+18 Perversión?
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+18 Perversión?
Habían pasado dos horas desde el almuerzo; Daniel manejaba con cuidado por los caminos de tierra que lo llevarían a la casa de Maximiliano. Rondaba los 32 años, cabello oscuro indomable, piel tostada por el sol. Sus ojos oscuros de largas y gruesas pestañas, enmarcados por cejas pobladas, le conferían a su rostro un aspecto misterioso y gitano. Carrillos anchos, barba incipiente, labios gruesos. Absorto en sus pensamientos cruzó la tranquera de “Cañada Honda” y se dirigió hacia la edificación de color salmón que se encontraba en medio de un gran parque.
La Chevrolet Heavy Duty estacionó en las piedras blancas, junto con los coches de los otros invitados que ya habían llegado. Desde el salón estar, las mujeres observaban por el amplio ventanal cómo este hombre enorme y atractivo se bajaba de ese vehículo tan imponente como él. Maxi observó cómo todas ellas contenían el aliento cuando Daniel irrumpió en la habitación, con su amplia y blanca sonrisa, él siempre tuvo ese efecto en las mujeres.
-¡Maxi! Querido amigo.- El brazo enorme de Daniel casi lo asfixia.
-¿Y Ceci? – Maxi y Daniel se conocían gracias a la novia de éste, quien había sido compañera del dueño de casa en la Universidad.
-Viene a caballo. Quiere que Fuoco salte el campo de obstáculos.- Hablaban del alazán de la joven.
-Entonces seguro esa nube de tierra es ella… ¡Qué locura! Galopar a esa velocidad en estos caminos tan irregulares.
Tal como lo predijo Maxi, Cecilia entraba al trote rápido sobre un caballo negro de porte elegante que relinchaba y movía la cabeza belicosamente. La figura menuda de la joven se movía con comodidad en la casa quinta de Maxi, ya acostumbrada a pasar mucho tiempo allí. Llevó a Fuoco hacia un algarrobo frondoso y desmontó de un ágil salto. Acariciando los flancos del animal, hablándole con susurros cariñosos, le aflojó la cincha y le dio una palmada en las ancas.
-Deja, Teo… que ande un poco con la montura puesta – Le dijo con una sonrisa al peón que se acercaba para llevar a Fuoco a las caballerizas.- Más tarde seguramente lo llevo a saltar un par de vallas.
-Como quiera, doña Cecilia.- La muchacha se soltó la trenza y su largo cabello brilló al sol. Vestía ropa de montar, con altas botas hasta media pierna y bombachas de gaucho de color té con leche. Su figura esbelta y redondeada se le adivinaba bajo la camisola. Si antes las mujeres se habían impresionado con Daniel, ahora los hombres paseaban la vista deleitados por las curvas de su novia. Eran una pareja perfecta. Ambos de sonrisas amplias y francas, de belleza y frescura sin igual. Ella tenía 21 años pero su cara más bien redondeada parecía la de una niña. Ojos grandes, pestañas largas, nariz pequeña y boca seductora. Embelesaba a todos aquellos a los que saludaba, con gestos cariñosos y sencillos.
Maximiliano Bregas era una personalidad muy conocida en Córdoba. Hombre influyente y de mucho dinero, había organizado esa tertulia sobre todo para que varias de sus amistades se conocieran entre sí, ya que estaba seguro de que de dichos contactos nacerían nuevos y provechosos negocios. Como las viejas fiestas, los huéspedes se quedaban a dormir cuanto quisieran y traían sus valijas con la ropa necesaria. Las mujeres estaban invitadas sobre todo para amenizar la reunión, ya que la mayoría eran señoras y señoritas frívolas y superficiales pero muy graciosas. Cecilia se destacaba entre ellas; con sus ropas tan sencillas como sus modos, no pretendía demostrar nada a nadie.
Mientras los invitados iban llegando el bullicio iba en aumento. Las mujeres charlaban todas juntas en un rincón y grupos de hombres discutían sobre temas varios. La figura de Daniel se movió con destreza por entre las damas y se acercó a su novia. Cerró los ojos mientras respiraba sobre su cabello sintiendo ese aroma tan suyo que lo volvía loco.
-Con algunos de los invitados nos vamos a cabalgar. ¿Vienes a probar los obstáculos? – La sonrisa de la joven le respondió sin necesidad de palabras. Giró la cabeza para dirigirse a las otras damas, que lo miraban con hambre- Ustedes también están invitadas, señoritas. Nos vamos a andar a caballo mientras se prepara la merienda.- Varias asintieron y comenzó el movimiento de gente hacia los jardines.
En tanto Daniel cinchaba a Fuoco, Cecilia iba a las caballerizas para las otras monturas. Cuando todos estuvieron sobre los animales, algunos más inseguros que otros, emprendieron una andada lenta hacia la zona del corral y los obstáculos. Cecilia, por cortesía, frenaba a Fuoco con las rodillas ya que tanto el animal como ella, se morían por correr un poco y probar los saltos, pero las señoritas iban muy despacio, algunas casi espantadas por la altura a la que estaban.
Unos silbidos la hicieron levantar la vista hacia los caballos de Daniel, Maxi y otros caballeros, quienes iban galopando alegres a la zona de saltos.
-¡Galieen!!! – Daniel se dio vuelta y la llamó con una sonrisa, erguido sobre Montaraz, uno de los caballos más briosos de la estancia “Cañada Honda”. Era su forma cariñosa y privada de llamarse entre sí.
