Residencia de los Redfield
La cripta :: París :: Zona Residencial
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Residencia de los Redfield
Iba mirando el suelo, como un autómata, en dirección a su casa, sin prestar atención a nada de su alrededor. Estaba tan inmerso en su propia mente que casi hasta le pilló un coche, y menudo susto se llevó con el bocinazo...
La verdad, estaba aún algo conmocionado por los recientes sucesos. Había ido él, como muchas otras veces a pintar al bosque, pero tenía que ser JUSTO ese día en el que un tipo tan extraño tenía que aparecer para intentar robarle, y además, para destrozar un cuadro suyo... A santo de todo aquello... ¿Quién demonios era ese hombre? ¿De dónd...? Es más...¿Cómo era capaz de controlar a esas aves?. Pues Jarod lo había visto, había oído el silbido con el que las controlaba.
Jarod sacudió la cabeza, molesto.
"Lo que me faltaba, me roba, destruye mi obra, y acabo de sentirme fascinado. Jarod, eres un crack." le dio una patata a una piedra que se había topado con su zapatilla, que justo chocó contra la verja de la entrada a su casa. Por supuesto, estaba solo. Sus padres estaban casi siempre fuera por negocios, y ese día no era diferente. Jarod abrió la verja y caminó por el jardín, muy amplio y cuidado, con infinidad de árboles alrededor.
Pero mientras andaba, escuchó algo, un ruido específico que no sabría discernir qué era pero que le había inquietado. Sentía como si le siguieran...
Joder, ¿ese tío no le habría...? Se giró a todos lados, alerta, pero no vio nada. Pero lo había oído, tenía que estar allí...
-¿Por qué me sigues?-dijo, aún pareciendo que le hablase al aire, pero con gesto firme. No iba a dejarse amedrentar, o al menos lo intentaría vamos.
La verdad, estaba aún algo conmocionado por los recientes sucesos. Había ido él, como muchas otras veces a pintar al bosque, pero tenía que ser JUSTO ese día en el que un tipo tan extraño tenía que aparecer para intentar robarle, y además, para destrozar un cuadro suyo... A santo de todo aquello... ¿Quién demonios era ese hombre? ¿De dónd...? Es más...¿Cómo era capaz de controlar a esas aves?. Pues Jarod lo había visto, había oído el silbido con el que las controlaba.
Jarod sacudió la cabeza, molesto.
"Lo que me faltaba, me roba, destruye mi obra, y acabo de sentirme fascinado. Jarod, eres un crack." le dio una patata a una piedra que se había topado con su zapatilla, que justo chocó contra la verja de la entrada a su casa. Por supuesto, estaba solo. Sus padres estaban casi siempre fuera por negocios, y ese día no era diferente. Jarod abrió la verja y caminó por el jardín, muy amplio y cuidado, con infinidad de árboles alrededor.
Pero mientras andaba, escuchó algo, un ruido específico que no sabría discernir qué era pero que le había inquietado. Sentía como si le siguieran...
Joder, ¿ese tío no le habría...? Se giró a todos lados, alerta, pero no vio nada. Pero lo había oído, tenía que estar allí...
-¿Por qué me sigues?-dijo, aún pareciendo que le hablase al aire, pero con gesto firme. No iba a dejarse amedrentar, o al menos lo intentaría vamos.
Invitado- Invitado
Re: Residencia de los Redfield
Había sido, durante todo el trayecto, la sombra alada de aquel pintor sin nombre. A Helios, quien le había seguido aprovechando los árboles que adornaban aquella calle como apoyo para sus saltos y sus piruetas, no le importaba ese pequeño detalle. ¿Debía sentirse culpable por lo que acababa de hacer?. No, él lo comprendía, era también un artista, al igual que aquel joven. Pero el arte de Helios no se centraba simplemente en darle una bonita forma a una piedra, o en dibujar con pinturas un paisaje bonito. El arte de Helios consistía en usar a sus gemelos, a sus hermanos del cielo, alzarles, hacer que formasen preciosas figuras con la bóveda celeste como telón de fondo, y, simplemente, maravillar a la nada.
Saltó a otro ancho árbol decorativo, sintiéndose un tanto intimidado por el extraño aspecto de aquel lugar. Estaba lleno de casas de enorme tamaño, muy distintas a los bosques y junglas que, desde niño, había habitado Helios. Y siempre acostumbraba a atacar poblados y aldeas en mitad de prados y cañadas. Todo aquello, podía ser, le venía un poco grande, o un poco... menos interesante.
Allí no habría pájaros de gran envergadura con los que atacar o defenderse a la hora de un combate (la mayoría de las aves eran demasiado inteligentes como para querer habitar un lugar como aquel), pero su olfato delincuente sí que podía percibir cierto aroma a valioso en todo aquel perímetro. Seguir a ese chaval había sido un golpe de suerte; Había encontrado a un guía que le conducía a un filón sin precedentes.
El pintor pareció llegar a lo que era su destino. Helios saltó, anclándose con silenciosos sonidos tras un árbol, en el interior del jardín de la propiedad.
Contuvo un silbido de asombro. Por el Sol, era todo lo que podía esperar. Una casa enorme, bien situada, bien armada, con preciosas cristaleras e interiores que parecían atestados de muebles caros. Y lo que es más importante; vacía. Helios compuso una sonrisa traviesa, imaginando todo lo que podría llevarse de allí.
Levantó la vista, buscando por las copas de los árboles y enfocando su visión mejorada. Había alguna que otra paloma suelta, cuatro o cinco cuervos de buen tamaño y peligroso pico, y algún otro estornino que se habría desviado. Helios sonrió satisfecho, ellos eran suficiente arma para atacar e inmovilizar.
De pronto, escuchó la voz del pintor, que se había girado a escasos metros de la puerta de lo que -Helios pensaba- era su casa, y que parecía estar hablando sin dirección fija. Como si intentase dirigirse a un fantasma, o a un ser invisible. Era totalmente imposible que le hubiese escuchado mientras brincaba de árbol en árbol. Había sido sigiloso en extremo, de modo que el ladrón llegó a la conclusión de que debía de haberle "percibido".
Se lo pensó unos segundos antes de contestar, buscando la respuesta apropiada.
-Tienes una casa muy bonita. Pero no hay luces en las ventanas, ni movimiento dentro -silbó entre las hojas, desapareciendo rápidamente del lugar para que el pintor no le localizase por el sonido.
Mientras Helios se desplazaba de forma invisible hacia otro árbol, este más cercano al chico, los dos o tres cuervos, palomas y estorninos se removieron en sus sitios, y se acercaron obedientes, aleteando suavemente y posándose en el suelo, todos a la vez, clavando la vista en el pintor, curiosos. Formaban un grupito de aves de simpático (y algo siniestro) aspecto; todas juntas, con la mirada fija en el chico-. lo cual quiere decir que estás solo... -añadió Helios con sorna-. Es malo estar solo, puedes encontrarte en peligro y no disponer de defensa... -tendió su cuerpo en lo más alto de otro árbol, tras alcanzarlo de una espectacular pirueta, tan veloz que casi había sacado un sonido de aire rasgado.
Se quedó allí, oculto y atento a todo-. Hmmm... parece que se hayan quedado con hambre ¿No crees? -observó finalmente.
No iba a dejar escapar esa oportunidad. Los pájaros, por su parte, continuaban quietos a pocos pasos del joven, estudiándole como si fuese el racimo de frutos más delicioso de todo el planeta. Algún cuervo graznaba débilmente, mientras que los demás parpadeaban de vez en cuando. Todos parecían estar esperando, como un público expectante, a que el pintor hiciese algún movimiento.
Saltó a otro ancho árbol decorativo, sintiéndose un tanto intimidado por el extraño aspecto de aquel lugar. Estaba lleno de casas de enorme tamaño, muy distintas a los bosques y junglas que, desde niño, había habitado Helios. Y siempre acostumbraba a atacar poblados y aldeas en mitad de prados y cañadas. Todo aquello, podía ser, le venía un poco grande, o un poco... menos interesante.
Allí no habría pájaros de gran envergadura con los que atacar o defenderse a la hora de un combate (la mayoría de las aves eran demasiado inteligentes como para querer habitar un lugar como aquel), pero su olfato delincuente sí que podía percibir cierto aroma a valioso en todo aquel perímetro. Seguir a ese chaval había sido un golpe de suerte; Había encontrado a un guía que le conducía a un filón sin precedentes.
El pintor pareció llegar a lo que era su destino. Helios saltó, anclándose con silenciosos sonidos tras un árbol, en el interior del jardín de la propiedad.
Contuvo un silbido de asombro. Por el Sol, era todo lo que podía esperar. Una casa enorme, bien situada, bien armada, con preciosas cristaleras e interiores que parecían atestados de muebles caros. Y lo que es más importante; vacía. Helios compuso una sonrisa traviesa, imaginando todo lo que podría llevarse de allí.
Levantó la vista, buscando por las copas de los árboles y enfocando su visión mejorada. Había alguna que otra paloma suelta, cuatro o cinco cuervos de buen tamaño y peligroso pico, y algún otro estornino que se habría desviado. Helios sonrió satisfecho, ellos eran suficiente arma para atacar e inmovilizar.
De pronto, escuchó la voz del pintor, que se había girado a escasos metros de la puerta de lo que -Helios pensaba- era su casa, y que parecía estar hablando sin dirección fija. Como si intentase dirigirse a un fantasma, o a un ser invisible. Era totalmente imposible que le hubiese escuchado mientras brincaba de árbol en árbol. Había sido sigiloso en extremo, de modo que el ladrón llegó a la conclusión de que debía de haberle "percibido".
Se lo pensó unos segundos antes de contestar, buscando la respuesta apropiada.
-Tienes una casa muy bonita. Pero no hay luces en las ventanas, ni movimiento dentro -silbó entre las hojas, desapareciendo rápidamente del lugar para que el pintor no le localizase por el sonido.
Mientras Helios se desplazaba de forma invisible hacia otro árbol, este más cercano al chico, los dos o tres cuervos, palomas y estorninos se removieron en sus sitios, y se acercaron obedientes, aleteando suavemente y posándose en el suelo, todos a la vez, clavando la vista en el pintor, curiosos. Formaban un grupito de aves de simpático (y algo siniestro) aspecto; todas juntas, con la mirada fija en el chico-. lo cual quiere decir que estás solo... -añadió Helios con sorna-. Es malo estar solo, puedes encontrarte en peligro y no disponer de defensa... -tendió su cuerpo en lo más alto de otro árbol, tras alcanzarlo de una espectacular pirueta, tan veloz que casi había sacado un sonido de aire rasgado.
Se quedó allí, oculto y atento a todo-. Hmmm... parece que se hayan quedado con hambre ¿No crees? -observó finalmente.
No iba a dejar escapar esa oportunidad. Los pájaros, por su parte, continuaban quietos a pocos pasos del joven, estudiándole como si fuese el racimo de frutos más delicioso de todo el planeta. Algún cuervo graznaba débilmente, mientras que los demás parpadeaban de vez en cuando. Todos parecían estar esperando, como un público expectante, a que el pintor hiciese algún movimiento.
Helios- Alma sin experiencia alguna
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Fecha de inscripción : 02/12/2008
Re: Residencia de los Redfield
Jarod dio un respingo al oir esa voz, buscando su procedencia, pero no pudo ver nada. Joder, lo había seguido hasta su casa, ese tío definitivamente estaba loco. ¿Pero qué querría? ¿Robarle? En su casa desde luego había infinidad de cosas valiosas, aunque la mayoría eran posesiones de sus padres... O al menos lo que cualquier ladrón consideraría valioso... porque a saber cual era el criterio de ese tarado... No creía que le interesaran sus posesiones... Bien, vale, sería rico, pero a diferencia de cómo le juzgaban en general, no solía derrochar el dinero en cualquier chorrada ni le gustaba comprarse todo lo caro... (a excepción de su batería, que había costado lo suyo. Y sí, tocaba la batería desde hacía muchos años, y junto al dibujo, era otra de sus maneras de desahogarse. Bueno, y su equipo de música, para qué mentir...)
Pero un momento...¿y si lo que quería no era eso? ¿Y si lo había seguido porque quería algo de él? Joder...
Lo buscó, poniéndose cada vez más nervioso. Además lo que le había dicho, estaba solo... Retrocedió inconscientemente al ver toda esa fila de pájaros acercarse a él.
Pero a ver...¿y ahora qué coño había hecho él para que le persiguiera?
-¿Pero qué se supone que ganas tú con esto?-preguntó, de nuevo sin saber a donde mirar. Apretó los puños con fuerza hasta hacerse daño, mierda, y encima ahora le empezaban a temblar las manos, justo lo que le faltaba.
”Jarod, pieeeeensa joder, no te quedes ahí parado como un imbécil...” aún así, se sentía demasiado intimidado para moverse, la mirada de esos pájaros no le trasmitía nada bueno, le daba la impresión de que si hacía el más mínimo movimiento se lanzarían a por él, a sacarle los ojos o vete a saber, lo que su dueño lunático les ordenara...
-...vale, voy a cambiar la pregunta...-empezó, dudoso.-¿Qué demonios quieres?-tragó saliva, a la espera de la respuesta
Pero un momento...¿y si lo que quería no era eso? ¿Y si lo había seguido porque quería algo de él? Joder...
Lo buscó, poniéndose cada vez más nervioso. Además lo que le había dicho, estaba solo... Retrocedió inconscientemente al ver toda esa fila de pájaros acercarse a él.
Pero a ver...¿y ahora qué coño había hecho él para que le persiguiera?
-¿Pero qué se supone que ganas tú con esto?-preguntó, de nuevo sin saber a donde mirar. Apretó los puños con fuerza hasta hacerse daño, mierda, y encima ahora le empezaban a temblar las manos, justo lo que le faltaba.
”Jarod, pieeeeensa joder, no te quedes ahí parado como un imbécil...” aún así, se sentía demasiado intimidado para moverse, la mirada de esos pájaros no le trasmitía nada bueno, le daba la impresión de que si hacía el más mínimo movimiento se lanzarían a por él, a sacarle los ojos o vete a saber, lo que su dueño lunático les ordenara...
-...vale, voy a cambiar la pregunta...-empezó, dudoso.-¿Qué demonios quieres?-tragó saliva, a la espera de la respuesta
Invitado- Invitado
Re: Residencia de los Redfield
Helios decidió no emitir ningún juicio de valores respecto al chico. Obviamente estaba asustado, y no había dado ninguna respuesta retadora, si no que más bien parecía intentar debatir con el ladrón las razones de su estancia allí, como quien discute algo tranquilamente mientras se toma un café. Helios soltó una pequeña risilla ronca, dando por sentado que el pintor debía de estar bastante intimidado no ya solo por el hecho de estar hablando con alguien a quien no veía y que parecía -y era- peligroso, sino por el aún más tenebroso hecho de haber sido perseguido durante todo el camino por algo tan invisible como el viento. Algo que parecía no tener buenas intenciones.
Meditó la pregunta. ¿Ganar? Realmente no había seguido a aquel hombre para "ganar" algo. Simplemente había captado su atención, y lo había seguido de la misma forma que un gato sigue una luz. Sin interés particular alguno, supuso. Una vez había visto la casa, ahí ya había empezado a maquinar una u otra forma de poder sacarle provecho a su situación. Se removió un poco sobre la rama en la que se apoyaba, aún oculto a la vista del pintor.
No contestó al momento.
Realmente, no tenía pensado contestar, pero al ver como el chico reconvertía su pregunta, lo meditó un poco mejor.
-¿Es necesario que lo sepas? -respondió, decidiendo salir a la luz. Dio un ágil salto desde la rama en la que se asentaba y, girando su cuerpo a varios metros sobre el suelo, descendió en una elegante pirueta hasta aterrizar en el césped, a pocos metros del pintor. Se enderezó con parsimonia, quedando totalmente ante de él, de pie.
Ahora todo Helios era bien visible a la luz de las farolas de aquella calle; Con su parche metálico en el ojo, su cabello blanco y pardusco, con aquella piel tostada que era casi de un color cacao grisáceo, su otro ojo, aguileño y amarillo, y su extraña vestimenta, llena de metal y rejillas.
Desprendía un encantador y etéreo halo de misterio con cada gesto.
Estiró un brazo hacia el grupo de animales, con la mano lánguida. Las aves, disciplinadas, volaron todas juntas hasta posarse en la extremidad de Helios. Cinco o seis pájaros de distintos tonos y formas poblaban ahora el antebrazo del ladrón, protegido por una placa de hierro parte del guante, y tanto él como ellos tenían al vista clavada en el pintor.
-Entra en la casa -ordenó quedamente-. Ahora -acortó la distancia con un solo paso, dando a entender que no aceptaría una negativa. Era obvio que, en esos momentos, Helios tenía un plan en mente, y durante unos segundos evaluó la posibilidad de que el pintor también tuviese algo en la cabeza. No le gustaban los fallos, ni las personas que se pasaban de listas, y esa vez no iba a hacer una excepción en cuanto a medidas de seguridad.
Sus "medidas" de seguridad no se basaban en desarmar a nadie, ni en reducir a personas. Se basaban en pedir refuerzos, en formar un precioso ejército de danzarines del cielo que fuesen en su ayuda en caso de necesitarlo. Guardó silencio unos segundos, hasta actuar.
Elevó el otro brazo hasta introducir ambos dedos índice y pulgar en la boca y, sin apartar la vista del otro chico, volvió a silbar. Ese pitido en particular fue estruendoso, tan alto y tan agudo que, de prolongarlo, podría hacer que todos los cristales de aquel lugar estallasen en mil pedazos.
Separó los dedos de sus labios, dejando caer el brazo, sonriente. Enigmáticamente sonriente, pese a que de momento no estaba ocurriendo nada reseñable. Los pájaros en su otro brazo no habían hecho nada en particular, solo alterarse un poco.
-Yo también soy un artista -dijo con voz suave y acariciadora-. como tú. Pero tenemos distintos conceptos de "arte". Yo ya he visto el tuyo... -vista al cielo, cubriendo el negro cielo con su amarillo ojo-. ...ahora tú vas a ver el mío -y, en ese mismo momento, pudo escucharse el resultado de su silbido. En la lejanía, desde el lugar por el que habían venido ladrón y víctima, se podía oír un estruendo, como el sonido de un huracán flotando en el aire sin rumbo fijo, tormentoso.
Helios giró la cabeza, mirando hacia el lejano bosque que había dejado atrás.
Sobre las copas de los árboles parecía haber una especie de enorme nube negra, compuesta por cientos de pequeños fragmentos de sombras que se movían frenéticas. Sombras que revoloteaban entre sí, aproximándose y rasgando la noche con cruentos graznidos, furiosos, enloquecedores e insoportables de escuchar. Eran aves, aves totalmente enrabietadas.
