Parque Central de París

Jarod pudo seguir a duras penas al ladrón, pero igualmente corrió como un condenado, nunca mejor dicho, como alma que lleva el diablo y agarrando el saco de cualquier manera. Dios, ¡eso era una locura! ¿Y si por un casual le atrapaban? Con ese pensamiento martilleando su mente, no estuvo tranquilo hasta que llegaron al parque más grande y famoso de París. Se adentró en él, con Helios por delante, saltando de árbol en árbol, como un acróbata.

Jarod pensó fugazmente en la tremenda ostia que se daría él de intentarlo, vamos, de cajón. Ya se tropezaba simplemente con suelos lisos, como para intentar saltar de un árbol a otro... Resumiendo, si lo hiciera, como mínimo se partiría el cráneo.

Pararon al lado de un árbol muy grande, no se veía ni se oía nada alrededor, a excepción de la respiración entrecortada de Jarod, o al menos a él, se le hacía muy ruidosa entre tanto silencio. Dio un respingo del susto, cuando el ladrón apareció ante él, y casi se le cayó el saco.

-...-

En un principio, sus labios no supieron articular palabra alguna ante lo que había oído, como si tuviera que asimilarlo letra por letra.

Le daba las gracias...se disculpaba y todo... Pero a Jarod se le paró el corazón durante un instante ante lo último que dijo, a la vez que involuntariamente frotaba su mejilla contra la mano de Helios, solo por el simple deseo de notar su tacto. ¿Pero entonces qué...? ¿En eso se reduciría no? Solo sería uno de esos sueños surrealista que con el paso de los años te preguntas si en verdad ocurrieron o no...

Jarod cerró los ojos con fuerza, obligándose a sí mismo a pensar con sentido común.

Es un ladrón, Jarod, un asesino, es peligroso y lo sabes...

Se tendría que resignar. Era lo mejor...

Alzó la mirada, para clavar sus ojos ambarinos en Helios, unos ojos que se encontraban levemente humedecidos. Le tendió el saco, rozando por una milésima de segundo, sin querer, su mano. Aún sin dejar de mirarle, comenzó a retroceder, con lentitud.

-Entonces...-dijo, con un hilo de voz.-Adiós...-quiso haber dicho su nombre, pero no le salió. No se dio la vuelta hasta estar a unos cuantos metros de él, pero cuando lo hizo, volvió a tropezarse para casi caerse de nuevo.

¡MIERDA!, vale, genial, menuda última imagen se llevaría de él... Volteó la mirada, abochornado.

Pero allí ya no había nadie. Jarod se quedó entonces muy quieto. Sentía una extraña sensación de vacío, como si hubiera perdido algo que llevaba toda la vida buscando. Bajó la cabeza, con una expresión insondable, y cogió rumbo a su casa.