-Vaya, doña Cecilia, yo acompaño a las damas- dijo Teo, mirando la expresión de ansiedad de la joven.- La expresión de agradecimiento de ella fue suficiente para alegrar al peón el resto de la cabalgata.
Azuzó a Fuoco y corrió con el grupo. Su pelo flotaba al aire de la tarde desprendiendo reflejos rojizos en su oscuro cabello bajo el sol. Después de saltar un par de veces, Daniel se le acercó y puso a Montaraz emparejado con su montura. Los caballos sintieron la tensión de la carrera antes de que él despegara los labios.
-Vamos a ver si Fuoco se aprendió bien los obstáculos- la sonrisa pícara de él le hizo gracia.
-De acuerdo, déjame atarme el pelo.- Pero Daniel no esperó, y con los talones obligó a su montura a salir disparada. Cecilia tuvo que hacer un esfuerzo para no caer cuando Fuoco salió sin previo aviso detrás de él; se agarró con fuerza con las rodillas y tomó las riendas. Se agachó hacia delante, cerca de las orejas de Fuoco para susurrarle palabras de aliento que enloquecieron al animal. Daniel iba inevitablemente adelante aunque Fuoco estaba cada vez más cerca. Cuando Montaraz cruzó la última valla, siguió corriendo, prolongando la carrera. Cecilia sonrió, allí sí lo alcanzaría. Pero a los pocos metros Daniel cruzó su caballo frente al de ella, provocando una brusca frenada que la dejó sin equilibrio. Las manos fuertes de su novio la tomaron por la cintura y la elevaron por encima de su montura y la sentaron sobre las piernas de él. Cerró los ojos y suspiró cuando sus labios se tocaron en un beso apurado que pronto se hizo profundo cuando, con la lengua, él le obligó a abrir la boca y recibirlo dentro. Una mano de él le tomaba la nuca y le revolvía el cabello suelto, mientras la otra le ceñía el talle cada vez con más ansias. Lo sintió bajo su trasero cuando la erección de él se hizo evidente y gimió despacio. Daniel gruñó y frunció el ceño, tenía que controlarse. Con lentitud la soltó y tomó las riendas. Ella se recostó sobre su pecho y él se retiró un poco hacia atrás en la montura para que ella estuviese más cómoda. Llegaron al paso a la casa con Fuoco detrás; el resto de los invitados bajaba de los caballos ayudados por los peones. Desensillaron despacio, ella se deslizó sobre la montura y alcanzó un estribo, con una graciosa voltereta terminó en el suelo mirando hacia Daniel, quien bajó y la abrazó con cariño. Algunas miradas voltearon a ver, otras miraron hacia otro lado; entre las últimas estaba la de Dima, uno de los invitados que había llegado mientras estaban cabalgando. Apenas la vio supo que era ella. Cecilia y él se habían conocido unos años atrás por casualidad y tuvieron una relación intensa pero corta, que terminó abruptamente cuando él se fue del país y ella no lo quiso acompañar. Estaba más hermosa que nunca. Radiante. El corazón se le volvió loco y la cabeza también. No podía creer verla de nuevo. Por lo visto ahora estaba con alguien más. Se preguntaba cuál sería su reacción al verlo. Si él podría contenerse y mantener una forma fría para no partirle la boca de un beso.
Cuando los invitados entraron la mesa ya estaba servida. Se sentaron, hambrientos. Dima y Cecilia ya se habían reconocieron y saludaron. Ella se mostró contenta de verlo pero no pasó de ahí. En la enorme mesa ella estaba sentada entre él y Daniel. Dima simulaba prestar atención a las otras conversaciones mientras veía cómo la mano del hombre se escabullía bajo la mesa para tocar la pierna de la joven. Ella sonrió con amor a su novio, quien comenzó a subir la mano sin que nadie excepto Dima lo notara. Cecilia soltó un suspiro ahogado y puso su mano sobre la de Daniel. Para sorpresa de Dima, no la alejó, sino que lo instó para que hundiera los dedos en su intimidad por sobre la ropa. Los dos jóvenes competían a ver cuál tenía una erección más grande. Uno como voyeur inadvertido y el otro como activo amante.
-Yo me voy a la habitación-susurró ella- ¿vienes conmigo?- su voz grave les hizo saber que estaba excitada.
-No puedo, tengo un par de cosas que tratar con uno de los invitados. Negocios. - respondió con tono apesadumbrado. Ella tomó su miembro por sobre el pantalón y rozó las uñas por la tela, Daniel contuvo el aliento con dificultad.
-Hum… entonces te voy a estar esperando Galieen- le susurró sensualmente. Se dirigió luego a Maxi, en la cabecera de la mesa- Yo me voy a la habitación, que estoy muy cansada. Después me despierto para la cena y el baile- sonrió alegremente. Maxi también lo hizo. Dima se puso de pie.
-Yo también me voy a descansar un rato. ¿Te acompaño, Ceci? – ella le sonrió dulcemente. Parecía mentira que pareciera tan inocente siendo un gato de fuego por dentro. La siguió por las escaleras, manteniendo una charla amena.
-Me voy a dar una ducha porque huelo a caballo – rió ella.
-¡Qué buena idea! – rió él a su vez. La despidió en la puerta de su cuarto. – Aunque ese olor no te hace menos sensual. – Se dio media vuelta sin decir nada más y se fue hacia su habitación, dejándola a ella inclinando la cabeza, intrigada.