A medida que la concurrida bandada de pájaros del bosque, de todas las formas y tamaños posibles, se iba acercando hacia el lugar, Helios menos sonreía, listo para dirigir a su ejército. Ya a pocos metros, el ladrón alzó ambos brazos, espantando a los pocos pájaros que él sostenía, y señalando, como un director de orquesta, a los árboles y el tejado de la mansión.
El ejército llegó finalmente, y quedó levitando en círculos sobre la casa, piando de forma ensordecedora. Helios volvió a silbar, ahora en un entonar más melódico y conciso.
Los miles y miles de aves, que ahora mismo sobrevolaban en torrente el espacio aéreo de la casa, se dispararon como flechas a todas las superficies antes señaladas por el ladrón. Los pájaros, mansos, ocuparon por completo las copas de los árboles del jardín y poblaron el tejado, cornisas de las ventanas, y hasta objetos típicos como el buzón, la valla de madera y los marcos de las puertas.
Los había de todas clases; pardos, oscuros, negros, marrones, castaños, grisáceos... Más grandes, más pequeños, de mediano tamaño, y todos miraban fijamente al pintor, chasqueando amenazadoramente unos picos de afiladísimo aspecto.
Helios se encogió de hombros, regocijándose en el sonido de los aleteos de sus "armas".
-Ahora -repitió, secamente, mientras empezaba a acercarse al muchacho con paso firme.
Meditó la pregunta. ¿Ganar? Realmente no había seguido a aquel hombre para "ganar" algo. Simplemente había captado su atención, y lo había seguido de la misma forma que un gato sigue una luz. Sin interés particular alguno, supuso. Una vez había visto la casa, ahí ya había empezado a maquinar una u otra forma de poder sacarle provecho a su situación. Se removió un poco sobre la rama en la que se apoyaba, aún oculto a la vista del pintor.
No contestó al momento.
Realmente, no tenía pensado contestar, pero al ver como el chico reconvertía su pregunta, lo meditó un poco mejor.
-¿Es necesario que lo sepas? -respondió, decidiendo salir a la luz. Dio un ágil salto desde la rama en la que se asentaba y, girando su cuerpo a varios metros sobre el suelo, descendió en una elegante pirueta hasta aterrizar en el césped, a pocos metros del pintor. Se enderezó con parsimonia, quedando totalmente ante de él, de pie.
Ahora todo Helios era bien visible a la luz de las farolas de aquella calle; Con su parche metálico en el ojo, su cabello blanco y pardusco, con aquella piel tostada que era casi de un color cacao grisáceo, su otro ojo, aguileño y amarillo, y su extraña vestimenta, llena de metal y rejillas.
Desprendía un encantador y etéreo halo de misterio con cada gesto.
Estiró un brazo hacia el grupo de animales, con la mano lánguida. Las aves, disciplinadas, volaron todas juntas hasta posarse en la extremidad de Helios. Cinco o seis pájaros de distintos tonos y formas poblaban ahora el antebrazo del ladrón, protegido por una placa de hierro parte del guante, y tanto él como ellos tenían al vista clavada en el pintor.
-Entra en la casa -ordenó quedamente-. Ahora -acortó la distancia con un solo paso, dando a entender que no aceptaría una negativa. Era obvio que, en esos momentos, Helios tenía un plan en mente, y durante unos segundos evaluó la posibilidad de que el pintor también tuviese algo en la cabeza. No le gustaban los fallos, ni las personas que se pasaban de listas, y esa vez no iba a hacer una excepción en cuanto a medidas de seguridad.
Sus "medidas" de seguridad no se basaban en desarmar a nadie, ni en reducir a personas. Se basaban en pedir refuerzos, en formar un precioso ejército de danzarines del cielo que fuesen en su ayuda en caso de necesitarlo. Guardó silencio unos segundos, hasta actuar.
Elevó el otro brazo hasta introducir ambos dedos índice y pulgar en la boca y, sin apartar la vista del otro chico, volvió a silbar. Ese pitido en particular fue estruendoso, tan alto y tan agudo que, de prolongarlo, podría hacer que todos los cristales de aquel lugar estallasen en mil pedazos.
Separó los dedos de sus labios, dejando caer el brazo, sonriente. Enigmáticamente sonriente, pese a que de momento no estaba ocurriendo nada reseñable. Los pájaros en su otro brazo no habían hecho nada en particular, solo alterarse un poco.
-Yo también soy un artista -dijo con voz suave y acariciadora-. como tú. Pero tenemos distintos conceptos de "arte". Yo ya he visto el tuyo... -vista al cielo, cubriendo el negro cielo con su amarillo ojo-. ...ahora tú vas a ver el mío -y, en ese mismo momento, pudo escucharse el resultado de su silbido. En la lejanía, desde el lugar por el que habían venido ladrón y víctima, se podía oír un estruendo, como el sonido de un huracán flotando en el aire sin rumbo fijo, tormentoso.
Helios giró la cabeza, mirando hacia el lejano bosque que había dejado atrás.
Sobre las copas de los árboles parecía haber una especie de enorme nube negra, compuesta por cientos de pequeños fragmentos de sombras que se movían frenéticas. Sombras que revoloteaban entre sí, aproximándose y rasgando la noche con cruentos graznidos, furiosos, enloquecedores e insoportables de escuchar. Eran aves, aves totalmente enrabietadas.
A medida que la concurrida bandada de pájaros del bosque, de todas las formas y tamaños posibles, se iba acercando hacia el lugar, Helios menos sonreía, listo para dirigir a su ejército. Ya a pocos metros, el ladrón alzó ambos brazos, espantando a los pocos pájaros que él sostenía, y señalando, como un director de orquesta, a los árboles y el tejado de la mansión.
El ejército llegó finalmente, y quedó levitando en círculos sobre la casa, piando de forma ensordecedora. Helios volvió a silbar, ahora en un entonar más melódico y conciso.
Los miles y miles de aves, que ahora mismo sobrevolaban en torrente el espacio aéreo de la casa, se dispararon como flechas a todas las superficies antes señaladas por el ladrón. Los pájaros, mansos, ocuparon por completo las copas de los árboles del jardín y poblaron el tejado, cornisas de las ventanas, y hasta objetos típicos como el buzón, la valla de madera y los marcos de las puertas.
Los había de todas clases; pardos, oscuros, negros, marrones, castaños, grisáceos... Más grandes, más pequeños, de mediano tamaño, y todos miraban fijamente al pintor, chasqueando amenazadoramente unos picos de afiladísimo aspecto.
Helios se encogió de hombros, regocijándose en el sonido de los aleteos de sus "armas".
-Ahora -repitió, secamente, mientras empezaba a acercarse al muchacho con paso firme.
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Re: Residencia de los Redfield
Jarod de nuevo intentó buscar la procedencia de la voz cuando oyó que le respondía, una vez más sin éxito.
-Necesario no, pero me gust...-se quedó mudo, al ver cómo el hombre aparecía de repente ante él.-...aría saberlo...-terminó, con la voz ahora algo temblorosa y sin poder apartar los ojos de él. Ahora que se fijaba bien, no había visto a alguien así en su vida. No sabría cómo describirlo, tan...¿distinto? ¿único? Tan misterioso, tan fascinante, con ese cuerp...
"¡Jarod ostia, eres tonto o qué!" él sí que era un crack, le seguía un tipo hasta su casa después de haberle roto una obra, con claras intenciones de robarle, y él pensando esas cosas. Lo que en ese momento estaba meditando seriamente era el ir a darse cabezazos contra la pared.
Cuando el tipo le dijo lo de entrar a casa Jarod no reaccionó, como si se tratara de una estatua. Pero un silbido lo sacó de su ensimismamiento, y en un momento, una extraña nube negra no muy lejos, precisamente encima del bosque, captó su atención. Parecía como si se estuviera acercando con asombrosa velocidad, y a la vez que se acercaba, a Jarod le parecía estar empezando a escuchar sonidos extraños. ¿Qué demonios...? ¿Graznidos?
"Joder..." fue el único pensamiento que cruzó por su mente antes de quedarse en blanco a ver tal ejército de aves posarse alrededor de su casa. Miró a todos lados y vio todo repleto de miles de pájaros, miles de ojos alargados clavados en él. Retrocedió un paso instintivamente, ahora sí, con miedo.
Miró fugazmente al hombre, sin poder ocultar esa expresión, y sin más opción, abrió la puerta de su casa, permitiéndole entrar. La entrada era un hall enorme, donde había un acceso a unas escaleras muy amplias y alrededor, puertas para las demás habitaciones. Jarod avanzó hasta estar cerca del pie de las escaleras, donde se giró hacia el tipo. ¿Y ahora qué haria? La situación le parecía demasiado surrealista para ser verdad...
No sabía nada de aquel hombre, pero algo tenía seguro, no era "normal". Y claro que él no era nadie para decir lo que era normal, anormal o lo que fuese. Pero joder... Controlaba la voluntad de las aves usándola a su antojo, y en esas, le había atracado, roto una obra, seguido hasta su propia casa, y ahora estaba dentro... Y Jarod seguía encontrándole fascinante, sin poder evitarlo.
Lo dicho, NO era normal...
Jarod le miró de reojo. En verdad le daba miedo, pero a la vez ese tipo de curiosidad ante lo desconocido, ante lo que sabes que es peligroso pero que te atrae igualmente...
-¿C...Cómo lo haces...?-Jarod se refería en sí a lo de las aves, pero una pequeña parte de él se preguntaba cómo era capaz de fascinarle de esa manera.
-Necesario no, pero me gust...-se quedó mudo, al ver cómo el hombre aparecía de repente ante él.-...aría saberlo...-terminó, con la voz ahora algo temblorosa y sin poder apartar los ojos de él. Ahora que se fijaba bien, no había visto a alguien así en su vida. No sabría cómo describirlo, tan...¿distinto? ¿único? Tan misterioso, tan fascinante, con ese cuerp...
"¡Jarod ostia, eres tonto o qué!" él sí que era un crack, le seguía un tipo hasta su casa después de haberle roto una obra, con claras intenciones de robarle, y él pensando esas cosas. Lo que en ese momento estaba meditando seriamente era el ir a darse cabezazos contra la pared.
Cuando el tipo le dijo lo de entrar a casa Jarod no reaccionó, como si se tratara de una estatua. Pero un silbido lo sacó de su ensimismamiento, y en un momento, una extraña nube negra no muy lejos, precisamente encima del bosque, captó su atención. Parecía como si se estuviera acercando con asombrosa velocidad, y a la vez que se acercaba, a Jarod le parecía estar empezando a escuchar sonidos extraños. ¿Qué demonios...? ¿Graznidos?
"Joder..." fue el único pensamiento que cruzó por su mente antes de quedarse en blanco a ver tal ejército de aves posarse alrededor de su casa. Miró a todos lados y vio todo repleto de miles de pájaros, miles de ojos alargados clavados en él. Retrocedió un paso instintivamente, ahora sí, con miedo.
Miró fugazmente al hombre, sin poder ocultar esa expresión, y sin más opción, abrió la puerta de su casa, permitiéndole entrar. La entrada era un hall enorme, donde había un acceso a unas escaleras muy amplias y alrededor, puertas para las demás habitaciones. Jarod avanzó hasta estar cerca del pie de las escaleras, donde se giró hacia el tipo. ¿Y ahora qué haria? La situación le parecía demasiado surrealista para ser verdad...
No sabía nada de aquel hombre, pero algo tenía seguro, no era "normal". Y claro que él no era nadie para decir lo que era normal, anormal o lo que fuese. Pero joder... Controlaba la voluntad de las aves usándola a su antojo, y en esas, le había atracado, roto una obra, seguido hasta su propia casa, y ahora estaba dentro... Y Jarod seguía encontrándole fascinante, sin poder evitarlo.
Lo dicho, NO era normal...
Jarod le miró de reojo. En verdad le daba miedo, pero a la vez ese tipo de curiosidad ante lo desconocido, ante lo que sabes que es peligroso pero que te atrae igualmente...
-¿C...Cómo lo haces...?-Jarod se refería en sí a lo de las aves, pero una pequeña parte de él se preguntaba cómo era capaz de fascinarle de esa manera.
Invitado- Invitado
Re: Residencia de los Redfield
¿Aquel tipo qué estaba haciendo exactamente? ¿Un scanner? Helios casi había podido sentir los ojos del pintor clavarse en su cuerpo y rastrear por completo toda su estructura, como buscando alguna explicación a todo lo que le estaba aconteciendo aquella noche. Se había sentido inquieto, no le había gustado lo más mínimo sentirse observado de esa forma. En general, los acusadores ojos de los "humanos" (Pues Helios a sí mismo se consideraba un hombre pájaro, un ser más de su amado Cielo) se le hacían totalmente cínicos e hipócritas, totalmente faltos de esa supuesta humanidad que tanto esgrimían frente al mundo animal. El puro y cristalino ojo de un pájaro le transmitían mucha más emoción que cualquier otro.
Finalmente, el joven pareció averiguar lo que le convenía, y se dirigió a la puerta con pasos nerviosos. De forma totalmente distinta, seria y férrea, Helios se dirigió a la entrada de la casa, que el pintor ya había abierto, y que mantenía abierta, en espera. Iba a entrar en un terreno desconocido en el que podía encontrarse con algo de valor, pero también con algún peligro. Era posible que en la casa hubiese algún tipo de sistema de defensa, o incluso puede que en el fondo sí que hubiese alguien más dentro, durmiendo o, simplemente, a oscuras. Y Helios no iba a sumergirse en un lugar inexplorado sin un guardaespaldas. Ni loco.
Antes de llegar, el ladrón ocultó el labio inferior tras sus dientes, y emitió otro gutural sonido, entornando algún lugar cercano al tejado con su ojo. De entre los cientos de aves que presenciaban la escena sobre el jardín, una grande, negra, de amplias alas y un afilado pico, saltó al vuelo en dirección a Helios.
Mientras caminaba, ya casi al lado del pintor, un enorme halcón de color negro se posó en su hombro, emitiendo un graznido metálico y áspero. Como un grito de guerra. Y ahora, ya bien armado, entró en la casa con aire señorial, como un rey entraría en su palacio.
En el interior, todo permanecía a oscuras. Helios caminó con cautela, elevando una mano enguantada en cuero y metal, y acariciando con dulzura el pecho del halcón, mientras paseaba su único ojo por los amplios techos de la estancia. Se sentía inquieto, como en una jaula. No percibía el viento, ni el olor a bosque, pero, al levantar un poco la vista, pudo ver en los ventanales a todos los pájaros que antes había llamado a la batalla, totalmente quietos, siguiendo a Helios con la mirada. Ofreciéndole protección incluso dentro de la mansión.
-No des la luz -ordenó monocorde, parándose en el centro de la estancia.
Sí, desde luego, no se había equivocado en sus anteriores cábalas. Aquel lugar debía de estar lleno de oro, de joyas, de plata, y demás. También habría por allí objetos electrónicos, televisores, ordenadores, y cosas así, pero a Helios no le interesaba esa clase de aparatos. Él no metía la mano en el mundo del hombre moderno y civilizado, a diferencia de hombre moderno y civilizado en sí, que sí que metía la mano en su mundo. Para destrozarlo, en casi todos los casos.
Helios se llevaría joyas, pieles, comida y dinero en efectivo. Nada más.
La voz del chico le sacó de su ensimismamiento. Helios se giró hacia él, a media sonrisa. Nunca le había revelado a nadie (entre otras cosas, porque no conocía a nadie) el secreto de su poder. Tampoco él sabía explicarlo. Solo sabía que su mente, y las mentes de los pájaros, estaban conectadas.
Si Helios les pedía que formasen un gigantesco aro que girase a una velocidad suficiente como para serrar un edificio y partirlo por la mitad, los pájaros formarían el aro, alcanzarían la rapidez de vuelo oportuna, y serrarían los edificios que el ladrón pidiese. Si les pedía que revoloteasen en el aire hasta formar la gigantesca forma de un ser humano, las aves formarían el mejor cuerpo humano posible y arrasarían cuanto fuese menester para Helios. Simplemente, sus deseos eran órdenes para los pájaros, y su forma de manifestarlos era mediante su mismo idioma. Mediante silbidos de entrenamiento. ¿El cómo había desarrollado esos silbidos y cómo había aprendido a utilizar bien aquel poder? ¿La razón por la cual lo había volcado al mundo del crimen?
Eso era parte de una historia que Helios guardaba muy en secreto.
-Amando el arte -respondió en un suave susurro de voz. Halcón aún en su hombro, el ladrón acortó la distancia hasta detenerse a pocos centímetros del pintor, asegurándose de que primero: la puerta estaba bien cerrada. Segundo: sus pájaros pudiesen tener un buen campo de visión de todo cuanto ocurría.
Clavó su único ojo negro y amarillo en los ambarinos del otro, perdiéndose levemente en ellos-. Oro, plata, piel, dinero -enumeró secamente, con un tono que casi parecía un látigo-. todo cuanto haya en esta casa, en un saco, o bolsa, o lo que sea -elevó un poco su ojo, a las ventanas-. Y después iremos al lugar donde guardes al comida -hizo una pausa aún acariciando el cuerpo de halcón, que mantenía su vista fija en el muchacho, hinchando el pecho mientras respiraba con tranquilidad-. O les ordenaré que te maten -concluyó con total calma.
Las cosas estaban claras, y Helios esperaba no tener que repetirlas. Por supuesto, podía haber dado la orden a sus aves de que destruyesen las ventanas y registrasen la casa en busca de todo aquello brillante o que desprendiese olor a cuero. Pero era tarde, montarían alboroto y seguramente los vecinos podrían avisar a la policía. La extorsión era un método mucho más factible, sigiloso y discreto.
En ese momento, un dolor punzante atacó su estómago sin emitir ningún sonido. Llevaba mucho tiempo sin comer decentemente, y la manzana que estaba transitando por el interior de su cuerpo no hacía más que abrir su apetito con mayor voracidad.
-Primero iremos a donde haya comida -se corrigió a sí mismo, sin amabilizar lo más mínimo su expresión. El chico estaba a escaso medio metro de él, pero todo estaba a oscuras. No iba a sonreír, pero si lo hiciese, tampoco se le vería. Qué más daba...
Finalmente, el joven pareció averiguar lo que le convenía, y se dirigió a la puerta con pasos nerviosos. De forma totalmente distinta, seria y férrea, Helios se dirigió a la entrada de la casa, que el pintor ya había abierto, y que mantenía abierta, en espera. Iba a entrar en un terreno desconocido en el que podía encontrarse con algo de valor, pero también con algún peligro. Era posible que en la casa hubiese algún tipo de sistema de defensa, o incluso puede que en el fondo sí que hubiese alguien más dentro, durmiendo o, simplemente, a oscuras. Y Helios no iba a sumergirse en un lugar inexplorado sin un guardaespaldas. Ni loco.
