacer algo...¿El qué? No tiene ni puñetera idea... Pero ALGO...

"Mierda..." pensó, sintiéndose cobarde. Apretó los puños, aún incapaz de moverse, como si se hubiera quedado atascado en el sitio.

Cuando el tipo dijo lo de su cuadro, Jarod frunció el entrecejo. ¿Y ahora encima se iba a quedar sin cuadro? Se sentía impotente, pues de alguna manera sabía que no tenía nada que hacer contra ese hombre, y que si quería el cuadro, lo tendría, aunque fuese a la fuerza. Y desde luego no iba a ponerse en peligro, ni siquiera por uno de sus cuadros. Al menos aún le funcionaba el sentido común.

Retrocedió sin darle la espalda al hombre, para que no pensara que iba a huir, alcanzó el cuadro, y se lo lanzó, con rabia.

-Quédatelo.-espetó, para entonces ir a su lado y recoger sus cosas. ¿Tampoco le iba a impedir eso no?

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Mensaje  Helios Mar Dic 02, 2008 9:58 pm

Qué terrible desgracia, el pintor se había enfadado. Todos los artistas, se decía, tenían ese humor de perros y ese carácter amargado que les convertía en asociales, en supuestos bohemios. Sin embargo, Helios, quien se consideraba a si mismo un artista celeste, no esgrimía un talante tan, tan agrio. Él simplemente iba al son que le dictaba el viento, y ya está. Por supuesto que iba a quedarse con el cuadro, pero no para colgarlo de ninguna pared -entre otras cosas, las casas de Helios solían carecer de esos privilegios- ni tampoco en la corteza de algún árbol. Iba a quedárselo para que nadie ajeno a él posase la mirada sobre sus aves, ni en lienzo siquiera.

Cuando el pintor lanzó el cuadro en su dirección, Helios actuó con rapidez.

Lanzó los restos de la manzana lejos y, estirando un brazo, capturó el lienzo al vuelo. Lo sostuvo pocos segundos en la mano, pues, girando todo su cuerpo en una grácil pirueta, disparó la tabla de madera al aire, haciéndola girar sobre sí misma ante el vacío. En ese mismo instante, Helios volvió a silbar, introduciéndose los dedos en la boca, y señalando directamente al cuadro, que ya empezaba a descender hacia el suelo.
Las aves, estorninos y mirlos, alzaron las alas en sus hombros y revolotearon en picado hacia el objeto. Seguían un mantra, una voz dentro de su cabeza, un "algo" que les guiaba a ciegas, anulando su voluntad.
Al alcanzarlo en el aire, empezaron a embestirlo, a atravesarlo y a golpearlo con sus alas, haciéndolo saltar sobre el aire, sin que en ningún momento lograse caer al suelo.

Cada vez que el, ahora, despedazado lienzo era víctima de la gravedad, los pájaros se ubicaban bajo él y emprendían el vuelo hacia arriba, pico primero, apuñalándolo con brutalidad, elevándolo de nuevo. Cuando el cuadro no era ya más que un simple armazón de madera, con trozos de tela y papel colgando del marco, Helios chasqueó los dedos, ausente y, para qué negarlo, satisfecho. La imagen ya estaba eliminada.

La bandada detuvo sus movimientos durante un segundo, olvidándose del cuadro.

Obedientes, los pájaros volaron hacia el ladrón, y se posaron una vez más en sus hombros, descansando y atusándose el plumaje con sus afilados picos, como si nada hubiese ocurrido. El lienzo cayó al suelo con un ruido sordo, hecho jirones. Y Helios no sintió el más mínimo remordimiento. No ya solo porque esa era una clase de emoción que no solía experimentar muy a menudo (ya había destruido aldeas enteras con sus pájaros), si no porque además, estaba en plena posesión de la razón, y lo sabía. El bosque era suyo, y ningún mequetrefe con un pincel y un cacho de tela tenía derecho a robarle la imagen, y a divulgarla por ahí.

Continuó dándoles de comer a sus estorninos, acercando la mano con la palma abierta y tendiéndoles los restos de fruta en su guante, mientras miraba fijamente al pintor con claro reproche, desde lo alto de la rama de secuoya en la que descansaba.
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Mensaje  Invitado Miér Dic 03, 2008 1:08 am

Jarod muchas veces se preguntaba porqué cuando tienes un buen día, siempre pasa algo, o alguien hace algo que te amargue por completo y así, que el susodicho día se transforme en una maldita basura.

Pues ese día era mismamente uno de esos. Había empezado con buen pie, la mañana y demás había transcurrido y él estaba de un humor excelente. Hasta que se le había ocurrido ir al bosque y pintar frente a ese tipo tan friki, que ahora, para colmo, destrozaba su cuadro ante sus narices. Y eso ya sí que le dio rabia. Se había esforzado en esa obra, había necesitado mucha concentración y habilidad. Y él tenía talento, sí, pero la técnica es necesaria...

Resumiendo, había trabajado en la obra para que ese tío tan raro se la destrozara porque le apetecía y punto. ¿Lo peor? Que él no podía hacer nada, pues resultaba que esos pajaritos podían tener instintos asesinos, y no quería quedarse sin ojos.

¿Conclusión?

"Menuda mierda de día..." pensó, ya amargado.