Mientras Cecilia se bañaba, cantaba feliz. Por eso no pudo oír la puerta de la habitación que se abría y volvía a cerrar, al igual que la del ropero. Dima sonrió levemente, desde donde estaba podía ver toda la habitación entre las rejillas de la puerta de madera. El cierre del agua le hizo saber que la ducha había acabado y que ella pronto saldría. Se inclinó sobre la puerta del baño expectante, ansioso, excitado.
La Chevrolet Heavy Duty estacionó en las piedras blancas, junto con los coches de los otros invitados que ya habían llegado. Desde el salón estar, las mujeres observaban por el amplio ventanal cómo este hombre enorme y atractivo se bajaba de ese vehículo tan imponente como él. Maxi observó cómo todas ellas contenían el aliento cuando Daniel irrumpió en la habitación, con su amplia y blanca sonrisa, él siempre tuvo ese efecto en las mujeres.
-¡Maxi! Querido amigo.- El brazo enorme de Daniel casi lo asfixia.
-¿Y Ceci? – Maxi y Daniel se conocían gracias a la novia de éste, quien había sido compañera del dueño de casa en la Universidad.
-Viene a caballo. Quiere que Fuoco salte el campo de obstáculos.- Hablaban del alazán de la joven.
-Entonces seguro esa nube de tierra es ella… ¡Qué locura! Galopar a esa velocidad en estos caminos tan irregulares.
Tal como lo predijo Maxi, Cecilia entraba al trote rápido sobre un caballo negro de porte elegante que relinchaba y movía la cabeza belicosamente. La figura menuda de la joven se movía con comodidad en la casa quinta de Maxi, ya acostumbrada a pasar mucho tiempo allí. Llevó a Fuoco hacia un algarrobo frondoso y desmontó de un ágil salto. Acariciando los flancos del animal, hablándole con susurros cariñosos, le aflojó la cincha y le dio una palmada en las ancas.
-Deja, Teo… que ande un poco con la montura puesta – Le dijo con una sonrisa al peón que se acercaba para llevar a Fuoco a las caballerizas.- Más tarde seguramente lo llevo a saltar un par de vallas.
-Como quiera, doña Cecilia.- La muchacha se soltó la trenza y su largo cabello brilló al sol. Vestía ropa de montar, con altas botas hasta media pierna y bombachas de gaucho de color té con leche. Su figura esbelta y redondeada se le adivinaba bajo la camisola. Si antes las mujeres se habían impresionado con Daniel, ahora los hombres paseaban la vista deleitados por las curvas de su novia. Eran una pareja perfecta. Ambos de sonrisas amplias y francas, de belleza y frescura sin igual. Ella tenía 21 años pero su cara más bien redondeada parecía la de una niña. Ojos grandes, pestañas largas, nariz pequeña y boca seductora. Embelesaba a todos aquellos a los que saludaba, con gestos cariñosos y sencillos.
Maximiliano Bregas era una personalidad muy conocida en Córdoba. Hombre influyente y de mucho dinero, había organizado esa tertulia sobre todo para que varias de sus amistades se conocieran entre sí, ya que estaba seguro de que de dichos contactos nacerían nuevos y provechosos negocios. Como las viejas fiestas, los huéspedes se quedaban a dormir cuanto quisieran y traían sus valijas con la ropa necesaria. Las mujeres estaban invitadas sobre todo para amenizar la reunión, ya que la mayoría eran señoras y señoritas frívolas y superficiales pero muy graciosas. Cecilia se destacaba entre ellas; con sus ropas tan sencillas como sus modos, no pretendía demostrar nada a nadie.
Mientras los invitados iban llegando el bullicio iba en aumento. Las mujeres charlaban todas juntas en un rincón y grupos de hombres discutían sobre temas varios. La figura de Daniel se movió con destreza por entre las damas y se acercó a su novia. Cerró los ojos mientras respiraba sobre su cabello sintiendo ese aroma tan suyo que lo volvía loco.
-Con algunos de los invitados nos vamos a cabalgar. ¿Vienes a probar los obstáculos? – La sonrisa de la joven le respondió sin necesidad de palabras. Giró la cabeza para dirigirse a las otras damas, que lo miraban con hambre- Ustedes también están invitadas, señoritas. Nos vamos a andar a caballo mientras se prepara la merienda.- Varias asintieron y comenzó el movimiento de gente hacia los jardines.
En tanto Daniel cinchaba a Fuoco, Cecilia iba a las caballerizas para las otras monturas. Cuando todos estuvieron sobre los animales, algunos más inseguros que otros, emprendieron una andada lenta hacia la zona del corral y los obstáculos. Cecilia, por cortesía, frenaba a Fuoco con las rodillas ya que tanto el animal como ella, se morían por correr un poco y probar los saltos, pero las señoritas iban muy despacio, algunas casi espantadas por la altura a la que estaban.
Unos silbidos la hicieron levantar la vista hacia los caballos de Daniel, Maxi y otros caballeros, quienes iban galopando alegres a la zona de saltos.
-¡Galieen!!! – Daniel se dio vuelta y la llamó con una sonrisa, erguido sobre Montaraz, uno de los caballos más briosos de la estancia “Cañada Honda”. Era su forma cariñosa y privada de llamarse entre sí.
-Vaya, doña Cecilia, yo acompaño a las damas- dijo Teo, mirando la expresión de ansiedad de la joven.- La expresión de agradecimiento de ella fue suficiente para alegrar al peón el resto de la cabalgata.