Antes de llegar, el ladrón ocultó el labio inferior tras sus dientes, y emitió otro gutural sonido, entornando algún lugar cercano al tejado con su ojo. De entre los cientos de aves que presenciaban la escena sobre el jardín, una grande, negra, de amplias alas y un afilado pico, saltó al vuelo en dirección a Helios.
Mientras caminaba, ya casi al lado del pintor, un enorme halcón de color negro se posó en su hombro, emitiendo un graznido metálico y áspero. Como un grito de guerra. Y ahora, ya bien armado, entró en la casa con aire señorial, como un rey entraría en su palacio.
En el interior, todo permanecía a oscuras. Helios caminó con cautela, elevando una mano enguantada en cuero y metal, y acariciando con dulzura el pecho del halcón, mientras paseaba su único ojo por los amplios techos de la estancia. Se sentía inquieto, como en una jaula. No percibía el viento, ni el olor a bosque, pero, al levantar un poco la vista, pudo ver en los ventanales a todos los pájaros que antes había llamado a la batalla, totalmente quietos, siguiendo a Helios con la mirada. Ofreciéndole protección incluso dentro de la mansión.
-No des la luz -ordenó monocorde, parándose en el centro de la estancia.
Sí, desde luego, no se había equivocado en sus anteriores cábalas. Aquel lugar debía de estar lleno de oro, de joyas, de plata, y demás. También habría por allí objetos electrónicos, televisores, ordenadores, y cosas así, pero a Helios no le interesaba esa clase de aparatos. Él no metía la mano en el mundo del hombre moderno y civilizado, a diferencia de hombre moderno y civilizado en sí, que sí que metía la mano en su mundo. Para destrozarlo, en casi todos los casos.
Helios se llevaría joyas, pieles, comida y dinero en efectivo. Nada más.
La voz del chico le sacó de su ensimismamiento. Helios se giró hacia él, a media sonrisa. Nunca le había revelado a nadie (entre otras cosas, porque no conocía a nadie) el secreto de su poder. Tampoco él sabía explicarlo. Solo sabía que su mente, y las mentes de los pájaros, estaban conectadas.
Si Helios les pedía que formasen un gigantesco aro que girase a una velocidad suficiente como para serrar un edificio y partirlo por la mitad, los pájaros formarían el aro, alcanzarían la rapidez de vuelo oportuna, y serrarían los edificios que el ladrón pidiese. Si les pedía que revoloteasen en el aire hasta formar la gigantesca forma de un ser humano, las aves formarían el mejor cuerpo humano posible y arrasarían cuanto fuese menester para Helios. Simplemente, sus deseos eran órdenes para los pájaros, y su forma de manifestarlos era mediante su mismo idioma. Mediante silbidos de entrenamiento. ¿El cómo había desarrollado esos silbidos y cómo había aprendido a utilizar bien aquel poder? ¿La razón por la cual lo había volcado al mundo del crimen?
Eso era parte de una historia que Helios guardaba muy en secreto.
-Amando el arte -respondió en un suave susurro de voz. Halcón aún en su hombro, el ladrón acortó la distancia hasta detenerse a pocos centímetros del pintor, asegurándose de que primero: la puerta estaba bien cerrada. Segundo: sus pájaros pudiesen tener un buen campo de visión de todo cuanto ocurría.
Clavó su único ojo negro y amarillo en los ambarinos del otro, perdiéndose levemente en ellos-. Oro, plata, piel, dinero -enumeró secamente, con un tono que casi parecía un látigo-. todo cuanto haya en esta casa, en un saco, o bolsa, o lo que sea -elevó un poco su ojo, a las ventanas-. Y después iremos al lugar donde guardes al comida -hizo una pausa aún acariciando el cuerpo de halcón, que mantenía su vista fija en el muchacho, hinchando el pecho mientras respiraba con tranquilidad-. O les ordenaré que te maten -concluyó con total calma.
Las cosas estaban claras, y Helios esperaba no tener que repetirlas. Por supuesto, podía haber dado la orden a sus aves de que destruyesen las ventanas y registrasen la casa en busca de todo aquello brillante o que desprendiese olor a cuero. Pero era tarde, montarían alboroto y seguramente los vecinos podrían avisar a la policía. La extorsión era un método mucho más factible, sigiloso y discreto.
En ese momento, un dolor punzante atacó su estómago sin emitir ningún sonido. Llevaba mucho tiempo sin comer decentemente, y la manzana que estaba transitando por el interior de su cuerpo no hacía más que abrir su apetito con mayor voracidad.
-Primero iremos a donde haya comida -se corrigió a sí mismo, sin amabilizar lo más mínimo su expresión. El chico estaba a escaso medio metro de él, pero todo estaba a oscuras. No iba a sonreír, pero si lo hiciese, tampoco se le vería. Qué más daba...
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Re: Residencia de los Redfield
Jarod se giró por completo para mirar al ladrón, a pesar de no verle a causa de la oscuridad. ¿Amando el arte? Se quedó embobado dándole vueltas a esa respuesta. Él también amaba el arte, por encima de muchas cosas, era su manera de escaprse, de expresarse, su todo y su nada a la vez. Aunque sospechaba que no lo veían de igual manera... Pues ese hombre, según había dicho, era artista, y la verdad mucho arte debía tener para controlar a la aves...pero se había inclinado a utilizar el arte de manera negativa. ¿por qué?
”¿Y por qué coño le doy tantas vueltas? Ni que me interesara...” sacudió la cabeza, molesto consigo mismo. Clavó los ojos en los del ladrón, en esos ojos tan misteriosos y atray...
“¡RAROS, JAROD, SON RAROS, Y SON LOS OJOS DEL TIPO QUE TE ESTÁ ROBANDO COÑO!”
Al escuchar lo del oro y demás, no dijo nada, la verdad se lo temía, y tampoco pensaba intentar escaparse, no era masoquista. Además, lo que él le había pedido que robara era todo de sus padres. Y él no iba a lamentar las pérdidas...
Pero bueno, parecía que primero quería comer... Le volvió a mirar de reojo. ¿Pero dónde viviría? ¿En el bosque...? Seguramente pasaría hambre...
”JAROD, DIRECTAMENTE, MÉTETE EN LA TAZA DEL VÁTER Y TIRA DE LA CADENA.” Se dirigió a la cocina, a paso no muy rápido para que el ladrón lo siguiera. Llegaron a un pasillo, donde el suelo era de madera. Jarod miró alrededor. No, no iba a resonar mucho...
-No te preocupes, solo lo oirás tú.-avisó, para detenerse de golpe en medio del pasillo que llevaba a la cocina.-¡¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAH!!!-pegó semejante grito que retumbaron las paredes. No lo hizo para que acudiera nadie, solo que se había enrabietado consigo mismo y había tenido la urgente necesidad de liberar todo ese cabreo.-Gracias.-añadió, y entraron en la cocina.
Se trataba de una amplia cocina, de las modernas e inteligentes, por así decirlo. Avanzó hasta la vitrocerámica y cogió la cazuela que él mismo había preparado al mediodía. Hacía ya años que sabía cocinar, y muy bien además. Como podía decirse que prácticamente vivía solo, pues él mismo aprendió a arreglárselas.
Dejó la cazuela en la mesa y quitó la tapa. El aroma de la comida inundó la cocina. Eran albóndigas caseras. No sabía si le gustarían, incluso dudaba de que las hubiera probado alguna vez, pero qué más daba... Él se cogió una manzana roja del cuenco de la fruta y le dio un mordisco. Estaba tan ácida...le encantaba ese sabor. Incluso parecía haberse olvidado que estaba en la misma habitación con un ladrón peligroso.
Volvió a alzar la cabeza, de nuevo con disimulo, para mirarle. Podía distinguir su figura en la semi oscuridad.
-Buen provecho.-dijo, para en el mismo momento de soltarlo, mirar a otro lado, de nuevo cabreado consigo mismo.
”JAROD REDFIELD, ERES I-M-B-É-C-I-L” bufó en bajo. En sí no lo era, solo era educado. El problema era que estaba siendo educado con un delincuente.
”¿Y por qué coño le doy tantas vueltas? Ni que me interesara...” sacudió la cabeza, molesto consigo mismo. Clavó los ojos en los del ladrón, en esos ojos tan misteriosos y atray...
“¡RAROS, JAROD, SON RAROS, Y SON LOS OJOS DEL TIPO QUE TE ESTÁ ROBANDO COÑO!”
Al escuchar lo del oro y demás, no dijo nada, la verdad se lo temía, y tampoco pensaba intentar escaparse, no era masoquista. Además, lo que él le había pedido que robara era todo de sus padres. Y él no iba a lamentar las pérdidas...
Pero bueno, parecía que primero quería comer... Le volvió a mirar de reojo. ¿Pero dónde viviría? ¿En el bosque...? Seguramente pasaría hambre...
”JAROD, DIRECTAMENTE, MÉTETE EN LA TAZA DEL VÁTER Y TIRA DE LA CADENA.” Se dirigió a la cocina, a paso no muy rápido para que el ladrón lo siguiera. Llegaron a un pasillo, donde el suelo era de madera. Jarod miró alrededor. No, no iba a resonar mucho...
-No te preocupes, solo lo oirás tú.-avisó, para detenerse de golpe en medio del pasillo que llevaba a la cocina.-¡¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAH!!!-pegó semejante grito que retumbaron las paredes. No lo hizo para que acudiera nadie, solo que se había enrabietado consigo mismo y había tenido la urgente necesidad de liberar todo ese cabreo.-Gracias.-añadió, y entraron en la cocina.
Se trataba de una amplia cocina, de las modernas e inteligentes, por así decirlo. Avanzó hasta la vitrocerámica y cogió la cazuela que él mismo había preparado al mediodía. Hacía ya años que sabía cocinar, y muy bien además. Como podía decirse que prácticamente vivía solo, pues él mismo aprendió a arreglárselas.
Dejó la cazuela en la mesa y quitó la tapa. El aroma de la comida inundó la cocina. Eran albóndigas caseras. No sabía si le gustarían, incluso dudaba de que las hubiera probado alguna vez, pero qué más daba... Él se cogió una manzana roja del cuenco de la fruta y le dio un mordisco. Estaba tan ácida...le encantaba ese sabor. Incluso parecía haberse olvidado que estaba en la misma habitación con un ladrón peligroso.
Volvió a alzar la cabeza, de nuevo con disimulo, para mirarle. Podía distinguir su figura en la semi oscuridad.
-Buen provecho.-dijo, para en el mismo momento de soltarlo, mirar a otro lado, de nuevo cabreado consigo mismo.
”JAROD REDFIELD, ERES I-M-B-É-C-I-L” bufó en bajo. En sí no lo era, solo era educado. El problema era que estaba siendo educado con un delincuente.
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Re: Residencia de los Redfield
Siguió al pintor al paso, sin hablar ni hacer nada más que prolongar las caricias al precioso halcón negro que descansaba sobre su hombro. Helios era un pensador, además de un artista y un peligroso asesino, y conocía (o más bien, sabía reconocer) cuando estaba en compañía de alguien que estaba devanándose los sesos por alguna razón. El pintor parecía ausente, guiándole de forma automática por unos pasillos por los que ya aparentaba haber transitado tantas veces que no necesitaba de consciencia para no perderse. Podía perfectamente evadir su mente, y seguir moviendo los pies de forma perfecta en dirección al lugar al que parecían estar yendo; La cocina.
A Helios no le hacía gracia el detalle de haber tenido que anteponer sus planes criminales al hambre, pero realmente, estaba que no aguantaba más. Sentía un agujero enorme en el estómago, un agujero que iba tragándose poco a poco su cuerpo desde dentro. Comería un poco, le daría algo de comer a su guardaespaldas, aún aleteando en su hombro, y se pondría manos a la obra. Robar, y escapar.
Él mismo se perdió en sus cavilaciones durante un segundo. ¿En qué estaría pensando el rehén? ¿En escapar? No, parecía tranquilo, y su mirada estaba fija. Si estuviese planeando una huida, sus ojos irían bailando de ventana en ventana, o de puerta en puerta. ¿Entonces en qué? ¿En como reducirle? No tenía oportunidad alguna. Si golpeaba o atacaba a Helios, los pájaros se lanzarían en picado hacia él. Le arrancarían la lengua, le sacarían los ojos, y se comerían su rostro a picotazos, amen de destruír una a una todas sus articulaciones con contundentes golpes de ala. No era una opción inteligente en realidad.
Iban por un pasillo, totalmente a oscuras, y relativamente tranquilo. Hasta que Helios escuchó la advertencia del otro, haciendo que se pusiese en tensión y activase todos sus sentidos, tanto humanos como aviares. ¿Qué solo lo oiría él? ¿El qué?. Helios levantó el brazo, dando un paso atrás.
El halcón saltó de su hombro a su antebrazo, abriendo las alas y chasqueando el pico amenazadoramente. No quería, pero si no le dejaban otra salida, Helios lanzaría al ave contra el pintor. Fue a decirle "No hagas ni un solo movimiento" cuando, justo en ese momento, el joven chilló. Pero como un maldito loco, además.
Helios compuso un gesto de clarísimo flipe, de no entender nada, de haberse quedado helado con semejante actuación, tan de repente. Empezó a lanzar miradas nerviosas a los alrededores mientras que el otro seguía aullando.
¿Estaría intentando avisar a alguien dentro o fuera de la casa?. Perfectamente podía estar pidiendo ayuda. Ensombreciendo la mirada, Helios echó el brazo atrás apuntando fijamente a sus ojos, con lo que el halcón se preparó para emprender el vuelo en dirección a la carita de pintor cuando, de pronto, este paró de gritar.
"Gracias" dijo tras callarse, dejando al ladrón en postura de ir a atacar, y al ave con sus alas desplegadas abrazándole, amos esféricamente alucinados. Es decir, mirases por donde mirases, Helios y su halcón estaban totalmente alucinados. Amo y ave intercambiaron una significativa mirada. "Este tío tiene pájaros en la cabeza"
El pintor hizo incursión en una habitación a oscuras, pero Helios, envuelto en las sombras del lugar, y al brillo de su dorado ojo, no movió ni un musculo.
-No se, ni me interesa, la razón por la que hayas chillado, pero si alguien viene en tu ayuda, los pájaros irán directos a por él. Y créeme... chillará mucho más que tú -explicó con calma. No era una amenaza, si no una simple y llana realidad-. Aquel a quien hayas podido llamar, está condenado -concluyó, ladeando un poco la cabeza hacia su pájaro. Genial, se sentía engañado por aquel chaval.
Le había dicho que no lo iba a oír nadie... Bueno, tal vez lo hubiese hecho para liberar tensión acumulada, o algo así. Definitivamente aquel tío era raro.
Entró en la cocina con paso señorial, precedido por el aleteo de su halcón, estudiando todo cuanto le rodeaba. Había toda clase de máquinas extrañas que, Helios recordaba, no existían en los poblados y aldeas indias que había conquistado en anteriores ocasiones. Parecían elementos para conservar y cocinar la comida. No atrajeron demasiado el interés del artista.
Pero hubo algo que si captó su atención nada más poner un pie en aquel aséptico lugar; un aroma, un olorcillo a carne cocinada y a salsa que invadió su nariz. Olisqueó con un poco más de descaro, percibiendo el origen de dicho rastro. Helios se acercó a paso rápido a una cazuela situada sobre una mesa, a pocos metros de allí, a rebosar de albóndigas. Vale, adiós miramientos, adiós elegancia, adiós misterio. Saltó sobre la mesa -asemejando a una enorme y estrambótica ave aterrizando sobre una presa-, elevó una mano, y la hundió por completo en el potingue, extrayendo dos o tres albóndigas.
De allí, fue cogiendo con la otra mano, uno a uno, los pedazos de carne, comiéndose él uno, y dándole algún que otro pequeño cacho al halcón de su hombro.
-Muchas gracias -respondió inconscientemente en un tono educado y claro, al mismo tiempo que pensaba en lo rica que estaba aquella cena, y en el frío que debía de hacer fuera de la base, en aquellas montañas de blaaaaaancas y esponjosas nubes de nevisca que se veían a través de las cristaleras.
De pronto abrió mucho su ojo, como víctima de un shock. No, maldición, aquello otra vez no... Sacudió la cabeza, intentando eliminar esos viejos recuerdos, grabados a fuego en su cabeza, de su mente. Todo eso debía quedar atrás.
Tomó otra albóndiga y se la metió en la boca, aún conservando algo de elegancia. No parecía estar acudiendo nadie, ni parecía venir ayuda. Entornó al muchacho con la vista, apoyado sobre una de las encimeras, con gesto curioso. ¿Por qué era tan educado con él? Estaba robándole y secuestrándole, no era por nada. No esperaba ser tratado con hospitalidad, pero vaya, tampoco era previsible recibir una bienvenida así, con comida y hasta buenos deseos de digestión. Sonrió, conteniendo una pequeña risa.
-No parece que tengas miedo -dijo con voz acariciadora, casi amable-. lo tienes, pero no lo parece -se sentó en la mesa, dejando que una de sus piernas colgase, mientras que la otra la recogió contra el pecho. El halcón bajó a la mesa, mordisqueando ruidosamente la madera rebañada en salsa-. ¿Cómo te llamas? -preguntó.
No estaba bajando la guardia para nada, porque, de hecho, en las ventanas de la cocina se estaban acumulando decenas de pájaros que, con el rostro pegado al cristal, observaban curiosos la escena. Helios les dedicó un gesto de calma con la mano, con lo que las aves se tranquilizaron un tanto.
Helios- Alma sin experiencia alguna
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Re: Residencia de los Redfield
La manzana estaba riquísima. Jarod estaba deleitándose tanto con su sabor que se olvidó de la presencia del hombre, y por lo tanto no vio susalvaje manera de comer. Mejor dicho engullir... Pero miró hacia donde él estaba al oir que le daba las gracias. Jarod entonces bajó la mirada, sin saber qué decir.
No, mejor no decía nada, porque llevaba un plan que la estaba cagando cada vez que soltaba algo. Lo mejor sería incluso dejar de pensar, mira, se lo apuntaría en tareas pendientes junto a tener buena suerte e intentar no ser tan cobarde.
Volvió a bajar la mirada cuando él le habló. Y ahora, vete tú a saber porqué, se sentía abochornado. ¿Miedo? No me digas, claro que lo tenía, si no lo hubiera tenido ahora estaría muerto... Pero lo que más miedo le daba no era que le estuviera robando o estar amenazándolo con miles de pájaros bajo su control Lo que le daba miedo era que ese hombre despertaba su curiosidad. Era diferente, como si se tratara de un tipo de arte que no conociera, que escapaba de su conocimiento y que solo pudiese aprenders...
"BASTA POR DIOS, BASTA..." ya no podía parar de comerse la cabeza, incluso empezaba a sentirse mal, le temblaban las manos, notaba su corazón más acelerado que de costumbre.