Soltó un bufido, terminó de recoger sus cosas y se dispuso a marcharse, asqueado.

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Mensaje  Helios Miér Dic 03, 2008 2:51 am

El pintoresco y repintado pintor parecía haberse ofendido, y sin despedirse ni nada, sin ni siquiera dar las gracias, agarró sus cosas y empezó a alejarse. Qué pena, ahora que Helios estaba empezando a divertirse. El tipo tenía valor, y eso el místico no podía negarlo, porque el ver como una bandada de pájaros te ataca, te roba la maleta, y despedaza impíamente tus cuadros era algo para asustar a cualquiera. Sonrió mientras le observaba, reprimiendo una pequeña carcajada mientras los pajarillos picoteaban los últimos pedazos de manzana en su mano.
Le divertía aquel hombre. Era como un juguete que podías usar para entretenerte, cual gato jugando con un ovillo de lana, mareándole y haciéndole rabiar. Y lo que era más importante; a Helios no se le había escapado el detalle de que vestía con ropa relativamente elegante, lo cual indicaba que tal vez tuviese más dinero de lo que en principio aparentaba. El ladrón siempre vestía pantalones largos, rejillas cubriendo brazos y torso, y alargados guantes de metal, que protegían sus antebrazos de las garras de los halcones y águilas que solía sostener, listos para el ataque. Generalmente, las aves menores, como estorninos, palomas o cuervos, estaban destinados a tareas de simple robo, intimidación o para confundir con sus graznidos. Si Helios usaba halcones, águilas o buitres, era dar por sentado que iba a matar. Siempre usaba a las aves mayores para asesinar, eran más efectivas, y mucho más contundentes.

Helios decidió, en ese momento, que era conveniente seguir al pintor, a ver a donde iba a parar.
Se puso en pie ágilmente sobre la rama, apoyando un brazo y manteniéndose en cuclillas. Emitió un débil siseo, que hizo que los pájaros volviesen a obedecerle, separándose de sus hombros y revoloteando a su alrededor, como una especie de oscura aura. Tomó impulso, y saltó a la siguiente rama. La más próxima, de un árbol algo más bajo que su secuoya, una especie de pino. De salto en salto, encorvando su cuerpo, ejecutando vistosas piruetas con su cuerpo, Helios fue desplazándose por el aire, de rama en rama, de punto de apoyo en punto de apoyo, mientras perseguía, de la forma más silenciosa posible, a aquel extraño al que le había robado una manzana. Bastante deliciosa, por cierto.

Los pájaros continuaban cumpliendo el papel de séquito para Helios, como cientos de pequeños astros orbitando en torno a un sol que se desplaza a una rapidez sobrehumana. De hecho, el ladrón se movía a tal velocidad que era casi una sombra difusa entre la maleza. De un lado, a otro, apareciendo, y desapareciendo de tal manera que sería posible intentar dispararle, o apuntarle con algún arma. Helios sería un blanco imperceptible al ojo humano.

Mientras avanzaba, le iba lanzando punzantes miradas al pintor, directas a su nuca. ¿A dónde se dirigiría? Seguramente a alguna casa del centro de París, o igual se alojase por allí cerca, en una casa de campo.
Dio un nuevo salto, alcanzando una alta y retorcida rama grisácea. Oh, y sin duda alguna allí le esperaría pues... a saber... Su madre, sus hermanos, su novia, sus amigos... Sí, eso que todos tenían. Todos salvo Helios. Él no, claro, él siempre había estado solo, siempre había vivido aislado, y nunca se había relacionado con casi nadie. El ladrón consideraba para sus adentros que la soledad había sido una forma de perder todos los años de vida que llevaba. Hasta el punto de volverse loco, de despertarse ansiando el más mínimo contacto humano, de pasar las noches soñando con protagonizar esas hermosas historias de los libros y las películas. De pasarse horas y horas desgarrándose por dentro, regodeándose en su propio abandono. Había encontrado la salvación en el Cielo. En su Cielo.
Los pájaros... a ellos los había transformado en su única compañía. Con el tiempo, había dejado de echar en falta cosas que nunca iba a tener. Un beso, una caricia, un abrazo, una familia, un amor... Y había aprendido a aceptar como más realistas otras tantas; Las cuchilladas de una garra, el mecer del viento de unas emplumadas alas, o el apuñalador sonido de un pico rasgando el aire. Todas esas cosas que Helios SÍ tenía.

El pintor iba por un camino estrecho, y a ambos lados se alzaban los árboles y poblaba la vegetación. Helios se desplazaba como viento entre las hojas por el lado derecho del mismo, pretendiendo no ser visto. De pronto, se encontró conque la siguiente rama estaba demasiado lejos, a varios metros de distancia. De modo que, para salvar el obstáculo, el ladrón giró su cabeza hacia la otra orilla, y tomando impulso, atravesó el sendero por el aire, enganchándose a la rama de uno de los árboles del lado izquierdo. No había hecho ruido, de hecho, solo había sido visible un segundo en el aire. Tal vez ni eso.

Seguiría a aquel pintamonas de tres al cuarto hasta donde quiera que fuese, y vería si allí podía llevarse algo de más valor que una manzana y los pedazos de un lienzo.
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