Azuzó a Fuoco y corrió con el grupo. Su pelo flotaba al aire de la tarde desprendiendo reflejos rojizos en su oscuro cabello bajo el sol. Después de saltar un par de veces, Daniel se le acercó y puso a Montaraz emparejado con su montura. Los caballos sintieron la tensión de la carrera antes de que él despegara los labios.
-Vamos a ver si Fuoco se aprendió bien los obstáculos- la sonrisa pícara de él le hizo gracia.
-De acuerdo, déjame atarme el pelo.- Pero Daniel no esperó, y con los talones obligó a su montura a salir disparada. Cecilia tuvo que hacer un esfuerzo para no caer cuando Fuoco salió sin previo aviso detrás de él; se agarró con fuerza con las rodillas y tomó las riendas. Se agachó hacia delante, cerca de las orejas de Fuoco para susurrarle palabras de aliento que enloquecieron al animal. Daniel iba inevitablemente adelante aunque Fuoco estaba cada vez más cerca. Cuando Montaraz cruzó la última valla, siguió corriendo, prolongando la carrera. Cecilia sonrió, allí sí lo alcanzaría. Pero a los pocos metros Daniel cruzó su caballo frente al de ella, provocando una brusca frenada que la dejó sin equilibrio. Las manos fuertes de su novio la tomaron por la cintura y la elevaron por encima de su montura y la sentaron sobre las piernas de él. Cerró los ojos y suspiró cuando sus labios se tocaron en un beso apurado que pronto se hizo profundo cuando, con la lengua, él le obligó a abrir la boca y recibirlo dentro. Una mano de él le tomaba la nuca y le revolvía el cabello suelto, mientras la otra le ceñía el talle cada vez con más ansias. Lo sintió bajo su trasero cuando la erección de él se hizo evidente y gimió despacio. Daniel gruñó y frunció el ceño, tenía que controlarse. Con lentitud la soltó y tomó las riendas. Ella se recostó sobre su pecho y él se retiró un poco hacia atrás en la montura para que ella estuviese más cómoda. Llegaron al paso a la casa con Fuoco detrás; el resto de los invitados bajaba de los caballos ayudados por los peones. Desensillaron despacio, ella se deslizó sobre la montura y alcanzó un estribo, con una graciosa voltereta terminó en el suelo mirando hacia Daniel, quien bajó y la abrazó con cariño. Algunas miradas voltearon a ver, otras miraron hacia otro lado; entre las últimas estaba la de Dima, uno de los invitados que había llegado mientras estaban cabalgando. Apenas la vio supo que era ella. Cecilia y él se habían conocido unos años atrás por casualidad y tuvieron una relación intensa pero corta, que terminó abruptamente cuando él se fue del país y ella no lo quiso acompañar. Estaba más hermosa que nunca. Radiante. El corazón se le volvió loco y la cabeza también. No podía creer verla de nuevo. Por lo visto ahora estaba con alguien más. Se preguntaba cuál sería su reacción al verlo. Si él podría contenerse y mantener una forma fría para no partirle la boca de un beso.
Cuando los invitados entraron la mesa ya estaba servida. Se sentaron, hambrientos. Dima y Cecilia ya se habían reconocieron y saludaron. Ella se mostró contenta de verlo pero no pasó de ahí. En la enorme mesa ella estaba sentada entre él y Daniel. Dima simulaba prestar atención a las otras conversaciones mientras veía cómo la mano del hombre se escabullía bajo la mesa para tocar la pierna de la joven. Ella sonrió con amor a su novio, quien comenzó a subir la mano sin que nadie excepto Dima lo notara. Cecilia soltó un suspiro ahogado y puso su mano sobre la de Daniel. Para sorpresa de Dima, no la alejó, sino que lo instó para que hundiera los dedos en su intimidad por sobre la ropa. Los dos jóvenes competían a ver cuál tenía una erección más grande. Uno como voyeur inadvertido y el otro como activo amante.
-Yo me voy a la habitación-susurró ella- ¿vienes conmigo?- su voz grave les hizo saber que estaba excitada.
-No puedo, tengo un par de cosas que tratar con uno de los invitados. Negocios. - respondió con tono apesadumbrado. Ella tomó su miembro por sobre el pantalón y rozó las uñas por la tela, Daniel contuvo el aliento con dificultad.
-Hum… entonces te voy a estar esperando Galieen- le susurró sensualmente. Se dirigió luego a Maxi, en la cabecera de la mesa- Yo me voy a la habitación, que estoy muy cansada. Después me despierto para la cena y el baile- sonrió alegremente. Maxi también lo hizo. Dima se puso de pie.
-Yo también me voy a descansar un rato. ¿Te acompaño, Ceci? – ella le sonrió dulcemente. Parecía mentira que pareciera tan inocente siendo un gato de fuego por dentro. La siguió por las escaleras, manteniendo una charla amena.
-Me voy a dar una ducha porque huelo a caballo – rió ella.
-¡Qué buena idea! – rió él a su vez. La despidió en la puerta de su cuarto. – Aunque ese olor no te hace menos sensual. – Se dio media vuelta sin decir nada más y se fue hacia su habitación, dejándola a ella inclinando la cabeza, intrigada.
Mientras Cecilia se bañaba, cantaba feliz. Por eso no pudo oír la puerta de la habitación que se abría y volvía a cerrar, al igual que la del ropero. Dima sonrió levemente, desde donde estaba podía ver toda la habitación entre las rejillas de la puerta de madera. El cierre del agua le hizo saber que la ducha había acabado y que ella pronto saldría. Se inclinó sobre la puerta del baño expectante, ansioso, excitado.