"Me están atracando, ¿acaso puedo estar tranquilo?" se dijo a sí, mismo, intentando auto-convencerse de eso cuando en realidad quién le ponía nervioso era él. Le daba miedo sentir tanta curiosidad por alguien tan peligroso.
Se sorprendió cuando le preguntó por su nombre, y a la vez, notó un extraño calor repentino en la cara.
-J...Jarod.-titubeó, dudoso. ¿A qué venía la pregunta? Él desde luego no se lo iba a preguntar. Joder, ni que se estuvieran tomando un café tan tranquilos charlando como si fuesen amigos. Callado, así era como estaba más guapo.
Aún sintiendo que el calor que invadía sus mejillas no se iba, rodeó la mesa donde el extraño ladrón comía, para poder coger una bolsa. Pero justo cuando pasaba a un lado del extraño ladrón, tropezó con algo, con estruendo, precipitándose directamente al suelo. No era la primera vez que le pasaba, era un patoso, sí, pero nada más chocar contra aquella silla se cagó mentalmente en sus padres y en todos sus muertos.
No, mejor no decía nada, porque llevaba un plan que la estaba cagando cada vez que soltaba algo. Lo mejor sería incluso dejar de pensar, mira, se lo apuntaría en tareas pendientes junto a tener buena suerte e intentar no ser tan cobarde.
Volvió a bajar la mirada cuando él le habló. Y ahora, vete tú a saber porqué, se sentía abochornado. ¿Miedo? No me digas, claro que lo tenía, si no lo hubiera tenido ahora estaría muerto... Pero lo que más miedo le daba no era que le estuviera robando o estar amenazándolo con miles de pájaros bajo su control Lo que le daba miedo era que ese hombre despertaba su curiosidad. Era diferente, como si se tratara de un tipo de arte que no conociera, que escapaba de su conocimiento y que solo pudiese aprenders...
"BASTA POR DIOS, BASTA..." ya no podía parar de comerse la cabeza, incluso empezaba a sentirse mal, le temblaban las manos, notaba su corazón más acelerado que de costumbre.
"Me están atracando, ¿acaso puedo estar tranquilo?" se dijo a sí, mismo, intentando auto-convencerse de eso cuando en realidad quién le ponía nervioso era él. Le daba miedo sentir tanta curiosidad por alguien tan peligroso.
Se sorprendió cuando le preguntó por su nombre, y a la vez, notó un extraño calor repentino en la cara.
-J...Jarod.-titubeó, dudoso. ¿A qué venía la pregunta? Él desde luego no se lo iba a preguntar. Joder, ni que se estuvieran tomando un café tan tranquilos charlando como si fuesen amigos. Callado, así era como estaba más guapo.
Aún sintiendo que el calor que invadía sus mejillas no se iba, rodeó la mesa donde el extraño ladrón comía, para poder coger una bolsa. Pero justo cuando pasaba a un lado del extraño ladrón, tropezó con algo, con estruendo, precipitándose directamente al suelo. No era la primera vez que le pasaba, era un patoso, sí, pero nada más chocar contra aquella silla se cagó mentalmente en sus padres y en todos sus muertos.
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Re: Residencia de los Redfield
Aquel chico cada vez llamaba más la atención de Helios. Parecía totalmente sosegado, incluso aburrido, ahí apoyado sobre la encimera de la cocina a la que habían llegado juntos, pero al mismo tiempo, el ladrón percibía en él un nerviosismo que se desataba cada vez que o posaba la mirada en él, o tenía que hablar. Era como si el simple hecho de estar siendo atracado diese igual, y lo único que importase fuese que el artífice de ese atraco fuese Helios.
Eso le hizo sentirse un tanto rechazado personalmente. Si tenían que rechazarle, que fuese englobando sus actos, y no por sí mismo. Qué gracioso, igual hubiese preferido ser atacado por un asesino de estos que queman, acuchillan o disparan directamente a sus víctimas.
Si no le gustaba la visión que Helios ofrecía, que no mirase, y listo.
Aún así, el interés que el pintor despertaba en Helios seguía allí. Mientras que el ladrón iba recogiendo una a una las albóndigas, introduciendo su guante de acero en la cazuela y llevándoselas a su boca, y al pico de su halcón respectivamente, su único ojo ámbar giraba inconscientemente hacia su víctima. Y se planteaba seriamente las razones por las cuales le había perseguido desde el bosque en el que habitaba. ¿Tenía pensado robar desde un principio? No, desde luego. Ni siquiera había tenido ganas de atracar, porque, realmente, en ese momento no lo necesitaba.
Estaba en una de esas etapas en las que, totalmente tranquilo y en paz consigo mismo, Helios hacía una vida plenamente natural, alejada de los bienes materiales, y más cercana a los pájaros y al bosque en sí.
Simplemente... hm, había llamado su atención. Se extrañaba incluso de no haberse escondido nada más verlo acercarse con su lienzo a las proximidades de la secuoya en la que se habían encontrado por primera vez. Pero mira, ya que estaba, pues hurtaría un rato.
Se extrañaba de estar siendo, en definitiva, tan amable y permisivo con el pintor.
Escuchó el nombre de su víctima por primera vez, mientras acercaba una albóndiga al pico del halcón. No pensaba decir el suyo, al menos de momento, y a no ser que el otro se lo preguntase, tampoco lo revelaría más adelante. No olvidaba que era un criminal en aquella casa, y debía dar los mínimos datos de sí mismo. Aunque cierto era que la policía tampoco tenía a ningún "Helios" que controlase a los pájaros en sus registros civiles. De poco le iba a servir saberlo, más que para dirigirse a él con propiedad.
-Es un nombre un poco extraño -objetó, sintiendo como el pedazo de carne escapaba de sus dedos, cazada por el pico de su halcón. Le gustaba más el suyo propio. De hecho, le encantaba su nombre, pero Jarod... Sonaba un poco repipi. Y Helios odiaba todo lo repipi, todo lo recargado, las fiestas fastuosas, todas esas directrices y protocolos... Se le hacían tan vulgares, tan descaradamente excusadoras de flirteos o pavoneos sin ningún tipo de significado... En fin, venían a ser grandes habitaciones decoradas de forma hortera, donde se reunían varios horteras, a debatir sobre quien de ellos era el más hortera de entre los horteras presentes.
Eso sí, solían llevar encima joyas y cantidades de dinero que podían aprovecharse. Era divertido atracar a los pijos, casi más que atracar a transeúntes normales. Los gritos que proferían eran la mar de graciosos, aunque Helios, al escucharlos, no se riese lo más mínimo.
Sumido en sus pensamientos, percibió al instante el movimiento de Jarod, que se había levantado y se dirigía a algún lugar. Helios tensó todo su cuerpo, deteniéndose, alzando la cabeza como un águila a punto de despegar, y clavando la mirada en el pintor. Habría dicho "No te muevas", al igual que antes habría dicho que no hiciese ni un solo movimiento, pero no lo hizo. Le estaba permitiendo demasiado a aquel chaval.
Al mirarle, se percató de algo... ¿Estaba rojo?
El fuerte ruido hizo que Helios prácticamente saltase del mueble, asustado. Se impulsó hacia atrás por impulso, haciendo una pirueta en el aire con su cuerpo, mientras que su halcón salía disparado de su antebrazo para revolotear por el techo, graznando descontrolado. El ladrón aterrizó en el suelo, con gesto cauto, mirando en todas partes, y justo entonces, lo vio.
El estúpido de Jarod había debido tropezar con aquellas cosas en las que se sentaba la gente, y estaba a punto de caer al suelo, a escasos metros de él. Por puro instinto animal, sin explicación ni raciocinio aparentes, Helios, literalmente, se disparó en su dirección.
Su velocidad, en casos extremos, era inhumanamente prodigiosa; era imposible verle si se movía, ya que lo hacía cual centella. Por eso, tal vez, había sido imposible capturarle nunca. No solo le protegían sus pájaros, si no que el propio Helios, en movimiento, era invisible al ojo humano. En un segundo estaba en un lugar, y al segundo siguiente estaba a varios metros de distancia.
Al llegar (o mejor dicho, al "aparecer") junto a Jarod, elevó su brazo hacia arriba con presteza increíble desde su posición, sujetando el pecho del pintor con la mano totalmente abierta, y sosteniéndole ante el vacío con fuerza.
Suavemente, empezó a enderezarle frente a él, con tanta potencia en su brazo que, al hacerlo, los pies del pintor casi se despegaron del suelo. Durante unos segundos, Helios clavó su aguileña mirada en Jarod, despectivo. Qué torpe, maldito sea... Y su halcón seguía girando contra el techo. Elevó un brazo sin apartar la mirada, silbando a media voz, y el pájaro descendió obediente hasta volver a su antebrazo.
No le soltó inmediatamente, si no que, haciendo gala de un descaro monumental, se quedó estudiando sus rasgos con los gestos con los que un ave estudia a una presa. Se le hacía bastante... bastante "algo"... Helios nunca había convivido con personas, ni había mantenido un contacto directo con ellas... Debía ser que se le hacía... "Indefenso", o algún sinónimo... Como desamparado, desvalido, débil o... o tierno.
-Y tú, un poco torpe -susurró casi con cariño.
Sacudió el brazo, empujándole de nuevo contra su encimera, y le señalo con un dedo acusador.
-No te muevas de ahí -ordenó, tajante. No quería más deslices como aquel. Tenía sed, de modo que fue a la nevera, cercana a ellos, y la abrió. Tenía que percatarse de que el mayordomo no se enterase de que él estaba cogiendo comida a esas horas de la madrugada, o si no, se lo contaría a su padre, el Duque, y le castigaría en la zona de carga de la base... Pero a Helios le gustaba estar en esa zona... Lucía unos ventanales enormes, desde los que se veía la tierra firme, a muchos kilómetros por debajo de donde ellos flotaban, en su bas... En su...
Cerró los ojos con fuerza, volviendo a la realidad... Dios... Odiaba que le pasase eso, y sin embargo, le pasaba a todas horas...
El olor de algo parecido a naranja llamó su atención dentro del frigorífico. Olor que parecía provenir de dentro de una especie de recipiente de metal totalmente cerrado, en el que Helios pudo leer "Fnata" o "Fatna" o una cosa rara del estilo. La tomó con una mano, con un sonidito de metales de guante y objeto no identificado entrechocando, y cerró la nevera.
Lanzándole una discreta mirada a Jarod, de reojo, intentó abrirla, jugueteando por el dorso con sus dedos.
Pero, ¿Porqué le había sujetado? ¿Porqué no le había dejado caer, y que se levantase él solo? No lo entendía, ni tampoco entendía porqué había pensado así acerca de él. ¿Débil? ¿Indefenso? Todos estaban indefensos ante Helios, porque era imposible defenderse de la fauna animal celeste unida en guerra. Sencillamente, eran demasiados combatientes... Pero tierno...
La lata no se abría, de modo que el ladrón, resuelto, elevó su brazo, y giró su muñeca suavemente. Al instante, una afilada cuchilla de varios centímetros emergió de su muñeca, a modo de espada oculta en su guante. Solía utilizar ese elemento en casos extremos en los que no tenía espacio suficiente para maniobrar con sus aves, y tenía que defenderse en un cuerpo a cuerpo. Donde, por cierto, no se desenvolvía nada mal.
En combate, la víctima de Helios simplemente iba viendo como, a una velocidad vertiginosa, iban desgajándose pedazos de su cuerpo, como extraídos por una espada invisible.
El halcón se removió incómodo en su hombro. Podía haberle pedido a él que abriese la lata con su pico, pero a sus pájaros solo los empleaba en la batalla, núnca para fines tan vanales como aquel.
Clavó la punta del arma en la zona superior de la lata, haciendo un agujero, y con otro giro de muñeca, la cuchilla se retrajo en su guante de metal. Comenzó a beber con calma y elegancia, indignas de un simple ladrón de bosque. Era, sencillamente, como si un niño de familia bien se hubiese revelado contra todos, y se hubiese dedicado en cuerpo y alma a dos cosas; el cielo, y el crimen.
-¿Y tu familia? -preguntó, entornándole con la mirada, a medias por hablar de algo, a medias por saber de cuanto tiempo disponía. Ya había perdido suficiente.
Eso le hizo sentirse un tanto rechazado personalmente. Si tenían que rechazarle, que fuese englobando sus actos, y no por sí mismo. Qué gracioso, igual hubiese preferido ser atacado por un asesino de estos que queman, acuchillan o disparan directamente a sus víctimas.
Si no le gustaba la visión que Helios ofrecía, que no mirase, y listo.
Aún así, el interés que el pintor despertaba en Helios seguía allí. Mientras que el ladrón iba recogiendo una a una las albóndigas, introduciendo su guante de acero en la cazuela y llevándoselas a su boca, y al pico de su halcón respectivamente, su único ojo ámbar giraba inconscientemente hacia su víctima. Y se planteaba seriamente las razones por las cuales le había perseguido desde el bosque en el que habitaba. ¿Tenía pensado robar desde un principio? No, desde luego. Ni siquiera había tenido ganas de atracar, porque, realmente, en ese momento no lo necesitaba.
Estaba en una de esas etapas en las que, totalmente tranquilo y en paz consigo mismo, Helios hacía una vida plenamente natural, alejada de los bienes materiales, y más cercana a los pájaros y al bosque en sí.
Simplemente... hm, había llamado su atención. Se extrañaba incluso de no haberse escondido nada más verlo acercarse con su lienzo a las proximidades de la secuoya en la que se habían encontrado por primera vez. Pero mira, ya que estaba, pues hurtaría un rato.
Se extrañaba de estar siendo, en definitiva, tan amable y permisivo con el pintor.
Escuchó el nombre de su víctima por primera vez, mientras acercaba una albóndiga al pico del halcón. No pensaba decir el suyo, al menos de momento, y a no ser que el otro se lo preguntase, tampoco lo revelaría más adelante. No olvidaba que era un criminal en aquella casa, y debía dar los mínimos datos de sí mismo. Aunque cierto era que la policía tampoco tenía a ningún "Helios" que controlase a los pájaros en sus registros civiles. De poco le iba a servir saberlo, más que para dirigirse a él con propiedad.
-Es un nombre un poco extraño -objetó, sintiendo como el pedazo de carne escapaba de sus dedos, cazada por el pico de su halcón. Le gustaba más el suyo propio. De hecho, le encantaba su nombre, pero Jarod... Sonaba un poco repipi. Y Helios odiaba todo lo repipi, todo lo recargado, las fiestas fastuosas, todas esas directrices y protocolos... Se le hacían tan vulgares, tan descaradamente excusadoras de flirteos o pavoneos sin ningún tipo de significado... En fin, venían a ser grandes habitaciones decoradas de forma hortera, donde se reunían varios horteras, a debatir sobre quien de ellos era el más hortera de entre los horteras presentes.
Eso sí, solían llevar encima joyas y cantidades de dinero que podían aprovecharse. Era divertido atracar a los pijos, casi más que atracar a transeúntes normales. Los gritos que proferían eran la mar de graciosos, aunque Helios, al escucharlos, no se riese lo más mínimo.
Sumido en sus pensamientos, percibió al instante el movimiento de Jarod, que se había levantado y se dirigía a algún lugar. Helios tensó todo su cuerpo, deteniéndose, alzando la cabeza como un águila a punto de despegar, y clavando la mirada en el pintor. Habría dicho "No te muevas", al igual que antes habría dicho que no hiciese ni un solo movimiento, pero no lo hizo. Le estaba permitiendo demasiado a aquel chaval.
Al mirarle, se percató de algo... ¿Estaba rojo?
El fuerte ruido hizo que Helios prácticamente saltase del mueble, asustado. Se impulsó hacia atrás por impulso, haciendo una pirueta en el aire con su cuerpo, mientras que su halcón salía disparado de su antebrazo para revolotear por el techo, graznando descontrolado. El ladrón aterrizó en el suelo, con gesto cauto, mirando en todas partes, y justo entonces, lo vio.
El estúpido de Jarod había debido tropezar con aquellas cosas en las que se sentaba la gente, y estaba a punto de caer al suelo, a escasos metros de él. Por puro instinto animal, sin explicación ni raciocinio aparentes, Helios, literalmente, se disparó en su dirección.
Su velocidad, en casos extremos, era inhumanamente prodigiosa; era imposible verle si se movía, ya que lo hacía cual centella. Por eso, tal vez, había sido imposible capturarle nunca. No solo le protegían sus pájaros, si no que el propio Helios, en movimiento, era invisible al ojo humano. En un segundo estaba en un lugar, y al segundo siguiente estaba a varios metros de distancia.
Al llegar (o mejor dicho, al "aparecer") junto a Jarod, elevó su brazo hacia arriba con presteza increíble desde su posición, sujetando el pecho del pintor con la mano totalmente abierta, y sosteniéndole ante el vacío con fuerza.
Suavemente, empezó a enderezarle frente a él, con tanta potencia en su brazo que, al hacerlo, los pies del pintor casi se despegaron del suelo. Durante unos segundos, Helios clavó su aguileña mirada en Jarod, despectivo. Qué torpe, maldito sea... Y su halcón seguía girando contra el techo. Elevó un brazo sin apartar la mirada, silbando a media voz, y el pájaro descendió obediente hasta volver a su antebrazo.
No le soltó inmediatamente, si no que, haciendo gala de un descaro monumental, se quedó estudiando sus rasgos con los gestos con los que un ave estudia a una presa. Se le hacía bastante... bastante "algo"... Helios nunca había convivido con personas, ni había mantenido un contacto directo con ellas... Debía ser que se le hacía... "Indefenso", o algún sinónimo... Como desamparado, desvalido, débil o... o tierno.
-Y tú, un poco torpe -susurró casi con cariño.
Sacudió el brazo, empujándole de nuevo contra su encimera, y le señalo con un dedo acusador.
-No te muevas de ahí -ordenó, tajante. No quería más deslices como aquel. Tenía sed, de modo que fue a la nevera, cercana a ellos, y la abrió. Tenía que percatarse de que el mayordomo no se enterase de que él estaba cogiendo comida a esas horas de la madrugada, o si no, se lo contaría a su padre, el Duque, y le castigaría en la zona de carga de la base... Pero a Helios le gustaba estar en esa zona... Lucía unos ventanales enormes, desde los que se veía la tierra firme, a muchos kilómetros por debajo de donde ellos flotaban, en su bas... En su...
Cerró los ojos con fuerza, volviendo a la realidad... Dios... Odiaba que le pasase eso, y sin embargo, le pasaba a todas horas...
El olor de algo parecido a naranja llamó su atención dentro del frigorífico. Olor que parecía provenir de dentro de una especie de recipiente de metal totalmente cerrado, en el que Helios pudo leer "Fnata" o "Fatna" o una cosa rara del estilo. La tomó con una mano, con un sonidito de metales de guante y objeto no identificado entrechocando, y cerró la nevera.