Re: +18 Perversión?
El cuerpo de esa niña lo excitaba tanto como antes. Ella salió del baño y el vapor perfumado la siguió por la amplia habitación. Se cubría con una toalla corta mientras se secaba el cabello con otra más pequeña. Tomó una crema del tocador y vertió un poco de ella en la palma de la mano, la toalla se deslizó pesada hacia el suelo descubriendo el cuerpo desnudo de la joven; comenzó a distribuir el tónico por su piel mientras se paseaba por la habitación canturreando. Dima pudo verla en todo su esplendor. Sólo dos pequeños triángulos, uno en el pubis y otro justo en el inicio del trasero, le indicaban que tomaba sol casi desnuda. No había un solo vello en su cuerpo, él la había conocido así. Seguía siendo una pilla. Sonrió pícaramente mientras bajaba la mano inconscientemente a su dolorosa erección, su pene no la había olvidado, siempre respondía de esa manera con ella, descontrolado.
Cecilia bañó todo su cuerpo en la loción fresca y liviana. Al movimiento de sus brazos, sus senos se bamboleaban y él sentía cómo se le hacía agua la boca. Hacía tiempo que no los lamía. Terminado el ritual, él podía sentir el olor a coco en al ambiente que lo embriagaba. Ella tomó de uno de los cajones una tanga diminuta, apenas dos hilos que se unían con una tela de gasa negra mínima. Se las colocó con cuidado y se puso una camiseta pegada al cuerpo. Sonriendo al espejo se dio la vuelta para ver su trasero e hizo algo que a Dima por poco lo hace llegar: Se dio una ligera pero sonora nalgada, al tiempo que soltaba una risa corta y contenida. Volvió a darse vuelta y se puso de frente, observándose. Tomó con sus pulgares los hilos de la tanga y los rozó hacia adelante y atrás. No aguantaba más, mordiéndose los labios llevó sus dedos hacia su vulva y los hundió en la carne, soltó un jadeo; Dima también, pero ella no lo notó. Con una de sus manos todavía en sus intimidades, subió la otra y chupó sus dedos con fruición para sentir su propio sabor. Dima ya no controlaba su mano que se movía sin control sobre su sexo hinchado, a punto de estallar.
-Contrólate – La joven se hablaba a sí misma. Se dirigió rápidamente al modular y tomó un frasquito de perfume, vaporizó con él sobre su pecho, en su nuca y en sus muslos. Luego corrió a la cama y se acostó. Tomó un libro de la mesita de noche e intentó leer sin conseguirlo, ya que al poco tiempo se quedó dormida. Dima ya había llegado y se sentía también exhausto, se recostó sobre la pared y cerró los ojos. Cuando volvió a abrirlos se dio cuenta que se había dormido también y que se había despertado bruscamente a causa de los ruidos provenientes de la cama: Cecilia movía la cabeza de un lado a otro profiriendo lamentos y sollozos, mantenía los brazos rectos e inmóviles a los costados del cuerpo, con las manos fuertemente cerradas. Sus piernas apenas se movían. Dima ya sabía lo que pasaba. Por lo visto, en estos años, seguía teniendo la misma pesadilla. Salió del ropero en silencio, levantó la colcha y le tocó los pies: helados, como siempre. Se acercó a su rostro, tenía el ceño fruncido; se controló para no besarle los labios entreabiertos, como antes hacía. Frotó una mano contra la otra para calentarlas y la colocó sobre el pecho de la muchacha, sentía el corazón exaltado. Comenzó a realizar movimientos circulares lentos mientras la acallaba con susurros cariñosos; casi de inmediato, ella se calmó con un suspiro y sonrió levemente.
-Daniel – El nombre del hombre salió de los labios de ella cargado de una nota de amor. Dima gruñó y frunció el cejo. Se disponía a salir de la habitación cuando sintió pasos que se acercaban, rápido como un lince volvió a esconderse donde antes y cerró la puerta justo antes de que se abriera la que llevaba al pasillo y Daniel entrara en el cuarto. El hombre aspiró sonoramente y sonrió.
-Gata traviesa – susurró mientras cerraba tras de sí y colocaba el pestillo. Avanzó hacia el perchero donde dejó su ropa. A medida que se iba desnudando podían verse numerosas cicatrices en el torso, brazos y piernas de Daniel, era evidente que no era un tipo tranquilo. Sus músculos en tensión lo hacían ver feroz. Con los boxers aún puestos se dirigió a la cama. Levantó las colchas y le tocó los pies a Cecilia, la temperatura no había aumentado mucho y Dima pudo darse cuenta de que adivinaba que había tenido otra pesadilla. Le tocó el cuello en busca del pulso, ahora tranquilo y casi imperceptible y sonrió. Cecilia se movió en sueños y se dio vuelta dándole la espalda al hombre, quien sacudió los cobertores fuera de la cama para verla entera. Con la mano le corrió el pelo de la nuca y la olió, soltó una risa ahogada. Se sentó a los pies de la cama y le abrió las piernas con confianza, hundió la nariz entre ellas y aspiró en los muslos. Parecía que ella se perfumaba para él y le indicaba con ello qué era lo que quería.
Con manos enormes subió por las piernas de la muchacha hasta sus caderas y allí tomó los hilos de su tanga y los estiró, jugando con ella. Con dos dedos se coló por el costado de la tanga y rozó los labios mayores de ella. Cecilia se estremeció y se dio la vuelta, despertándose.