Lanzándole una discreta mirada a Jarod, de reojo, intentó abrirla, jugueteando por el dorso con sus dedos.
Pero, ¿Porqué le había sujetado? ¿Porqué no le había dejado caer, y que se levantase él solo? No lo entendía, ni tampoco entendía porqué había pensado así acerca de él. ¿Débil? ¿Indefenso? Todos estaban indefensos ante Helios, porque era imposible defenderse de la fauna animal celeste unida en guerra. Sencillamente, eran demasiados combatientes... Pero tierno...
La lata no se abría, de modo que el ladrón, resuelto, elevó su brazo, y giró su muñeca suavemente. Al instante, una afilada cuchilla de varios centímetros emergió de su muñeca, a modo de espada oculta en su guante. Solía utilizar ese elemento en casos extremos en los que no tenía espacio suficiente para maniobrar con sus aves, y tenía que defenderse en un cuerpo a cuerpo. Donde, por cierto, no se desenvolvía nada mal.
En combate, la víctima de Helios simplemente iba viendo como, a una velocidad vertiginosa, iban desgajándose pedazos de su cuerpo, como extraídos por una espada invisible.
El halcón se removió incómodo en su hombro. Podía haberle pedido a él que abriese la lata con su pico, pero a sus pájaros solo los empleaba en la batalla, núnca para fines tan vanales como aquel.
Clavó la punta del arma en la zona superior de la lata, haciendo un agujero, y con otro giro de muñeca, la cuchilla se retrajo en su guante de metal. Comenzó a beber con calma y elegancia, indignas de un simple ladrón de bosque. Era, sencillamente, como si un niño de familia bien se hubiese revelado contra todos, y se hubiese dedicado en cuerpo y alma a dos cosas; el cielo, y el crimen.
-¿Y tu familia? -preguntó, entornándole con la mirada, a medias por hablar de algo, a medias por saber de cuanto tiempo disponía. Ya había perdido suficiente.
Helios- Alma sin experiencia alguna
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Localización : En los Cielos...
Fecha de inscripción : 02/12/2008
Re: Residencia de los Redfield
Un grito ahogado escapó de sus labios debido al susto, cuando, en vez de chocar contra el suelo como había esperado y como siempre le pasaba, una firme mano lo sujeto, protegiéndole del golpe, y quedándose suspendido en el aire a poca distancia del suelo. Necesito unos segundos para asimilar que era el mismo ladrón el que lo había agarrado.
Vale, pues si antes había sentido calor en la cara lo que ahora percibía eran llamas, literalmente le ardía la cara. Claro, es que esas cosas solo le pasaban a él, solo él era lo bastante torpe y gafe como para eso. Lo que le sorprendía era que el hombre lo hubiera sujetado... ¿Por qué lo había hecho?
Soltó un quejido sin querer cuando él lo enderezó con esa brusquedad, y se aguantó la respiración cuando vio el rostro del ladrón tan cerca. Sus ojos se cruzaron de lleno, y a Jarod tuvo que hacer un esfuerzo monumental para no apartar la mirada, completamente abochornado. Y no sabía porqué, y era lo que más rabia le daba, no sabía porqué le ponía tan nervioso, ahora no el hecho del atraco, sino esta vez su simple presencia cerca.
Le resultaba irracional ese sentimiento, era como ese tipo de sensaciones inexplicables que él siempre trataba de plasmar mediante el dibujo, cosas que por palabras no pueden expresarse. Cosas que solo el arte podría aclarar.
Y bueno, si antes le ardía la cara, ahora directamente se podrían freir huevos en ella, cuando oyó que le llamaba torpe. Se vio empujado contra la encimera, y al erguirse, trató de mirar a cualquier otro sitio que no fuera aquel hombre. ¿Torpe? Claro que lo era, siempre había tenido la inoportuna tendencia de tropezar con cualquier cosa, por pequeña que fuera, de resbalarse, de caerse... Siempre le daba rabia, aunque estuviera acostumbrado, pero esa vez se avergonzó tanto que no sabía donde meterse y pensando lo bien que le vendría una caja de cartón para taparse la cara y que el ladrón no se diera cuenta de que estaba más rojo que una de esas apetitosas manzanas.
Le miró por el rabillo del ojo, aún sin querer girar la cabeza debido al bochorno, cuando escuchó su pregunta. ¿Y eso a qué venía ahora? Una de dos, o quería saber si llegaría alguien o...
"Jarod, no, no pienses idioteces." sacudió la cabeza, para alejar esos pensamientos de su mente.
-Vivo solo la mayoría del año, mis padres tienden a darle más importancia al dinero que a mí...-soltó con rabia contenida, para callarse al instante, arrepentido de lo que acababa de decir. ¿Pero y ahora qué, le iba a contar su vida? Lo que faltaba... Aunque lo que había dicho era verdad, hacía tiempo ya que sus padres habían dejado de preocuparse por él. Y él hacía tiempo también que le había dejado de importar. Aunque su corazón guardaba un fuerte resentimiento contra ellos.
Y ese resentimiento era el que hacía que no le importara que ese hombre robara las cosas de sus padres. No era eso lo que le daba miedo. Le importaba menos que lo que a un asesino le importa la vida de su víctima. Era él quien le daba miedo. Por ser tan enigmáticamente atrayente.
-Verás eeeh...-¿cómo le llamaba ahora? si no sabía su nombre...-señor, voy a ser franco. Mis padres son ricos y tienen todo el dinero del mundo. Y a la vez son tan tacaños que lo guardan casi todo en bancos y sitios a los que yo no tengo acceso...-tosió, nervioso y con la voz algo temblorosa.-Te puedo dar lo que tengan, pero no será mucho...-se rascó la cabeza, pensativo.-Sígueme.
A santo de todo, no podía creerse lo que estaba haciendo. Prácticamente le estaba ayudando a robar. Bueno, le consolaba pensar que lo hacía para salvar su vida. Y además, así se desahogaría un poco jodiendo a sus padres.
Guió al ladrón sin nombre al piso de arriba, para ir a la habitación de sus padres. Pasaron primero al lado de una puerta abierta. Jarod maldijo en bajo. Era su cuarto. Y estaba hecho un desastre por cierto. Aunque lo que más destacaba era un lienzo bastante grande, firmado por él y todo. Se trataba de una imagen que había pintado en el bosque bastante tiempo atrás. Podían verse un águila enorme, posada sobre la rama de un árbol, la cual miraba hacia abajo, donde un pequeño gorrión le devolvía la mirada. Era una de las favoritas de Jarod, los colores y el sentimiento que le trasmitía se le hacían muy hermosos.
Aún así, Jarod pasó de largo, rogando que el ladrón no se fijara, no fuera a ser que se le ocurriera destruirla. Entró en la habitación de sus padres y abrió los cajones donde guardaban las joyas. Le tendió una bolsa al hombre.
-Ya te he dicho, no hay demasiado aquí, a decir verdad hay una casa aquí cerca que sí que es una mina de oro, y precisamente celebra una fiesta hoy y...
"¿JAROD TE QUIERES CALLAR?" cerró la boca de golpe. Definitivamente se estaba volviendo loco.
Vale, pues si antes había sentido calor en la cara lo que ahora percibía eran llamas, literalmente le ardía la cara. Claro, es que esas cosas solo le pasaban a él, solo él era lo bastante torpe y gafe como para eso. Lo que le sorprendía era que el hombre lo hubiera sujetado... ¿Por qué lo había hecho?
Soltó un quejido sin querer cuando él lo enderezó con esa brusquedad, y se aguantó la respiración cuando vio el rostro del ladrón tan cerca. Sus ojos se cruzaron de lleno, y a Jarod tuvo que hacer un esfuerzo monumental para no apartar la mirada, completamente abochornado. Y no sabía porqué, y era lo que más rabia le daba, no sabía porqué le ponía tan nervioso, ahora no el hecho del atraco, sino esta vez su simple presencia cerca.
Le resultaba irracional ese sentimiento, era como ese tipo de sensaciones inexplicables que él siempre trataba de plasmar mediante el dibujo, cosas que por palabras no pueden expresarse. Cosas que solo el arte podría aclarar.
Y bueno, si antes le ardía la cara, ahora directamente se podrían freir huevos en ella, cuando oyó que le llamaba torpe. Se vio empujado contra la encimera, y al erguirse, trató de mirar a cualquier otro sitio que no fuera aquel hombre. ¿Torpe? Claro que lo era, siempre había tenido la inoportuna tendencia de tropezar con cualquier cosa, por pequeña que fuera, de resbalarse, de caerse... Siempre le daba rabia, aunque estuviera acostumbrado, pero esa vez se avergonzó tanto que no sabía donde meterse y pensando lo bien que le vendría una caja de cartón para taparse la cara y que el ladrón no se diera cuenta de que estaba más rojo que una de esas apetitosas manzanas.
Le miró por el rabillo del ojo, aún sin querer girar la cabeza debido al bochorno, cuando escuchó su pregunta. ¿Y eso a qué venía ahora? Una de dos, o quería saber si llegaría alguien o...
"Jarod, no, no pienses idioteces." sacudió la cabeza, para alejar esos pensamientos de su mente.
-Vivo solo la mayoría del año, mis padres tienden a darle más importancia al dinero que a mí...-soltó con rabia contenida, para callarse al instante, arrepentido de lo que acababa de decir. ¿Pero y ahora qué, le iba a contar su vida? Lo que faltaba... Aunque lo que había dicho era verdad, hacía tiempo ya que sus padres habían dejado de preocuparse por él. Y él hacía tiempo también que le había dejado de importar. Aunque su corazón guardaba un fuerte resentimiento contra ellos.
Y ese resentimiento era el que hacía que no le importara que ese hombre robara las cosas de sus padres. No era eso lo que le daba miedo. Le importaba menos que lo que a un asesino le importa la vida de su víctima. Era él quien le daba miedo. Por ser tan enigmáticamente atrayente.
-Verás eeeh...-¿cómo le llamaba ahora? si no sabía su nombre...-señor, voy a ser franco. Mis padres son ricos y tienen todo el dinero del mundo. Y a la vez son tan tacaños que lo guardan casi todo en bancos y sitios a los que yo no tengo acceso...-tosió, nervioso y con la voz algo temblorosa.-Te puedo dar lo que tengan, pero no será mucho...-se rascó la cabeza, pensativo.-Sígueme.
A santo de todo, no podía creerse lo que estaba haciendo. Prácticamente le estaba ayudando a robar. Bueno, le consolaba pensar que lo hacía para salvar su vida. Y además, así se desahogaría un poco jodiendo a sus padres.
Guió al ladrón sin nombre al piso de arriba, para ir a la habitación de sus padres. Pasaron primero al lado de una puerta abierta. Jarod maldijo en bajo. Era su cuarto. Y estaba hecho un desastre por cierto. Aunque lo que más destacaba era un lienzo bastante grande, firmado por él y todo. Se trataba de una imagen que había pintado en el bosque bastante tiempo atrás. Podían verse un águila enorme, posada sobre la rama de un árbol, la cual miraba hacia abajo, donde un pequeño gorrión le devolvía la mirada. Era una de las favoritas de Jarod, los colores y el sentimiento que le trasmitía se le hacían muy hermosos.
Aún así, Jarod pasó de largo, rogando que el ladrón no se fijara, no fuera a ser que se le ocurriera destruirla. Entró en la habitación de sus padres y abrió los cajones donde guardaban las joyas. Le tendió una bolsa al hombre.
-Ya te he dicho, no hay demasiado aquí, a decir verdad hay una casa aquí cerca que sí que es una mina de oro, y precisamente celebra una fiesta hoy y...
"¿JAROD TE QUIERES CALLAR?" cerró la boca de golpe. Definitivamente se estaba volviendo loco.
Invitado- Invitado
Re: Residencia de los Redfield
Menudo momentazo heroico acababa de marcarse Helios, la verdad. Le dio dos o tres tragos a la lata, recibiendo un sabor ácido y corrosivo, diferente al que él esperaba; el dulce y suave gusto del zumo de naranja puro. Aquello era como un extraño brebaje de laboratorio en el que habían pretendido implantar el sabor de una fruta, dando como resultado algo de sabor realmente desagradable.
Helios posó la lata sobre la mesa, arrepentido de haberse sentido interesado por ella, y se limpió los labios con el dorso de cuero del guante, mirándola con el ceño fruncido.
Jarod comenzó a hablar y el ladrón, acariciando de nuevo el pecho de su halcón, le presto la mayor atención. Aquello, ya, le descolocó por completo. ¿Le estaba diciendo que estaban totalmente solos? ¿Pero qué clase de persona revela, tan claramente y ante un ladrón, que están solos y que nadie iba a venir a ayudarle? ¿Un subnormal? Era como si estuviese hasta feliz de haberse encontrado con Helios, y quisiese dejar bien patente que no iban a ser molestados. Percibió el final de aquella frase con la cabeza ladeada, desaprobador.
Los humanos eran así de simples; daban a luz a seres a los que en teoría debían amar, y por el contrario, contra natura, les abandonaban en pos de todo aquello que fuese material. Los pájaros no hacían eso, ellos protegían sus huevos y, al nacer, defendían a las crías con su vida. Los animales siempre superaban al hombre. Siempre.
Y que este pensamiento lo tuviese alguien que dedicaba todos sus poderes al hurto, tenía su lado curioso. Helios en sí no era un criminal, más bien, era un ladrón "justo". Solo mataba a quien se interponía en su camino por las malas, con la intención de detenerle. Si era posible, nunca empleaba sus peores armas contra los demás. Solo en caso de que fuese posible, pero tampoco es que el arrebatar la vida le quitase el sueño.
-Me conformaré con lo que haya -respondió taciturno, agradeciendo la buena voluntad de Jarod con una leve inclinación de cabeza. Todo aquello se estaba volviendo muy protocolario; parecía más una entrega de premios que un robo con intimidación.
Cruzó los brazos tras la espalda, con su halcón clavándole las garras en el hombro, y comenzó a caminar tras Jarod. Era sorprendente en extremo. Estaba siendo el instrumento de la venganza de aquel pintor contra sus padres. ¿Que no me hacéis caso? Pues ahora que viene un ladrón, le dejo que se os lleve hasta el cable de las lámparas. Tenía su gracia, una gracia tan visible que hizo que Helios, ante la simple idea, sonriese un poco.
Bueno, estaba bien. ¿No? Cada cual obtenía lo que quería.
Era una pega aquello de que todas sus ganancias estuviesen protegidas en bancos. Helios no sabía lidiar con esa clase de sistemas. Bancos, créditos, avales, nóminas, préstamos, hipotecas... ¿Qué demonios era todo aquello? Otro método más del ser humano por corromperse y corroerse a sí mismo, por complicar su propia vida empleando artimañas, en teoría, ideadas para facilitarla. Todos los seres sin alas y con inteligencia superior a la animal usaban ese don lógico para empeorarlo todo.
En ese momento, Helios no pudo evitar recordar a su padre... Y con ello, recordar los cielos. Los preciosos y amplios cielos, el poder de las nubes, la fuerza del viento, el impacto de unas fuertes alas... Volar libres... Volar libres, de por sí, era ya arte...
A medida que más avanzaban por el pasillo, Helios podía percibir como sus aves iban moviéndose, fuera de la casa, posándose en las ventanas de aquellos lugares que recorriesen, atentas a la posición de su amo y de los movimientos y gestos de este, listas para lanzarse contra las ventanas y atacar a la más mínima orden. De pronto, pasaron por una habitación que mantenía su puerta entreabierta. El interior era un absoluto caos, pero entre todo aquel caos, hubo algo que llamó la atención de Helios por encima de todo lo demás.
Un precioso cuadro que mostraba la efigie de dos pájaros, relacionándose con total libertad. El ladrón paró de golpe, con la cabeza totalmente dirigida hacia el lienzo. El halcón trastabilló un poco en su hombro dado el frenazo de su amo.
Sí... cosas como esa eran la que hacían de Helios un artista inspirado... Observando aquella imagen, de pronto sentía las ganas de alzar a todas sus aves, para que creasen las más hermosas formas contra el tapiz celeste. Un águila mirando con total bondad a un simple gorrión, un pájaro al que podría destruír de un solo golpe de garra... Helios llegó hasta el cuadro, mirándolo con la emoción marcando su único ojo ámbar. Sonreía con misterio.
Por cosas así él había dedicado su vida al Cielo. A todo aquello que orbitaba cerca del sol, a sus pájaros, al viento... Al mostrarle al mundo que las aves no son solo esas fétidas palomas que ven por la calle, aplastadas por coches o en cubos de basura, envueltas en moscas... Mostrarles a todos que el viento no es solo eso que le da la vuelta a tu paraguas cuando hace un día de lluvia... Imágenes como aquellas hacían que Helios sintiese el impulso de decirles a todos que las aves poseían el poder de destruir un clima completo, de arrasar como una mortal plaga, de asesinar de un solo picotazo, de cercenar una cabeza con un golpe de ala, que poseían la inteligencia suficiente como para establecer jerarquías.
Hacer que todos se percatasen de que el viento puede levantar una ciudad, que puede consumir una montaña... Que el mayor peligro provenía del cielo, sobre las cabezas de todas aquellas personas, asquerosas hormigas de mierda, que creían estar a salvo...
Elevó un brazo, acariciando con sus dedos metálicos el pico dibujado del águila con cariño, y en ese momento, suspiró con amor verdadero hacia todo aquello que tuviese alas. El halcón guardó silencio, removiéndose un poco sobre el hombro de Helios.
Odiaba tanto a las personas... Las odiaba de una forma tan acérrima, tan hirviente... Nunca había matado con sus propias manos, pero... realmente todos los seres humanos lo merecían. Algunos incluso parecían pedir a gritos ser asesinados... Dejó caer la mano, arrastrándola sobre el lienzo con gesto enfadado. La voz que acababa de sacarle de sus pensamientos parecía ser la única excepción. Alguien que, al igual que él, tenía gente a quien dirigir su furia.
Con total impunidad, tomó el cuadro, descolgándolo de la pared, y fue a reunirse junto a Jarod en una habitación más a la derecha.
-Me gusta mucho este cuadro. Me lo llevo -sentenció al entrar, férreo en su tono. Posó el lienzo sobre la cama y tomó la bolsa que el pintor le tendía, repasando el lugar con la mirada y fichando aquello que pudiese costar algo en el mercado. De pronto, sus sentidos pararon de golpe al escuchar aquello de una mansión llena de oro, y una fiesta. Qué curioso-. ¿Qué? ¿Una fiesta dónde? -preguntó con interés, primero sentándose en la cama, y después tumbando el resto del cuerpo. Recogió el cuadro y lo pegó a su pecho, abrazando la imagen, cariñoso-. Dime todo lo que sepas de esa fiesta. Olvida el dinero de tus padres. Dónde es, quien la lleva, qué invitados hay -fue preguntando, girando la cabeza sobre la almohada, y clavando en Jarod una intensa mirada.
Helios posó la lata sobre la mesa, arrepentido de haberse sentido interesado por ella, y se limpió los labios con el dorso de cuero del guante, mirándola con el ceño fruncido.
Jarod comenzó a hablar y el ladrón, acariciando de nuevo el pecho de su halcón, le presto la mayor atención. Aquello, ya, le descolocó por completo. ¿Le estaba diciendo que estaban totalmente solos? ¿Pero qué clase de persona revela, tan claramente y ante un ladrón, que están solos y que nadie iba a venir a ayudarle? ¿Un subnormal? Era como si estuviese hasta feliz de haberse encontrado con Helios, y quisiese dejar bien patente que no iban a ser molestados. Percibió el final de aquella frase con la cabeza ladeada, desaprobador.
Los humanos eran así de simples; daban a luz a seres a los que en teoría debían amar, y por el contrario, contra natura, les abandonaban en pos de todo aquello que fuese material. Los pájaros no hacían eso, ellos protegían sus huevos y, al nacer, defendían a las crías con su vida. Los animales siempre superaban al hombre. Siempre.
Y que este pensamiento lo tuviese alguien que dedicaba todos sus poderes al hurto, tenía su lado curioso. Helios en sí no era un criminal, más bien, era un ladrón "justo". Solo mataba a quien se interponía en su camino por las malas, con la intención de detenerle. Si era posible, nunca empleaba sus peores armas contra los demás. Solo en caso de que fuese posible, pero tampoco es que el arrebatar la vida le quitase el sueño.
-Me conformaré con lo que haya -respondió taciturno, agradeciendo la buena voluntad de Jarod con una leve inclinación de cabeza. Todo aquello se estaba volviendo muy protocolario; parecía más una entrega de premios que un robo con intimidación.
Cruzó los brazos tras la espalda, con su halcón clavándole las garras en el hombro, y comenzó a caminar tras Jarod. Era sorprendente en extremo. Estaba siendo el instrumento de la venganza de aquel pintor contra sus padres. ¿Que no me hacéis caso? Pues ahora que viene un ladrón, le dejo que se os lleve hasta el cable de las lámparas. Tenía su gracia, una gracia tan visible que hizo que Helios, ante la simple idea, sonriese un poco.
Bueno, estaba bien. ¿No? Cada cual obtenía lo que quería.
Era una pega aquello de que todas sus ganancias estuviesen protegidas en bancos. Helios no sabía lidiar con esa clase de sistemas. Bancos, créditos, avales, nóminas, préstamos, hipotecas... ¿Qué demonios era todo aquello? Otro método más del ser humano por corromperse y corroerse a sí mismo, por complicar su propia vida empleando artimañas, en teoría, ideadas para facilitarla. Todos los seres sin alas y con inteligencia superior a la animal usaban ese don lógico para empeorarlo todo.
En ese momento, Helios no pudo evitar recordar a su padre... Y con ello, recordar los cielos. Los preciosos y amplios cielos, el poder de las nubes, la fuerza del viento, el impacto de unas fuertes alas... Volar libres... Volar libres, de por sí, era ya arte...
A medida que más avanzaban por el pasillo, Helios podía percibir como sus aves iban moviéndose, fuera de la casa, posándose en las ventanas de aquellos lugares que recorriesen, atentas a la posición de su amo y de los movimientos y gestos de este, listas para lanzarse contra las ventanas y atacar a la más mínima orden. De pronto, pasaron por una habitación que mantenía su puerta entreabierta. El interior era un absoluto caos, pero entre todo aquel caos, hubo algo que llamó la atención de Helios por encima de todo lo demás.
Un precioso cuadro que mostraba la efigie de dos pájaros, relacionándose con total libertad. El ladrón paró de golpe, con la cabeza totalmente dirigida hacia el lienzo. El halcón trastabilló un poco en su hombro dado el frenazo de su amo.
Sí... cosas como esa eran la que hacían de Helios un artista inspirado... Observando aquella imagen, de pronto sentía las ganas de alzar a todas sus aves, para que creasen las más hermosas formas contra el tapiz celeste. Un águila mirando con total bondad a un simple gorrión, un pájaro al que podría destruír de un solo golpe de garra... Helios llegó hasta el cuadro, mirándolo con la emoción marcando su único ojo ámbar. Sonreía con misterio.
Por cosas así él había dedicado su vida al Cielo. A todo aquello que orbitaba cerca del sol, a sus pájaros, al viento... Al mostrarle al mundo que las aves no son solo esas fétidas palomas que ven por la calle, aplastadas por coches o en cubos de basura, envueltas en moscas... Mostrarles a todos que el viento no es solo eso que le da la vuelta a tu paraguas cuando hace un día de lluvia... Imágenes como aquellas hacían que Helios sintiese el impulso de decirles a todos que las aves poseían el poder de destruir un clima completo, de arrasar como una mortal plaga, de asesinar de un solo picotazo, de cercenar una cabeza con un golpe de ala, que poseían la inteligencia suficiente como para establecer jerarquías.
Hacer que todos se percatasen de que el viento puede levantar una ciudad, que puede consumir una montaña... Que el mayor peligro provenía del cielo, sobre las cabezas de todas aquellas personas, asquerosas hormigas de mierda, que creían estar a salvo...
Elevó un brazo, acariciando con sus dedos metálicos el pico dibujado del águila con cariño, y en ese momento, suspiró con amor verdadero hacia todo aquello que tuviese alas. El halcón guardó silencio, removiéndose un poco sobre el hombro de Helios.
Odiaba tanto a las personas... Las odiaba de una forma tan acérrima, tan hirviente... Nunca había matado con sus propias manos, pero... realmente todos los seres humanos lo merecían. Algunos incluso parecían pedir a gritos ser asesinados... Dejó caer la mano, arrastrándola sobre el lienzo con gesto enfadado. La voz que acababa de sacarle de sus pensamientos parecía ser la única excepción. Alguien que, al igual que él, tenía gente a quien dirigir su furia.
Con total impunidad, tomó el cuadro, descolgándolo de la pared, y fue a reunirse junto a Jarod en una habitación más a la derecha.
-Me gusta mucho este cuadro. Me lo llevo -sentenció al entrar, férreo en su tono. Posó el lienzo sobre la cama y tomó la bolsa que el pintor le tendía, repasando el lugar con la mirada y fichando aquello que pudiese costar algo en el mercado. De pronto, sus sentidos pararon de golpe al escuchar aquello de una mansión llena de oro, y una fiesta. Qué curioso-. ¿Qué? ¿Una fiesta dónde? -preguntó con interés, primero sentándose en la cama, y después tumbando el resto del cuerpo. Recogió el cuadro y lo pegó a su pecho, abrazando la imagen, cariñoso-. Dime todo lo que sepas de esa fiesta. Olvida el dinero de tus padres. Dónde es, quien la lleva, qué invitados hay -fue preguntando, girando la cabeza sobre la almohada, y clavando en Jarod una intensa mirada.
Helios- Alma sin experiencia alguna
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Fecha de inscripción : 02/12/2008
Re: Residencia de los Redfield
Vale, mierda, se había fijado en el cuadro. Jarod vio cómo lo descolgaba de la pared. Aquello le dolió, y le dolería aún más si ahora le diese por destrozarlo en sus narices también.
Pero en vez de eso, se quedó a cuadros cuando el ladrón le dijo que se lo llevaba porque le había gustado mucho. Jarod se le quedó mirando muy fijamente. Vale, se lo estaba robando pero...se sentía agradecido... Al fin y al cabo, una obra suyo le había parecido hermosa. Y Jarod compartía ese amor por el arte. Una leve sonrisa se dibujó en sus labios, aunque ni él mismo se percató.
-Me halaga que te guste.-dijo en un pequeño susurro. Ya no se comprendía ni a sí mismo. Estaba totalmente hipnotizado por aquel ladrón, por su presencia, por ese arte que él controlaba y Jarod desconocía.
Jarod volvió a la realidad cuando le preguntó por la fiesta. Joder...¿Y ahora qué, le hablaba sobre la fiesta? Bueno, el mal ya estaba hecho... Al menos se libraría de que robara su casa...
Aún así, y no sabía porqué, se sentía inclinado a ayudarle. Estaba dividido en dos, su razón le decía una cosa y su corazón otra bien distinta. Y Jarod ya no comprendía nada ni sabía qué demonios hacer. Aquel ladrón le daba miedo y a la vez producía tal fascinación en él que quería ayudarle, no quería que se fuera, sin importarle si le robaba o no.
-El anfitrión de la fiesta se hace llamar Dante Mon Charnaisse. Su mansión no está lejos de aquí, si quieres te puedo indic...
"IDIOTA, ERES I-D-I-O-T-A..." se calló de golpe, otra vez maldiciéndose a sí mismo mientras su raciocinio y sus sentimientos luchaban entre sí.
Pues si tenía que decirle donde estaba la mansión, pues nada, ya no tenían nada que hacer allí. Se giró para ir hacia la puerta, pero de nuevo, haciendo gala de su tremenda elegancia, se tropezó con vete a saber qué (le parecieron pies), dar una extraña vuelta hecho un lio de piernas y acabar cayéndose sobre algo que parecía un cuerpo, a la vez que su boca chocó con algo que resultaba cálido y carnoso.
"¡DIOS MÍO JAROD, NO!" se quedó quieto unos segundos, asimilando que literalmente había tropezado y se había caído sobre el mismo ladrón, sobre la cama de sus padres, y estaba rozando sus labios. Puso los ojos como platos, y a la leve luz de la luna, sus ojos ambarinos destellearon. Sus ojos se encontraron de lleno con la aguileña mirada del hombre, lo cual anuló, de repente, su razón. Y así, Jarod, sintió cómo ese cúmulo de atracción explotaba, y en un invisible movimiento, acercó aún más su cara, besando a ese ladrón con pasión, en el cual, durante un fugaz instante, Jarod le rozó la mejilla con suavidad, pero sin dejar de besarle en ningún momento. A su merced, como si hubiese sido hechizado como un pájaro más.
Pero en vez de eso, se quedó a cuadros cuando el ladrón le dijo que se lo llevaba porque le había gustado mucho. Jarod se le quedó mirando muy fijamente. Vale, se lo estaba robando pero...se sentía agradecido... Al fin y al cabo, una obra suyo le había parecido hermosa. Y Jarod compartía ese amor por el arte. Una leve sonrisa se dibujó en sus labios, aunque ni él mismo se percató.
-Me halaga que te guste.-dijo en un pequeño susurro. Ya no se comprendía ni a sí mismo. Estaba totalmente hipnotizado por aquel ladrón, por su presencia, por ese arte que él controlaba y Jarod desconocía.
Jarod volvió a la realidad cuando le preguntó por la fiesta. Joder...¿Y ahora qué, le hablaba sobre la fiesta? Bueno, el mal ya estaba hecho... Al menos se libraría de que robara su casa...
Aún así, y no sabía porqué, se sentía inclinado a ayudarle. Estaba dividido en dos, su razón le decía una cosa y su corazón otra bien distinta. Y Jarod ya no comprendía nada ni sabía qué demonios hacer. Aquel ladrón le daba miedo y a la vez producía tal fascinación en él que quería ayudarle, no quería que se fuera, sin importarle si le robaba o no.
-El anfitrión de la fiesta se hace llamar Dante Mon Charnaisse. Su mansión no está lejos de aquí, si quieres te puedo indic...
"IDIOTA, ERES I-D-I-O-T-A..." se calló de golpe, otra vez maldiciéndose a sí mismo mientras su raciocinio y sus sentimientos luchaban entre sí.
Pues si tenía que decirle donde estaba la mansión, pues nada, ya no tenían nada que hacer allí. Se giró para ir hacia la puerta, pero de nuevo, haciendo gala de su tremenda elegancia, se tropezó con vete a saber qué (le parecieron pies), dar una extraña vuelta hecho un lio de piernas y acabar cayéndose sobre algo que parecía un cuerpo, a la vez que su boca chocó con algo que resultaba cálido y carnoso.
"¡DIOS MÍO JAROD, NO!" se quedó quieto unos segundos, asimilando que literalmente había tropezado y se había caído sobre el mismo ladrón, sobre la cama de sus padres, y estaba rozando sus labios. Puso los ojos como platos, y a la leve luz de la luna, sus ojos ambarinos destellearon. Sus ojos se encontraron de lleno con la aguileña mirada del hombre, lo cual anuló, de repente, su razón. Y así, Jarod, sintió cómo ese cúmulo de atracción explotaba, y en un invisible movimiento, acercó aún más su cara, besando a ese ladrón con pasión, en el cual, durante un fugaz instante, Jarod le rozó la mejilla con suavidad, pero sin dejar de besarle en ningún momento. A su merced, como si hubiese sido hechizado como un pájaro más.
Invitado- Invitado
Re: Residencia de los Redfield
Helios respondió al agradecimiento de Jarod con una pequeña inclinación de cabeza. Al menos no se daba por ofendido, ni reclamaba que le devolviesen su cuadro. Sencillamente, se tomaba por un halago (como deberían tomarse los artistas el hecho de que los ladrones quisiesen robar sus obras) el que Helios hubiese sentido interés por él. Lo cierto es que aquel lienzo le había enamorado nada más verlo por su simplicidad, por su belleza, y al mismo tiempo, por lo complicado del trabajo y, más aún, de la idea, del simbiótico concepto que contenía. El pensamiento de pura convivencia entre seres vivos de mayor o menor poder, que se ayudan mutuamente. Un fenómeno que tan solo se daba en el mundo animal, por desgracia.
El ladrón escuchó atentamente todo cuanto Jarod le explicaba, recibiendo su voz con los ojos cerrados, y aún abrazando el lienzo contra el cuerpo. El pintor continuaba tendiéndole una mano en sus tareas criminales, y Helios no podía más que agradecérselo... agradecérselo de corazón. Aunque ni el crimen en si fuese demasiado importante, ni la ayuda tampoco inmensa... pero Helios lo agradecía.
Dante. Mon Charnaisse. Ay, por el Sol.
-Qué nombre más rebuscado y más rimbombante -comentó, aburrido, estirándose en la cama como un gato y alcanzando a su halcón con un brazo para acariciarlo suavemente. Intentó no hacerse una idea de cómo podría ser una fiesta llevada por alguien de semejante nombramiento. Una familia de malcriados, fijo.
Aquel trabajo apuntaba a ser fácil. Helios se hizo una clara visión de lo que sería aquella mansión: Un recinto cerrado, atestado de idiotas de muñeca floja, comentando con voz pastosa, copita en mano, lo geniales que son esos zapatos de cocodrilo recién comprados o lo preciosa que estaba tal actriz en tal gala, o algo por el estilo. Derrochando.
Daba igual, hiciesen lo que hiciesen, estaban perdidos ante el poder de Helios. Ya había robado en fiestas (o en su defecto, en lugares muy concurridos) otras veces, y bien sabía el ladrón que salir perdiendo no era una posibilidad a contemplar. Sus pájaros le amparaban, y era imposible pararles en acción unida. Simplemente, no había método posible para eliminarles o defenderse de ellos. Si disparabas a una de las aves, al instante, atraídas por el ruido del balazo, el olor a sangre y a pólvora, y el chillido de dolor de su compañera, acudían cinco o séis más.
Cada guerrero caído daba lugar a otros cinco nuevos guerreros, más violentos y más sanguinarios. Matar equivalía, en las batallas de Helios, a multiplicar el peligro. Como una cabeza de Hidra, que tras ser cercenada da nacimiento a tres más.
Y así, en una interminable cadena que daría como resultado más pájaros que aire dentro del edificio o habitación. Y cuando eso ocurriese, todos estarían condenado bajo la amenaza del cielo, desgarrados, destrozados por golpes de ala, sin ojos, sin lengua, sin rostro. Daría igual que llevasen armas de fuego, o bombas de gas: No podrían apuntar con claridad, ya que antes siquiera de haber cargado la escopeta, o la granada, el atacante estaría sin globos oculares. Todos, finalmente, muertos. Todos salvo Helios, quien, una vez terminado el combate, alzaría a sus pájaros para recoger todo aquello de valor de entre los pedazos de carne ensangrentados y desperdigados por el suelo.
Si querían, también podían llamar a las fuerzas del orden; ¿Iban a tener resultados distintos de los que se obtendrían si se defendiesen ellos solos? El manifiesto final iba a ser el mismo.
Suspiró, sintiendo como el halcón se acurrucaba contra su brazo sobre la cama.
Ya tenía más o menos el plan, ahora solo faltaba ponerlo en práctica. El dinero de los padres de Jarod pasó a un segundo plano, fijándose como meta aquella fiesta.
-Muy bien. Iremos a esa fiesta, y la atracaremos. Entrar, robar, y salir, y dudo que nos den ningún problema -frunció el ceño, al ver que el otro dejaba inconclusa su frase y se levantaba-. ¿A donde vas? -y en ese mismo momento, Helios pudo percibir a "donde" iba. Tras patalear un rato en el aire en un gesto que hizo que el ladrón le mirase con cara de estupor, Jarod se precipitó sobre su cuerpo, quedando tendido totalmente sobre él.
Helios podía haberse apartado rápidamente, haciendo acopio de aquella maravillosa velocidad que poseía, pero... pero no lo hizo. Su cerebro, embotado, no procesó esa orden a sus músculos. El halcón, asustado, revoloteó por la estancia, pero al no recibir orden alguna de Helios, ni efectuó movimiento ni ataque alguno.
El corazón de Helios se detuvo por completo en ese mismo momento, clavando su único ojo en Jarod. Sintió una repentina oleada de asco al advertirle obstaculizando el respirar de su cuerpo, pues le aplastaba, y nunca había tenido a nadie tan cerca. Aquella era la primera vez que experimentaba el tacto de un cuerpo en total contacto con el suyo. Era pesado, y cálido, y... y extraño. Muy extraño.
Pero más extraño fue cuando el otro comenzó... a besarle. Comenzó a ejecutar una serie de movimientos con sus labios sobre los de Helios, adormilado, como encandilado por el roce, mientras que sus manos iban recorriendo el cuerpo del ladrón con total impunidad. El asco dio paso a una sensación mucho más extraña, una especie de llama en su interior que había saltado a partir de una simple chispa, al sentir el calor de Jarod cubriéndole. La lengua del pintor acariciaba sus labios con pasión, sacudiendo casi su cabeza en el movimiento.
Helios desconectó su mente ante aquel beso, perdiendo también el control de si mismo.