-Hola – dijo con voz ronca y se sentó extendiendo las manos para acariciarle el mentón. Se dieron caricias suaves en el rostro del otro. Daniel se incorporó y tomó dos vasos y una botella de una repisa. Sirvió una medida de brandy en cada uno y le dio a ella el suyo
-Por un trato cerrado. Ese Maxi es un genio cuando se trata de las relaciones. – Alzaron los vasos y bebieron. Él se acabó todo de un trago pero ella bebía despacio. Daniel la tomó del cuello y le levantó la bebida para que la tomara de prisa. Rió sonoramente ante la cara arrugada de ella cuando el líquido le bajó por la garganta quemándola – Me encanta cuando te pones borracha. Te hace Ceci más traviesa aún ¿Quieres ponerte borracha para mí hoy? – No esperó la respuesta y sirvió otra vez para los dos. Ella tomó bebió rápido obedientemente. Él no tragó sino que la tomó de la cabeza y le dio un beso. Cuando abrió la boca le pasó todo el líquido caliente por haber estado en su boca. Cecilia se vio obligada a tragar para no ahogarse. Daniel sirvió otra vez, pero ella negó, besándolo y apoyando sus senos de pezones duros contra su pecho, él se calmó de inmediato, ciñendo la cintura de ella y tomando la camiseta para sacársela por sobre la cabeza. Bajó las manos para tomar su redondo trasero y lo apretó con deseo, ella se quejó. Él la acostó de espaldas sobre la cama y llenó su cuerpo de besos en su camino hacia su entrepierna. Casi le arrancó la tanguita y arremetió con dedos y lengua sobre su pubis para penetrarla con ellos. Ella jadeada y gemía escandalosamente, Dima volvía a sentir la erección y liberó su pene del aprieto del pantalón.
Cecilia no podía aguantarlo. Los dedos de Daniel se movían en su interior con una destreza increíble, volviéndola incapaz de controlar sus actos, ya de por sí torpes por su estado de ebriedad. Él endurecía la lengua para penetrarla con ella y luego la volvía blanda y suave para acariciar su clítoris hinchado. No tardó mucho en llegar a un orgasmo potente en el que Daniel abrió la boca y succionó con sus labios para beber de sus jugos. Ella quedó satisfecha y remolona mientras él caía a su lado sonriente para besarla en la boca. Ella se saboreó en la lengua y los labios de él.
- Eres una golosa perdida. ¿Lo sabías? – Ella asintió riendo borracha y se acercó al vaso de brandy para beber un largo trago; paseó sus manos por su cuerpo acariciando las cicatrices, enredando los dedos en los vellos del pecho y las piernas. Llegó al boxer y se lo quitó con cuidado, dejando escapar un pene gordo y largo al que miró con hambre. Sin que nada dijera, se lanzó para engullir ese trozo de carne. Aún conservaba el alcohol en la boca y la sensación hizo arder a Daniel, quien sibiló y arqueó la espalda, provocando que el miembro entrase aún más en la boca de la joven, quien succionó con placer. Con una mano tomaba suavemente los testículos y los acariciaba al tiempo que la otra se estiraba para alcanzar las tetillas de su amante, a quien, evidentemente, estaba volviendo loco. Con la boca abierta lamía el tronco desde la base hasta el glande, entreteniéndose en la punta mientras cerraba la boca sobre él y bajaba de prisa para que ese trozo le penetrara la boca. Daniel se movió tan de prisa que ella quedó estupefacta. De pronto se vio de espaldas en la cama con él encima de ella.
-Si no te paraba me iba dentro tuyo, golosa, y todavía te quiero dar más placer. – Le tomó los tobillos y los subió sobre su cuello, de esa manera ella se presentaba expuesta y lista para recibirlo hasta lo más profundo. Acercó la punta de su pene a la entrada, ella lo miraba a los ojos, expectante. Sostenían sus miradas fijas, sin hablar, sólo gemían y jadeaban. Él dejó entrar su cabeza unos centímetros y volvió a salir, para hacerlo nuevamente. Ella lo miraba con deseo, rogándole que lo hiciera de una vez; cuando, una vez más, entró apenas y volvió a salir ella elevó sus caderas con rapidez, provocando que todo Daniel entrase en ella de una sola vez, hasta lo más profundo. Él soltó un gemido sonoro y gutural y se quedó inmóvil. Ella volvió a bajar las caderas para volver a elevarlas de nuevo, y así otra vez más y otra. Hasta que él la apartó bruscamente de él y la ponía en cuatro patas, con su trasero hacia él. Con dos dedos la penetró bruscamente mientras que con la otra mano tomaba uno de sus senos. Cecilia gemía sin reparos, pronto llegaría al orgasmo. Pero su amante la conocía, dejaba que su excitación subiera en círculos haciendo que su cabeza girara sin control mareándola, sintiendo un fuego que nacía desde su vientre y se expandía tensionando todos sus músculos, pero paró justo antes de que ella alcanzara el orgasmo que la transportaría fuera de este mundo. Entonces abandonó su interior para entrar con su pene, duro como una roca. La tomaba con fuerza de las caderas con una mano, la otra sostenía su nuca en una postura de absoluto control. Las embestidas se hicieron cada vez más potentes, ambos estaban muy cerca del orgasmo. Los dedos de Daniel se clavaban en la carne de los nalgas de ella, más adelante le provocaría moretones. Un bufido inhumano le hizo saber a ella que estaba a punto de llegar y se abandonó al pacer se sentir sus piernas en su trasero, sus testículos golpeando sobre su clítoris, sus manos que la subyugaban con fuerza. El clímax les llegó a ambos al unísono. Sus gritos, suspiros y jadeos llenaron la habitación mientras sus espaldas se arqueaban, uno para dar y la otra para recibir mejor lo que se daban uno al otro.
Daniel cayó a su lado exhausto. Ella se ovilló en su pecho y ambos cayeron en un profundo sueño. Tan pesado que no oyeron una puerta que se cerraba dejándolos a oscuras.
Cecilia bañó todo su cuerpo en la loción fresca y liviana. Al movimiento de sus brazos, sus senos se bamboleaban y él sentía cómo se le hacía agua la boca. Hacía tiempo que no los lamía. Terminado el ritual, él podía sentir el olor a coco en al ambiente que lo embriagaba. Ella tomó de uno de los cajones una tanga diminuta, apenas dos hilos que se unían con una tela de gasa negra mínima. Se las colocó con cuidado y se puso una camiseta pegada al cuerpo. Sonriendo al espejo se dio la vuelta para ver su trasero e hizo algo que a Dima por poco lo hace llegar: Se dio una ligera pero sonora nalgada, al tiempo que soltaba una risa corta y contenida. Volvió a darse vuelta y se puso de frente, observándose. Tomó con sus pulgares los hilos de la tanga y los rozó hacia adelante y atrás. No aguantaba más, mordiéndose los labios llevó sus dedos hacia su vulva y los hundió en la carne, soltó un jadeo; Dima también, pero ella no lo notó. Con una de sus manos todavía en sus intimidades, subió la otra y chupó sus dedos con fruición para sentir su propio sabor. Dima ya no controlaba su mano que se movía sin control sobre su sexo hinchado, a punto de estallar.
-Contrólate – La joven se hablaba a sí misma. Se dirigió rápidamente al modular y tomó un frasquito de perfume, vaporizó con él sobre su pecho, en su nuca y en sus muslos. Luego corrió a la cama y se acostó. Tomó un libro de la mesita de noche e intentó leer sin conseguirlo, ya que al poco tiempo se quedó dormida. Dima ya había llegado y se sentía también exhausto, se recostó sobre la pared y cerró los ojos. Cuando volvió a abrirlos se dio cuenta que se había dormido también y que se había despertado bruscamente a causa de los ruidos provenientes de la cama: Cecilia movía la cabeza de un lado a otro profiriendo lamentos y sollozos, mantenía los brazos rectos e inmóviles a los costados del cuerpo, con las manos fuertemente cerradas. Sus piernas apenas se movían. Dima ya sabía lo que pasaba. Por lo visto, en estos años, seguía teniendo la misma pesadilla. Salió del ropero en silencio, levantó la colcha y le tocó los pies: helados, como siempre. Se acercó a su rostro, tenía el ceño fruncido; se controló para no besarle los labios entreabiertos, como antes hacía. Frotó una mano contra la otra para calentarlas y la colocó sobre el pecho de la muchacha, sentía el corazón exaltado. Comenzó a realizar movimientos circulares lentos mientras la acallaba con susurros cariñosos; casi de inmediato, ella se calmó con un suspiro y sonrió levemente.
-Daniel – El nombre del hombre salió de los labios de ella cargado de una nota de amor. Dima gruñó y frunció el cejo. Se disponía a salir de la habitación cuando sintió pasos que se acercaban, rápido como un lince volvió a esconderse donde antes y cerró la puerta justo antes de que se abriera la que llevaba al pasillo y Daniel entrara en el cuarto. El hombre aspiró sonoramente y sonrió.
-Gata traviesa – susurró mientras cerraba tras de sí y colocaba el pestillo. Avanzó hacia el perchero donde dejó su ropa. A medida que se iba desnudando podían verse numerosas cicatrices en el torso, brazos y piernas de Daniel, era evidente que no era un tipo tranquilo. Sus músculos en tensión lo hacían ver feroz. Con los boxers aún puestos se dirigió a la cama. Levantó las colchas y le tocó los pies a Cecilia, la temperatura no había aumentado mucho y Dima pudo darse cuenta de que adivinaba que había tenido otra pesadilla. Le tocó el cuello en busca del pulso, ahora tranquilo y casi imperceptible y sonrió. Cecilia se movió en sueños y se dio vuelta dándole la espalda al hombre, quien sacudió los cobertores fuera de la cama para verla entera. Con la mano le corrió el pelo de la nuca y la olió, soltó una risa ahogada. Se sentó a los pies de la cama y le abrió las piernas con confianza, hundió la nariz entre ellas y aspiró en los muslos. Parecía que ella se perfumaba para él y le indicaba con ello qué era lo que quería.
Con manos enormes subió por las piernas de la muchacha hasta sus caderas y allí tomó los hilos de su tanga y los estiró, jugando con ella. Con dos dedos se coló por el costado de la tanga y rozó los labios mayores de ella. Cecilia se estremeció y se dio la vuelta, despertándose.