Los brazos del ladrón, como impulsados por una fuerza invisible, se elevaron aferrando la espalda de Jarod y pegándole contra su cuerpo con furia, al mismo tiempo que el beso iba aumentando. Helios comenzó a devorar la boca de Jarod con hambre, con deseo, atravesando sus labios y recorriendo el interior de su boca con la lengua. No sabía lo que estaba haciendo, solo hacía lo que hacían los pájaros salvajes; seguir a su instinto de la mano, como si fuese un ciego guía. Usó la inmensa fuerza de su cuerpo para invertir posiciones, estampando al pintor contra la cama violentamente y, aún entre sus brazos, clavando los dedos en su espalda, Helios empezó a descender a besos por su cuello, salvaje, indómito, jadeante por el deseo de aquel chaval.
Ya abría la camisa del pintor de un tirón, haciendo que los botones saltasen por los aires, y haciéndose hueco entre sus piernas, cuando de pronto, paró, sobrecogido.
Por todos los dioses... Qué... ¿Qué estaba haciendo? Tenía un plan en mente, acababa de conocer a aquel chaval... Le estaba robando, maldita sea.
Se levantó rápidamente, pegando la espalda contra la pared, asustado, y buscando a su halcón con la mirada. No podía haberse dejado llevar hasta tal punto, no podía haber sido cierto. Ni que Jarod le hubiese besado, ni que Helios hubiese correspondido de aquella forma. Se sentía mortalmente avergonzado por ello, y más aún cuando sabía que sus aves estaban observándole en las ventanas. Qué falta de respeto tan grande... Santo Cielo... Había perdido el dominio de sus acciones delante de sus guerreros, encima besando a otra persona. Dando muestras de afecto a otro alguien que no era un pájaro.
Sacudió la cabeza, esbozando un gesto enfadado consigo mismo. Elevó el brazo, recogiendo a su halcón sobre el guante, y se dirigió al chico que, sobre la cama, acababa de ser besado, apresado entre sus brazos y despojado de su camisa a costa suya. Un desagradable rubor violáceo apareció en sus mejillas. Dios, luego intentaría encontrarle el sentido (y el origen) a aquella reacción tan desbocada.
-Nos vamos a esa fiesta -sentenció, tajante, haciendo un gesto con la mano-. y tú te vienes conmigo -media vuelta sobre sus talones, y enfiló hacia la salida, confiando en que Jarod, por su propio bien, le siguiese. El pintor podía ayudarle llegado el caso, o serle de utilidad.
Los pajarillos, en las ventanas, echaron el vuelo para congregarse a la salida, donde en escasos segundos haría aparición su amo, acompañado de su secuaz. Ya por el pasillo, creyó conveniente no dejar nada a la imaginación-. No quiero ni una sola palabra -ordenó, caminando a oscuras, con el brazo levantado, sosteniendo a su halcón, con una elegancia innata en Helios.
Finalmente, salieron al jardín. Helios emitió un suave silbido con sus labios, con lo que todas las aves, cientos de ellas posadas en todas partes, se levantaron al cielo, revoloteando en masa y siguiéndole al paso como una macabra y afilada nube. Sin más, elevó un brazo, cediéndole a Jarod el paso. Era él quien iba a guiar al águila hasta el nido de las ratas.
Ni una sola palabra, al menos de momento. Luego habría tiempo para pensar. Ahora era el tiempo del arte, de la muerte y de la sangre. Era el momento de echar a volar en busca de presas.
El ladrón escuchó atentamente todo cuanto Jarod le explicaba, recibiendo su voz con los ojos cerrados, y aún abrazando el lienzo contra el cuerpo. El pintor continuaba tendiéndole una mano en sus tareas criminales, y Helios no podía más que agradecérselo... agradecérselo de corazón. Aunque ni el crimen en si fuese demasiado importante, ni la ayuda tampoco inmensa... pero Helios lo agradecía.
Dante. Mon Charnaisse. Ay, por el Sol.
-Qué nombre más rebuscado y más rimbombante -comentó, aburrido, estirándose en la cama como un gato y alcanzando a su halcón con un brazo para acariciarlo suavemente. Intentó no hacerse una idea de cómo podría ser una fiesta llevada por alguien de semejante nombramiento. Una familia de malcriados, fijo.
Aquel trabajo apuntaba a ser fácil. Helios se hizo una clara visión de lo que sería aquella mansión: Un recinto cerrado, atestado de idiotas de muñeca floja, comentando con voz pastosa, copita en mano, lo geniales que son esos zapatos de cocodrilo recién comprados o lo preciosa que estaba tal actriz en tal gala, o algo por el estilo. Derrochando.
Daba igual, hiciesen lo que hiciesen, estaban perdidos ante el poder de Helios. Ya había robado en fiestas (o en su defecto, en lugares muy concurridos) otras veces, y bien sabía el ladrón que salir perdiendo no era una posibilidad a contemplar. Sus pájaros le amparaban, y era imposible pararles en acción unida. Simplemente, no había método posible para eliminarles o defenderse de ellos. Si disparabas a una de las aves, al instante, atraídas por el ruido del balazo, el olor a sangre y a pólvora, y el chillido de dolor de su compañera, acudían cinco o séis más.
Cada guerrero caído daba lugar a otros cinco nuevos guerreros, más violentos y más sanguinarios. Matar equivalía, en las batallas de Helios, a multiplicar el peligro. Como una cabeza de Hidra, que tras ser cercenada da nacimiento a tres más.
Y así, en una interminable cadena que daría como resultado más pájaros que aire dentro del edificio o habitación. Y cuando eso ocurriese, todos estarían condenado bajo la amenaza del cielo, desgarrados, destrozados por golpes de ala, sin ojos, sin lengua, sin rostro. Daría igual que llevasen armas de fuego, o bombas de gas: No podrían apuntar con claridad, ya que antes siquiera de haber cargado la escopeta, o la granada, el atacante estaría sin globos oculares. Todos, finalmente, muertos. Todos salvo Helios, quien, una vez terminado el combate, alzaría a sus pájaros para recoger todo aquello de valor de entre los pedazos de carne ensangrentados y desperdigados por el suelo.
Si querían, también podían llamar a las fuerzas del orden; ¿Iban a tener resultados distintos de los que se obtendrían si se defendiesen ellos solos? El manifiesto final iba a ser el mismo.
Suspiró, sintiendo como el halcón se acurrucaba contra su brazo sobre la cama.
Ya tenía más o menos el plan, ahora solo faltaba ponerlo en práctica. El dinero de los padres de Jarod pasó a un segundo plano, fijándose como meta aquella fiesta.
-Muy bien. Iremos a esa fiesta, y la atracaremos. Entrar, robar, y salir, y dudo que nos den ningún problema -frunció el ceño, al ver que el otro dejaba inconclusa su frase y se levantaba-. ¿A donde vas? -y en ese mismo momento, Helios pudo percibir a "donde" iba. Tras patalear un rato en el aire en un gesto que hizo que el ladrón le mirase con cara de estupor, Jarod se precipitó sobre su cuerpo, quedando tendido totalmente sobre él.
Helios podía haberse apartado rápidamente, haciendo acopio de aquella maravillosa velocidad que poseía, pero... pero no lo hizo. Su cerebro, embotado, no procesó esa orden a sus músculos. El halcón, asustado, revoloteó por la estancia, pero al no recibir orden alguna de Helios, ni efectuó movimiento ni ataque alguno.
El corazón de Helios se detuvo por completo en ese mismo momento, clavando su único ojo en Jarod. Sintió una repentina oleada de asco al advertirle obstaculizando el respirar de su cuerpo, pues le aplastaba, y nunca había tenido a nadie tan cerca. Aquella era la primera vez que experimentaba el tacto de un cuerpo en total contacto con el suyo. Era pesado, y cálido, y... y extraño. Muy extraño.
Pero más extraño fue cuando el otro comenzó... a besarle. Comenzó a ejecutar una serie de movimientos con sus labios sobre los de Helios, adormilado, como encandilado por el roce, mientras que sus manos iban recorriendo el cuerpo del ladrón con total impunidad. El asco dio paso a una sensación mucho más extraña, una especie de llama en su interior que había saltado a partir de una simple chispa, al sentir el calor de Jarod cubriéndole. La lengua del pintor acariciaba sus labios con pasión, sacudiendo casi su cabeza en el movimiento.
Helios desconectó su mente ante aquel beso, perdiendo también el control de si mismo.
Los brazos del ladrón, como impulsados por una fuerza invisible, se elevaron aferrando la espalda de Jarod y pegándole contra su cuerpo con furia, al mismo tiempo que el beso iba aumentando. Helios comenzó a devorar la boca de Jarod con hambre, con deseo, atravesando sus labios y recorriendo el interior de su boca con la lengua. No sabía lo que estaba haciendo, solo hacía lo que hacían los pájaros salvajes; seguir a su instinto de la mano, como si fuese un ciego guía. Usó la inmensa fuerza de su cuerpo para invertir posiciones, estampando al pintor contra la cama violentamente y, aún entre sus brazos, clavando los dedos en su espalda, Helios empezó a descender a besos por su cuello, salvaje, indómito, jadeante por el deseo de aquel chaval.
Ya abría la camisa del pintor de un tirón, haciendo que los botones saltasen por los aires, y haciéndose hueco entre sus piernas, cuando de pronto, paró, sobrecogido.
Por todos los dioses... Qué... ¿Qué estaba haciendo? Tenía un plan en mente, acababa de conocer a aquel chaval... Le estaba robando, maldita sea.
Se levantó rápidamente, pegando la espalda contra la pared, asustado, y buscando a su halcón con la mirada. No podía haberse dejado llevar hasta tal punto, no podía haber sido cierto. Ni que Jarod le hubiese besado, ni que Helios hubiese correspondido de aquella forma. Se sentía mortalmente avergonzado por ello, y más aún cuando sabía que sus aves estaban observándole en las ventanas. Qué falta de respeto tan grande... Santo Cielo... Había perdido el dominio de sus acciones delante de sus guerreros, encima besando a otra persona. Dando muestras de afecto a otro alguien que no era un pájaro.
Sacudió la cabeza, esbozando un gesto enfadado consigo mismo. Elevó el brazo, recogiendo a su halcón sobre el guante, y se dirigió al chico que, sobre la cama, acababa de ser besado, apresado entre sus brazos y despojado de su camisa a costa suya. Un desagradable rubor violáceo apareció en sus mejillas. Dios, luego intentaría encontrarle el sentido (y el origen) a aquella reacción tan desbocada.
-Nos vamos a esa fiesta -sentenció, tajante, haciendo un gesto con la mano-. y tú te vienes conmigo -media vuelta sobre sus talones, y enfiló hacia la salida, confiando en que Jarod, por su propio bien, le siguiese. El pintor podía ayudarle llegado el caso, o serle de utilidad.
Los pajarillos, en las ventanas, echaron el vuelo para congregarse a la salida, donde en escasos segundos haría aparición su amo, acompañado de su secuaz. Ya por el pasillo, creyó conveniente no dejar nada a la imaginación-. No quiero ni una sola palabra -ordenó, caminando a oscuras, con el brazo levantado, sosteniendo a su halcón, con una elegancia innata en Helios.
Finalmente, salieron al jardín. Helios emitió un suave silbido con sus labios, con lo que todas las aves, cientos de ellas posadas en todas partes, se levantaron al cielo, revoloteando en masa y siguiéndole al paso como una macabra y afilada nube. Sin más, elevó un brazo, cediéndole a Jarod el paso. Era él quien iba a guiar al águila hasta el nido de las ratas.
Ni una sola palabra, al menos de momento. Luego habría tiempo para pensar. Ahora era el tiempo del arte, de la muerte y de la sangre. Era el momento de echar a volar en busca de presas.
Helios- Alma sin experiencia alguna
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Re: Residencia de los Redfield
Jarod no pensaba ni tenía uso de razón en ese momento, nada más rozar los labios del ladrón con los suyos ésta había quedado anulada por el deseo, el cual, al sentir que el ladrón le correspondía, se disparó de lleno, y pegó aún más su cuerpo contra él, queriendo notar su calor y estremeciéndose al notar sus manos en su espalda, y aferrándose a ella con esa rabia. Su corazón latía desbocado mientras le besaba con toda el ansia de su ser, enredando una mano en el cabello del hombre y aferrando la otra a su rostro.
Soltó un jadeo ahogado cuando se vio apresado bajo él, una parte de él aún le tenía miedo, se sentía completamente indefenso, bajo su absoluto control. No podría parar ni aunque quisiera, se había rendido al instinto. Y dios, qué manera de besar tan salvaje, lo volvía loco, y no podía más que responderle con desenfreno, aumentando la presión del beso a cada segundo, incluso temblando bajo el peso y ardiente tacto de su cuerpo.
Se aferró a sus cabellos blancos con fuerza, apretándolo contra sí mientras empezaba a jadear, con la respiración desbocada a causa de ese arrebato de pasión. Dio un respingo en sus brazos por el susto cuando el ladrón le rompió la camisa de un tirón.
Pero entonces, se separó de Jarod. El pintor se le quedó mirando, desde la cama, con la respiración agitada y el miedo y el deseo brillando en sus ojos ambarinos a partes iguales.
Dios...¿Qué acababa de hacer?
Jarod se quedó quieto donde estaba, sin poder creérselo aún. Lo había besado, maldita sea, lo había hecho... Pero lo que en parte le daba miedo no era eso...era que él le había correspondido, aunque ahora se hubiera separado, ya con dominio de la razón. Jarod intentó serenarse, incorporándose en la cama pero sin decir nada, mientras lo escuchaba como en mitad de un trance. Le vio marcharse.
Se levantó, como un autómata, para seguirle. No se le olvidó cogerse otra prenda, no iba a pasearse por ahí con la camisa abierta... Cogió una camiseta y siguió al ladrón escaleras abajo.
Ya no sabía qué pensar. No quería tener que admitirse a sí mismo que ese ladrón le causaba una atracción intensa e irracional. Pero así era en realidad, y no podía hacer nada, pues ya lo había intentado de todas las maneras posibles. La atracción, la curiosidad...no desaparecían. Jarod lo guió fuera de la casa, sin decir una sola palabra pero manteniendo una lucha interior.
Su destino estaba cerca de allí, y Jarod caminó en silencio hasta que llegaron ante una mansión enorme. Jarod la miró con sorpresa. ¿Pero qué...? Estaba acorazada... ¿Y ahora cómo iban a entrar?
Miró de reojo al hombre, señalándole la casa acorazada con un movimiento de cabeza.
Soltó un jadeo ahogado cuando se vio apresado bajo él, una parte de él aún le tenía miedo, se sentía completamente indefenso, bajo su absoluto control. No podría parar ni aunque quisiera, se había rendido al instinto. Y dios, qué manera de besar tan salvaje, lo volvía loco, y no podía más que responderle con desenfreno, aumentando la presión del beso a cada segundo, incluso temblando bajo el peso y ardiente tacto de su cuerpo.
Se aferró a sus cabellos blancos con fuerza, apretándolo contra sí mientras empezaba a jadear, con la respiración desbocada a causa de ese arrebato de pasión. Dio un respingo en sus brazos por el susto cuando el ladrón le rompió la camisa de un tirón.
Pero entonces, se separó de Jarod. El pintor se le quedó mirando, desde la cama, con la respiración agitada y el miedo y el deseo brillando en sus ojos ambarinos a partes iguales.
Dios...¿Qué acababa de hacer?
Jarod se quedó quieto donde estaba, sin poder creérselo aún. Lo había besado, maldita sea, lo había hecho... Pero lo que en parte le daba miedo no era eso...era que él le había correspondido, aunque ahora se hubiera separado, ya con dominio de la razón. Jarod intentó serenarse, incorporándose en la cama pero sin decir nada, mientras lo escuchaba como en mitad de un trance. Le vio marcharse.
Se levantó, como un autómata, para seguirle. No se le olvidó cogerse otra prenda, no iba a pasearse por ahí con la camisa abierta... Cogió una camiseta y siguió al ladrón escaleras abajo.
Ya no sabía qué pensar. No quería tener que admitirse a sí mismo que ese ladrón le causaba una atracción intensa e irracional. Pero así era en realidad, y no podía hacer nada, pues ya lo había intentado de todas las maneras posibles. La atracción, la curiosidad...no desaparecían. Jarod lo guió fuera de la casa, sin decir una sola palabra pero manteniendo una lucha interior.
Su destino estaba cerca de allí, y Jarod caminó en silencio hasta que llegaron ante una mansión enorme. Jarod la miró con sorpresa. ¿Pero qué...? Estaba acorazada... ¿Y ahora cómo iban a entrar?
Miró de reojo al hombre, señalándole la casa acorazada con un movimiento de cabeza.
Invitado- Invitado
Re: Residencia de los Redfield
Jarod no había parado de correr hasta estar dentro de los límites de su casa. Una vez dentro, su respiración entrecortada resonaba en el hall creando una especie de eco. Jarod, por su parte, subió lentamente las escaleras, en dirección a su cuarto. Estaba prácticamente en shock, en ese mismo momento no podía creerse lo que había ocurrido.
Pero efectivamente, había ayudado un ladrón en su crimen, una casa había quedado casi destrozada por completo y hubo víctimas (que se lo merecieran o no era ya otro asunto...). Pero en realidad... Jarod no pensaba en eso.
Cerró la puerta de su cuarto y se dejó caer al suelo, como una pluma, cayendo sobre sus rodillas sin hacer el más mínimo ruido. Lo peor era que no se arrepentía, y sabía en lo más profundo de su ser que si ese ladrón acudiera de nuevo, él lo ayudaría sin pensarlo. Porque le fascinaba sin remedio, le gustaba, joder.
"No, Jarod, NO. Piensa eso otra vez y lo que tendrás que meditar es el tirarte por las escaleras..." hundió la cabeza entre sus manos, abatido.
No volvería a verle.
Se levantó, y aún a sabiendas de que no iba a dormir ni de coña, se metió en la cama, sin cambiarse de ropa ni nada. Y fueron pasando las horas, en las cuales Jarod solo miraba al techo, recordando cada detalle de lo ocurrido con los ojos cerrados, notando cómo se le cortaba la respiración al recordar su simple presencia cerca y cómo su cuerpo se estremecía inconscientemente al recordar el tacto de sus labios.
Jarod miró al reloj. Las 4.00 a.m.
Resignado, se levantó, y salió al balcón. Una preciosa luna menguante iluminó levemente su rostro con su débil resplandor plateado. Jarod miró a lo lejos, con expresión apenada. Sus ojos se dirigieron, sin él darse apenas cuenta, hacia el bosque. Y ahí se detuvieron, mirando aquel lugar como en un extraño trance. E inmerso en ese trance y con esa expresión de pena marcando su rostro, empezó a silbar, en un tono que sonaba agudo y roto a la vez, pero que pedía a la persona a quien dirigía esas notas, a gritos, que volviese.
Pero efectivamente, había ayudado un ladrón en su crimen, una casa había quedado casi destrozada por completo y hubo víctimas (que se lo merecieran o no era ya otro asunto...). Pero en realidad... Jarod no pensaba en eso.