-Hola – dijo con voz ronca y se sentó extendiendo las manos para acariciarle el mentón. Se dieron caricias suaves en el rostro del otro. Daniel se incorporó y tomó dos vasos y una botella de una repisa. Sirvió una medida de brandy en cada uno y le dio a ella el suyo
-Por un trato cerrado. Ese Maxi es un genio cuando se trata de las relaciones. – Alzaron los vasos y bebieron. Él se acabó todo de un trago pero ella bebía despacio. Daniel la tomó del cuello y le levantó la bebida para que la tomara de prisa. Rió sonoramente ante la cara arrugada de ella cuando el líquido le bajó por la garganta quemándola – Me encanta cuando te pones borracha. Te hace Ceci más traviesa aún ¿Quieres ponerte borracha para mí hoy? – No esperó la respuesta y sirvió otra vez para los dos. Ella tomó bebió rápido obedientemente. Él no tragó sino que la tomó de la cabeza y le dio un beso. Cuando abrió la boca le pasó todo el líquido caliente por haber estado en su boca. Cecilia se vio obligada a tragar para no ahogarse. Daniel sirvió otra vez, pero ella negó, besándolo y apoyando sus senos de pezones duros contra su pecho, él se calmó de inmediato, ciñendo la cintura de ella y tomando la camiseta para sacársela por sobre la cabeza. Bajó las manos para tomar su redondo trasero y lo apretó con deseo, ella se quejó. Él la acostó de espaldas sobre la cama y llenó su cuerpo de besos en su camino hacia su entrepierna. Casi le arrancó la tanguita y arremetió con dedos y lengua sobre su pubis para penetrarla con ellos. Ella jadeada y gemía escandalosamente, Dima volvía a sentir la erección y liberó su pene del aprieto del pantalón.
Cecilia no podía aguantarlo. Los dedos de Daniel se movían en su interior con una destreza increíble, volviéndola incapaz de controlar sus actos, ya de por sí torpes por su estado de ebriedad. Él endurecía la lengua para penetrarla con ella y luego la volvía blanda y suave para acariciar su clítoris hinchado. No tardó mucho en llegar a un orgasmo potente en el que Daniel abrió la boca y succionó con sus labios para beber de sus jugos. Ella quedó satisfecha y remolona mientras él caía a su lado sonriente para besarla en la boca. Ella se saboreó en la lengua y los labios de él.
- Eres una golosa perdida. ¿Lo sabías? – Ella asintió riendo borracha y se acercó al vaso de brandy para beber un largo trago; paseó sus manos por su cuerpo acariciando las cicatrices, enredando los dedos en los vellos del pecho y las piernas. Llegó al boxer y se lo quitó con cuidado, dejando escapar un pene gordo y largo al que miró con hambre. Sin que nada dijera, se lanzó para engullir ese trozo de carne. Aún conservaba el alcohol en la boca y la sensación hizo arder a Daniel, quien sibiló y arqueó la espalda, provocando que el miembro entrase aún más en la boca de la joven, quien succionó con placer. Con una mano tomaba suavemente los testículos y los acariciaba al tiempo que la otra se estiraba para alcanzar las tetillas de su amante, a quien, evidentemente, estaba volviendo loco. Con la boca abierta lamía el tronco desde la base hasta el glande, entreteniéndose en la punta mientras cerraba la boca sobre él y bajaba de prisa para que ese trozo le penetrara la boca. Daniel se movió tan de prisa que ella quedó estupefacta. De pronto se vio de espaldas en la cama con él encima de ella.
-Si no te paraba me iba dentro tuyo, golosa, y todavía te quiero dar más placer. – Le tomó los tobillos y los subió sobre su cuello, de esa manera ella se presentaba expuesta y lista para recibirlo hasta lo más profundo. Acercó la punta de su pene a la entrada, ella lo miraba a los ojos, expectante. Sostenían sus miradas fijas, sin hablar, sólo gemían y jadeaban. Él dejó entrar su cabeza unos centímetros y volvió a salir, para hacerlo nuevamente. Ella lo miraba con deseo, rogándole que lo hiciera de una vez; cuando, una vez más, entró apenas y volvió a salir ella elevó sus caderas con rapidez, provocando que todo Daniel entrase en ella de una sola vez, hasta lo más profundo. Él soltó un gemido sonoro y gutural y se quedó inmóvil. Ella volvió a bajar las caderas para volver a elevarlas de nuevo, y así otra vez más y otra. Hasta que él la apartó bruscamente de él y la ponía en cuatro patas, con su trasero hacia él. Con dos dedos la penetró bruscamente mientras que con la otra mano tomaba uno de sus senos. Cecilia gemía sin reparos, pronto llegaría al orgasmo. Pero su amante la conocía, dejaba que su excitación subiera en círculos haciendo que su cabeza girara sin control mareándola, sintiendo un fuego que nacía desde su vientre y se expandía tensionando todos sus músculos, pero paró justo antes de que ella alcanzara el orgasmo que la transportaría fuera de este mundo. Entonces abandonó su interior para entrar con su pene, duro como una roca. La tomaba con fuerza de las caderas con una mano, la otra sostenía su nuca en una postura de absoluto control. Las embestidas se hicieron cada vez más potentes, ambos estaban muy cerca del orgasmo. Los dedos de Daniel se clavaban en la carne de los nalgas de ella, más adelante le provocaría moretones. Un bufido inhumano le hizo saber a ella que estaba a punto de llegar y se abandonó al pacer se sentir sus piernas en su trasero, sus testículos golpeando sobre su clítoris, sus manos que la subyugaban con fuerza. El clímax les llegó a ambos al unísono. Sus gritos, suspiros y jadeos llenaron la habitación mientras sus espaldas se arqueaban, uno para dar y la otra para recibir mejor lo que se daban uno al otro.
Daniel cayó a su lado exhausto. Ella se ovilló en su pecho y ambos cayeron en un profundo sueño. Tan pesado que no oyeron una puerta que se cerraba dejándolos a oscuras.
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