Cerró la puerta de su cuarto y se dejó caer al suelo, como una pluma, cayendo sobre sus rodillas sin hacer el más mínimo ruido. Lo peor era que no se arrepentía, y sabía en lo más profundo de su ser que si ese ladrón acudiera de nuevo, él lo ayudaría sin pensarlo. Porque le fascinaba sin remedio, le gustaba, joder.
"No, Jarod, NO. Piensa eso otra vez y lo que tendrás que meditar es el tirarte por las escaleras..." hundió la cabeza entre sus manos, abatido.
No volvería a verle.
Se levantó, y aún a sabiendas de que no iba a dormir ni de coña, se metió en la cama, sin cambiarse de ropa ni nada. Y fueron pasando las horas, en las cuales Jarod solo miraba al techo, recordando cada detalle de lo ocurrido con los ojos cerrados, notando cómo se le cortaba la respiración al recordar su simple presencia cerca y cómo su cuerpo se estremecía inconscientemente al recordar el tacto de sus labios.
Jarod miró al reloj. Las 4.00 a.m.
Resignado, se levantó, y salió al balcón. Una preciosa luna menguante iluminó levemente su rostro con su débil resplandor plateado. Jarod miró a lo lejos, con expresión apenada. Sus ojos se dirigieron, sin él darse apenas cuenta, hacia el bosque. Y ahí se detuvieron, mirando aquel lugar como en un extraño trance. E inmerso en ese trance y con esa expresión de pena marcando su rostro, empezó a silbar, en un tono que sonaba agudo y roto a la vez, pero que pedía a la persona a quien dirigía esas notas, a gritos, que volviese.
Invitado- Invitado
Re: Residencia de los Redfield
No había dejado de seguirle. En ningún momento. Helios había ido tras él al igual que los pájaros iban tras su propio canto. El saco, a buen recaudo en lo más profundo del bosque, era lo que al ladrón menos importaba en ese momento. En ese momento solo quería investigar a la persona que le había ayudado en aquel crimen. Crimen en realidad bastante sencillo y limpio. Y decía limpio, ya que un cadáver y la suciedad y lacra humana no bastaban en absoluto para poder machar el arte que tan solo él era capaz de crear. Pero ahora, el artista estaba cegado, y seguía hipnótico los pasos en silencio de aquel joven que le había acompañado en aquel momento. Sin duda alguna, pensó Helios mientras danzaba de árbol en árbol tras los pasos de Jarod, aquel joven debía de haber sufrido algo en su interior para llegar al extremo al que había llegado. Además, era muy ingenuo por su parte el pensar que tras aquel beso en Mon Charnaisse las cosas se quedarían como estaban.
En un primer momento pensó que las cosas serían así. Que nunca más se verían, ya que, él ladrón, Jarod pseudo-niño rico, lo que pudiese salir de allí era más bien confuso, no obstan no podía negarse a seguir probando, a ser la sombra de aquel chaval, a conocerle mejor de una forma que él no percibiese.
Permaneció oculto en la copa de uno de los árboles del jardín de la mansión Redfield mientras Jarod entraba, y cerraba tras de si la puerta. ¿Qué iría a hacer allí? Suponía que estar cerca de la única persona que le había tocado tan de cerca en aquellos largos años. La primera persona que le había robado a él un beso, beso que había devuelto con una pasión que ni él mismo conocía. Su presencia allí venía a estar injustificada, y si le preguntase alguno de sus pájaros, él diría que estaba allí observando un bonito paisaje, y ya está. Aún le quedaba mucho para reconocer sentimientos humanos, y menos cunado estos estallaban en él tan rápidamente.
Saltó de su rama, en un ágil movimiento con el que su cuerpo rasgó el aire en dirección al tejado de la casa. Aterrizó con la suavidad de un gorrión y la elegancia de un águila, curvando sus piernas en una aerodinámica pose, casi artística. Él debería estar por allí abajo, posiblemente durmiendo abrazado a si mismo, aterrorizado mientras las visiones del robo se sucedían en su mente una tras otra. Tomó asiento en el borde del tejado, de modo que sus piernas colgaron de una forma casi cómica.
Él era un animal salvaje, y entre si, los animales salvajes solían luchar. Pero era realmente curioso el darse cuenta de que a menudo, el animal salvaje protegía al débil, y lo común que era ver en algunos momentos imágenes en las que un águila real abrazaba en sus alas a una indefensa paloma. Nah, no, no debía pensar en eso en aquellos momentos en los que paseaba por encima de una persona que había rozado un alma con alas.
Helios saltó de su sitio hacia atrás, con buen porte, nada más escuchar el sonido provinente de una de las ventanas, y se dispuso en un primer momento a atacar, y en un segundo momento, tan solo a ver cómo acontecía la situación. Tuvo que sonreír al escuchar aquel burdo y brutal silbido de Jarod, feliz por verle sano y salvo de nuevo, alejado del peligro al que había estado expuesto momentos antes. Durante unos segundos, simplemente disfrutó de aquel tremebundo sonido como si fuese el más hermoso, tan, tan hermoso, que se obligó a si mismo a esperar a que su cantor lo diese por concluido.
Saltó hasta ubicarse inmediatamente tras él, aún subido al tejado, Jarod un poco más abajo.
-No vendrá una bandada con ese ruido -murmuró, clavando en él aquel aguileño ojo ámbar-. Vendrán miles de ellas -concluyó, dando por hecho que el pintor entendería lo que quería dar a entender.
En un primer momento pensó que las cosas serían así. Que nunca más se verían, ya que, él ladrón, Jarod pseudo-niño rico, lo que pudiese salir de allí era más bien confuso, no obstan no podía negarse a seguir probando, a ser la sombra de aquel chaval, a conocerle mejor de una forma que él no percibiese.
Permaneció oculto en la copa de uno de los árboles del jardín de la mansión Redfield mientras Jarod entraba, y cerraba tras de si la puerta. ¿Qué iría a hacer allí? Suponía que estar cerca de la única persona que le había tocado tan de cerca en aquellos largos años. La primera persona que le había robado a él un beso, beso que había devuelto con una pasión que ni él mismo conocía. Su presencia allí venía a estar injustificada, y si le preguntase alguno de sus pájaros, él diría que estaba allí observando un bonito paisaje, y ya está. Aún le quedaba mucho para reconocer sentimientos humanos, y menos cunado estos estallaban en él tan rápidamente.
Saltó de su rama, en un ágil movimiento con el que su cuerpo rasgó el aire en dirección al tejado de la casa. Aterrizó con la suavidad de un gorrión y la elegancia de un águila, curvando sus piernas en una aerodinámica pose, casi artística. Él debería estar por allí abajo, posiblemente durmiendo abrazado a si mismo, aterrorizado mientras las visiones del robo se sucedían en su mente una tras otra. Tomó asiento en el borde del tejado, de modo que sus piernas colgaron de una forma casi cómica.
Él era un animal salvaje, y entre si, los animales salvajes solían luchar. Pero era realmente curioso el darse cuenta de que a menudo, el animal salvaje protegía al débil, y lo común que era ver en algunos momentos imágenes en las que un águila real abrazaba en sus alas a una indefensa paloma. Nah, no, no debía pensar en eso en aquellos momentos en los que paseaba por encima de una persona que había rozado un alma con alas.
Helios saltó de su sitio hacia atrás, con buen porte, nada más escuchar el sonido provinente de una de las ventanas, y se dispuso en un primer momento a atacar, y en un segundo momento, tan solo a ver cómo acontecía la situación. Tuvo que sonreír al escuchar aquel burdo y brutal silbido de Jarod, feliz por verle sano y salvo de nuevo, alejado del peligro al que había estado expuesto momentos antes. Durante unos segundos, simplemente disfrutó de aquel tremebundo sonido como si fuese el más hermoso, tan, tan hermoso, que se obligó a si mismo a esperar a que su cantor lo diese por concluido.
Saltó hasta ubicarse inmediatamente tras él, aún subido al tejado, Jarod un poco más abajo.
-No vendrá una bandada con ese ruido -murmuró, clavando en él aquel aguileño ojo ámbar-. Vendrán miles de ellas -concluyó, dando por hecho que el pintor entendería lo que quería dar a entender.
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Re: Residencia de los Redfield
Estuvo silbando un buen rato, hasta que los pulmones ya se negaron a expulsar más aire, y el silbido de Jarod se silenció lentamente. Jarod bajó la cabeza, sintiendo que su esperanza de volver a ver a ese enigmático ladrón que lo atraía de manera irracional, se apagaba, como su silbido.
Pero debía ser así. ¿En verdad podría haber surgido algo entre ellos? Un fugitivo y un joven de buena familia. Dicho así, resultaba casi surreal. Pero Jarod sentía como una espina clavada dentro de él, esa curiosidad que ansiaba saber lo que pudiera haber ocurrido con aquello. Pero ya nunca lo sabría... ¿no?
Y justo a la par que ese pensamiento, una voz que vino tras él, una voz acariciadora y susurrante, que lo dejó paralizado en su sitio.
En un solo segundo, todos sus esquemas se vinieron abajo. Tras haber pasado horas y horas sin dormir, dándole vueltas al asunto, y casi dándose cabezazos contra la pared intentando quitarse a ese ladrón de la cabeza, pues nunca volvería a verle.
Y ahora, así, de la nada, aparecía otra vez, acudiendo a su llamada. Jarod cerró los ojos con fuerza, preguntándose si estaba soñando o si en verdad había escuchado esa voz. Lentamente, se dio la vuelta. Y allí lo vio, algo más arriba, sentado sobre el tejado. Jarod tragó saliva, se había quedado mudo, sin saber qué decir. Resumiendo, que se sentía como un completo gilipollas. Y claro, como Jarod era la criatura más oportuna del mundo, su mente, tan lista ella, recordó cierta escena sobre la cama de una habitación de esa misma casa. Bajó la cabeza de golpe, para colmo, sonrojado.
"Muy bien Jarod, mereces el Óscar, el Grammy, y por supuesto, el premio nobel de la idiotez. Bravo..." miró al ladrón de reojo, aún seguía teniéndole miedo, en parte.
-¿P...Por qué has vuelto?-titubeó con un hilo de voz, con el labio inferior temblando levemente.
Pero debía ser así. ¿En verdad podría haber surgido algo entre ellos? Un fugitivo y un joven de buena familia. Dicho así, resultaba casi surreal. Pero Jarod sentía como una espina clavada dentro de él, esa curiosidad que ansiaba saber lo que pudiera haber ocurrido con aquello. Pero ya nunca lo sabría... ¿no?
Y justo a la par que ese pensamiento, una voz que vino tras él, una voz acariciadora y susurrante, que lo dejó paralizado en su sitio.
En un solo segundo, todos sus esquemas se vinieron abajo. Tras haber pasado horas y horas sin dormir, dándole vueltas al asunto, y casi dándose cabezazos contra la pared intentando quitarse a ese ladrón de la cabeza, pues nunca volvería a verle.
Y ahora, así, de la nada, aparecía otra vez, acudiendo a su llamada. Jarod cerró los ojos con fuerza, preguntándose si estaba soñando o si en verdad había escuchado esa voz. Lentamente, se dio la vuelta. Y allí lo vio, algo más arriba, sentado sobre el tejado. Jarod tragó saliva, se había quedado mudo, sin saber qué decir. Resumiendo, que se sentía como un completo gilipollas. Y claro, como Jarod era la criatura más oportuna del mundo, su mente, tan lista ella, recordó cierta escena sobre la cama de una habitación de esa misma casa. Bajó la cabeza de golpe, para colmo, sonrojado.
"Muy bien Jarod, mereces el Óscar, el Grammy, y por supuesto, el premio nobel de la idiotez. Bravo..." miró al ladrón de reojo, aún seguía teniéndole miedo, en parte.
-¿P...Por qué has vuelto?-titubeó con un hilo de voz, con el labio inferior temblando levemente.
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Re: Residencia de los Redfield
Helios esbozó una media sonrisa, entornando a Jarod con su único ojo y estudiando su curiosa reacción. ¿Eso qué significaba? ¿Que no se alegraba de verle? ¿Que se avergonzaba? Sí, evidentemente sería obvio que el pintor no quisiera volver a encontrarse cara a cara con el sucio y malvado ladrón que le había introducido en el lío de su vida, y con el que más tarde se había besado de una forma nunca vista. Era evidente. No, Jarod le había echado de menos, tal vez tanto como Helios a él, por muy pocos minutos que hubiesen pasado desde su separación. ¿Que porqué había vuelto? ¿De qué forma explica uno algo que ha hecho sin la base del raciocinio? ¿Por qué estaba ahí? Por que había vuelto. ¿Por qué había vuelto? Por que quería volver a ver a Jarod. ¿Por qué quería volver a ver a Jarod?. Eso era algo que aún no sabía. Quizás para intentar aclararse, para intentar saber la razón por la cual ese beso aún le picaba en los labios, como si desease más, pero sin experimentar los típicos reparos de los humanos por ello.
Helios se lanzó, aterrizando en el suelo con extrema elegancia, a dos o tres pasos de Jarod. Se irguió con lentitud, acercándose al pintor hasta que tan solo unos pocos centímetros separaron al uno del otro. No sabía qué contestarle, de modo que, realmente, eso hacía dudar sobre si debía darle alguna contestación o no. Quería estar con él. Era todo cuanto podía deducir en aquel momento. Estar con él y disfrutar de nuevo de aquello que había experimentado antes. Pero tan solo con él.
-Quería verte de nuevo -confesó, elevando una mano. Tomó la barbilla del pintor entre sus dedos, elevándola suavemente hasta que ambos entablaron contacto visual. Estudio la mirada de Jarod durante unos instantes, percatándose de que le gustaba la humanidad de esta. No era una forma de mirar depredadora, que recordase, como solían ser todas aquellas que Helios veía, a zarpazos, a desgarro, a sangre o a alas-. Mírame -ordenó, queriendo recrearse más en aquellos ojos.
Helios se lanzó, aterrizando en el suelo con extrema elegancia, a dos o tres pasos de Jarod. Se irguió con lentitud, acercándose al pintor hasta que tan solo unos pocos centímetros separaron al uno del otro. No sabía qué contestarle, de modo que, realmente, eso hacía dudar sobre si debía darle alguna contestación o no. Quería estar con él. Era todo cuanto podía deducir en aquel momento. Estar con él y disfrutar de nuevo de aquello que había experimentado antes. Pero tan solo con él.
-Quería verte de nuevo -confesó, elevando una mano. Tomó la barbilla del pintor entre sus dedos, elevándola suavemente hasta que ambos entablaron contacto visual. Estudio la mirada de Jarod durante unos instantes, percatándose de que le gustaba la humanidad de esta. No era una forma de mirar depredadora, que recordase, como solían ser todas aquellas que Helios veía, a zarpazos, a desgarro, a sangre o a alas-. Mírame -ordenó, queriendo recrearse más en aquellos ojos.
Helios- Alma sin experiencia alguna
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Re: Residencia de los Redfield
Cuando vio al ladrón bajar del tejado de un salto, instintivamente fue a dar un paso atrás, aún con miedo, pero se obligó a sí mismo a permanecer anclado en su sitio. Su respiración se iba acelerando a medida que el ladrón acercaba sus pasos a él, y cuanto Jarod más trataba disimularla o controlarla, más se le descontrolaba. Obviamente, el sentir miedo y atracción a la vez, resultaba una combinación bastante explosiva. Esperó la respuesta, pero a la vez, preguntándose a si mismo el porqué se lo había preguntado. Él al menos, de haber tenido que responder, no hubiera sabido explicar la respuesta, pues no tenía una razón lógica para expresar lo que sentía hacia el misterioso ladrón. Le daba miedo, sí, y ese miedo le instaba a salir corriendo. Pero a la vez le causaba tal fascinación que quería estar con él, sin que importase quien era, dejarse llevar. Y dado que esa atracción era más fuerte que el temor, los pies de Jarod quedaron anclados al suelo hasta que tuvo a ese hombre a apenas dos centímetros de su rostro, y ya a partir de ahí pasó de intentar controlar su respiración, para no tener que parecer aún más patético.
Pero al sentir el tacto de sus dedos rozando su cara, instándole a levantar las mirada. Jarod se maldijo a sí mismo al notar esa violenta oleada de calor en las mejillas, pero aún así, miró al hombre con lentitud, para, en el mismo momento que posó los ojos en su mirada, quedarse prendado en ella, como si hubiese sido víctima de un hechizo, y observando ese rostro con una devoción total brillando en sus ojos ámbar. Se le hacía una mirada tan extraña que quería hacer lo que fuese por comprenderla, por desvelar el misterio que esa mirada de águila ocultaba tras de sí.
En un impulso, el cual su razón no pudo detener (básicamente porque estaba anulada de nuevo), alzó las manos con lentitud para acariciar el rostro de Helios, con toda la delicadeza posible, como si ante él tuviera a la obra de arte más hermosa y magnífica del mundo. En ningún momento apartó la mirada de su único ojo, ya sin que le importara ni su respiración agitada ni el vivo color rojo que sus mejillas presentaban.
-Gracias...-musitó, rozando sin querer los labios de Helios con los suyos propios, temblorosos. Y en un nuevo impulso, abrazó al ladrón, rodeando su cuello y hundiendo las manos en su cabello blanquecino. Una acción que nuevamente no tenía explicación, pero que Jarod había necesitado por encima de todo. Estar cerca de él y punto. Sin reparos, sin razón.
Pero al sentir el tacto de sus dedos rozando su cara, instándole a levantar las mirada. Jarod se maldijo a sí mismo al notar esa violenta oleada de calor en las mejillas, pero aún así, miró al hombre con lentitud, para, en el mismo momento que posó los ojos en su mirada, quedarse prendado en ella, como si hubiese sido víctima de un hechizo, y observando ese rostro con una devoción total brillando en sus ojos ámbar. Se le hacía una mirada tan extraña que quería hacer lo que fuese por comprenderla, por desvelar el misterio que esa mirada de águila ocultaba tras de sí.
En un impulso, el cual su razón no pudo detener (básicamente porque estaba anulada de nuevo), alzó las manos con lentitud para acariciar el rostro de Helios, con toda la delicadeza posible, como si ante él tuviera a la obra de arte más hermosa y magnífica del mundo. En ningún momento apartó la mirada de su único ojo, ya sin que le importara ni su respiración agitada ni el vivo color rojo que sus mejillas presentaban.
-Gracias...-musitó, rozando sin querer los labios de Helios con los suyos propios, temblorosos. Y en un nuevo impulso, abrazó al ladrón, rodeando su cuello y hundiendo las manos en su cabello blanquecino. Una acción que nuevamente no tenía explicación, pero que Jarod había necesitado por encima de todo. Estar cerca de él y punto. Sin reparos, sin razón.
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